Camino de la cama

Cuando a las cinco de la tarde entre por la puerta de mi casa (cuyas persianas he dejado antes de salir esta mañana convenientemente bajadas para que no se me caliente) me voy a tirar en la cama. Y pienso dormirme y no despertar hasta que mi cuerpo quiera levantarse. Igual es esta tarde, esta noche, esta madrugada o, como casi espero, mañana durante la mañana. El pasado fin de semana me di una paliza con los proyectos de andamio en la que dormí apenas nada y tecleé por todo el año. La noche del lunes en la que esperaba dormir me desveló una compañera del curro con un problema en casa. Anoche, de perdidos al río, la previsible gran final de OT. Y esta mañana me dormía, de pie, en el tren. Pero quedan horas para que me vengue en forma de supersiesta-inicio del puente de Santiago y cierra España. Mañana 24 no curro, por si quedaban dudas. El convenio, ese gran invento. Y el viernes tampoco, que este año es fiesta en Madrid. Así que hasta el lunes nanai. Y qué bien, la verdad. Tengo que hacer cosas, claro; tengo que recoger los proyectos presentados, bajar a Toledo, arreglar cosas en el banco, hacer la compra, planchar, limpiar y preparar mi casa para que mis amigas celebren en ella su cumpleaños (como si fuera el castillo de Viñuelas), pero también tengo entradas para la zarzuela, el mencionado cumple, posiblemente una visita a la piscina (la descubierta) y quién sabe qué mas. Pero todo eso a partir de mañana. Hoy me espera la cama. La oigo llamarme. No me puedo resistir…

Cosas que hacer el día de la Virgen del Carmen

[Siguiendo con la serie «Cosas que hacer el día de«] – acostarme a las dos de la mañana dejando la plancha sin acabar después del maratón de anuncios interrumpido por canciones que es Operación Triunfo. – levantarme cuatro horas después. – oir tronar mientras me afeito la cabeza. – desayunar viendo relámpagos. – zamparme cuarenta minutos en las líneas C5 y C7 de cercanías y cinco en la 8 de metro. – quedarme dormido en todos los transportes públicos. – organizar una red Pert en el project para que luego no me la salve. – repetirla. – comprarme un sandwich mixto y una cocacola para comer. – comerme el sandwich para comer sin cocacola porque alguien se la ha bebido (momento Ross Geller y el humidificador del bocadillo de pavo). – salir a las 3. Viva la jornada intensiva! – zamparme cinco minutos de línea 8 de metro y 25 de la C2 de cercanías. – volver a sobarme. – ver un andamio para una piscina cubierta rarísima. – zamparme otra vez los 25 minutos de la C2 mientras hablaba con el destornilleitor y los cinco de la 8. – volver a la Copisa. Viva la jornada intesiva. Viva! – terminar los anejos de los cojones de la presentación de mañana. – salir del curro más tarde que cuando no hay jornada intensiva. – zamparme cinco minutos de linea 8 de metro, 35 de la 10 y diez de la 12. – sobarme en la 10, guanmortaim. – llamar a telepizza ipso facto nada más llegar. – sentarme a hacer un diagrama rarísimo (que no hace falta, pero bueno) para la mierda de obra de la sala VIP de los cojones del aeropuerto. – postear después de diez días. Son las 11 y cuarto. Qué hago: a) me voy a sobar (sí, sí, esa esa!) b) termino la plancha (buhh noooo fuera!) c) me hago el plano de los andamios (diablillo sobre el hombro izquierdo: «pasa de todo, vete a ver la tele…»; angelito sobre el derecho: «piensa en la pasta si te quieres ir unos días de vacaciones…»)

Secreta

Estación de cercanías de Méndez Álvaro. Subo a la vía descubierta para hacer el trasbordo hacia Nuevos Ministerios. Los luminosos no indican siquiera cuánto falta para el siguiente tren, así que faltará bastante. Avanzo hasta la zona donde suelo esperar y me siento. Abro el periódico y sigo por donde lo dejé. Al final del andén el vigilante de seguridad. Desde el acceso hasta donde me encuentro apenas cuatro o cinco mujeres. A lo lejos una pareja joven que avanza por el andén. Empiezo a leerme el aumento de ventas de televisores LCD cuando siento que alguien está muy cerca de mi. Levanto la mirada y veo a la pareja de antes rodeándome y mostrándome sendas placas de agentes de Policía Nacional: la secreta. Me quito el pinganillo del iPod y les presto atención. Me piden la documentación; les doy el DNI. Van de paisano tirando a trapillo. Ella, con un asombroso parecido a Tania G, mochila a los hombros y bandolera, me pregunta hasta dónde voy. «A Chamartín», le digo; «a Chamartín no», rectifico, «a la anterior». En ese momento el nombre de la anterior desaparece de mi mente. Tres segundos de incertidumbre después le digo que «a Nuevos Ministerios». El chaval, moreno, también con mochila al hombro, apuntaba mis datos en una libreta pequeña. Llevaba unas J’Hayber. Llevaba tiempo sin vérselas a nadie. Debí deducir que alguien que lleva unas jota jaiber debe ir disfrazado o de incógnito. «Has estado detenido?» me pregunta a bocajarro mientras Tania G llama por teléfono para comprobar mi identidad. Al colgar le devuelve mi DNI al chico que me pregunta por la dirección. «Es la de casa de mis padres, yo vivo en mi casa; quieres mi dirección?» Me dice que no. «Dime tu fecha de nacimiento». Se la digo. «Muy bien. Gracias. Buenos días». Buenos? En el curro me dicen que igual me parezco a algún sospechoso. Genial. Quizás hoy te aborde por la calle una señora con un cardado imposible en el pelo. Lleva una huchita verde y blanca y realiza la cuestación para la Asociación Española Contra el Cáncer. Ráscate el bolsillo y échale un euro. Nunca se sabe si ese dinero en investigación revertirá algún día en alguno de nosotros.

La Irlandesa

Debía una entrada que versara sobre «La Irlandesa», el drugstore del barrio. No había entrado nunca porque las cosas que puedo necesitar de una droguería o las compro en otro sitio o se las encargo a mi madre. Pero el viernes necesitaba exterminar una colonia de hormigas y fui a por Cucal (previa recomendación de mi madre, claro). «La Irlandesa» es una droguería autoservicio. Entras, pasas un acceso y todo está por estanterías. Esto me hizo perderme en los fertilizantes para las plantas y en los sustratos, cuando yo buscaba los insecticidas que estaban justo detrás. Es una mezcla de perfumería-droguería con cosas como mochilas para los niños, chándales y ropa interior y calcetines. Una cosa rara. No miré mucho más allá porque no quería entretenerme (la tarde estaba nublada y amenazante y quería terminar mi obra cuanto antes). Pero el momento culminante llegó en la caja. Única caja. El cajero, un hombre con sus 50 ya, supongo propietario. Por delante de mi una mujer pagando y esperando una chica joven, un padre y su hijo y yo. En ese momento ocurre la catarsis, porque llega Doña Carmen, muy alterada e hiperventilando, contando que «ha perdido las gafas». El cajero/supuesto dueño le dice que nadie le ha devuelto unas gafas graduadas, pero que entre y mire y le aconseja que haga un repaso mental del día para ver por dónde ha estado. La mujer que si «sólo he estado aquí», que «qué día de nervios»; entra a mirar. Mientras, el cajero/supuesto dueño relata a la chica joven, a la que ya la toca pagar, con un tonito un poco Mariñas, que «claro, como no escucha, Doña Carmen, no se deja guiar y seguro que es más fácil encontrarlas así». La mujer nos arrasa para salir de la caja sin las gafas. Lejos de calmarse o callarse, que no hubiera estado de más, nos cuenta que lleva rezando todo el día «a San Fortunato, a San Jacinto, a San Judas, a San…» La lista era interminable. Yo no la miraba, para evitar darle coba y que pensara que todos la prestábamos atención, pero estuve a nada de decirle que se le olvidó rezarle a San Gabino, que en esto de las gafas tendrá algo que decir, digo yo… Desde que llegué a la fila de la caja hasta que, protocolario, el cajero/supuesto dueño me dijo (como a todos mi predecesores) «así que son: dos ochenta y cinco», con el tonito Mariñas de antes, pasaron 10 minutos en los que me desesperé un poco. Entiendo que es el barrio y que la gente no tiene prisa y el cajero tampoco, pero hubiera tardado menos yendo en coche al Carreful. Doña Carmen seguía allí cuando me fui. Debe ser que las gafas tampoco le importaban tanto.

Sobeta

Fin. El buenrrollismo se ha terminado como si a la chavala del anuncio la raparan la cabeza en el backstage. Y todo porque me he sobado como un campeón. Me revienta sobarme por dos motivos. A saber: 1. Llego al curro unas dos horas más tarde de la hora oficial de entrada. Y eso no mola nada, claroqueno. Ya me echaron de un curro por sobeta. 2. En la estación me cruzo con hordas de jovencitos llenos de piercings, crestas, peinados imposibles, zapatillas de mil colores, camisetas llamativas (y molonas) y carpetas que vienen a la Universidad. Me miran con cara de «dónde va este calvorota con cara de sobeta«. Yo ni les miro. Me hacen sentir mayor. Me hacen sentir calvo. Me hacen sentir poco moderno. Me hacen sentir que es la hora de ir a clase y no al curro. Además en cuanto que hace un poco bueno te acabas cruzando con dos o tres en bermudas y otro par de ellos en chanclas (palabra). A mitad de camino decido escribir este post en el móvil para ahorrar tiempo y descubro que me lo he dejado en casa. Feel the rain on your skin. Para más inri en este día de bofetada temporal hoy es San Cemento. Qué hago, voy? Me voy a encontrar a una generación de jóvenes aprendices de aparejadores borrachos como cubas en el aparcamiento de la que fue mi Escuela y ahora es la suya. Feel the rain on your skin. Y seguro que coincido con alguno de mi quinta que intentará contarme lo superjefe de obra que es y el miedo que tiene a quedarse en el paro por hacer viviendas mientras que yo soy un simple sobeta de estudios. Feel the rain on your skin. No one else can feel it for you. Feliz san Cemento everybody.

Chica Pantene

Hoy me he levantado dando un salto mortal contento. Cuando ha sonado el despertador he dudado si levantarme o no, pero al final he decidido deque sí. Cielo despejado y parece que sol. Me ducho, me visto, desayuno y me voy para la estación. Me he sentado a la primera en el tren. Y me he quedado medio frito, claro. Luego en Méndez Álvaro he vuelto a sentarme en el otro tren. Y me he vuelto a quedar medio frito. Al cambiar al metro en Nuevos Ministerios se rompió la racha y me tocó ir de pie y apretado, pero como venía despejado después de las dos minisiestas, no me importó. Subiendo la calle Colombia venía preguntándome cómo puedo sentirme chica Pantene si no tengo pelo. Estaba como feliz, como raro. Y hoy era un día para no estar raro. Si no hubiera llevado a Weezer sonando en el iPod seguro que a lo lejos se oiría a Natacha Bedingfield cantando la cancioncita del champú. Llego a la oficina, aún sin fumar entodavía y mi jefe me dice que nos han adjudicado una obra que estudié yo al completo: la económica y la técnica. Una piscina cubierta en Guadalajara. Engordo de la satisfacción e imagino un plano de una cabellera rubia superlarga girando a cámara lenta. Ayer me fumé sólo 8 cigarros. Hoy cierro otro pabellón cubierto en Antequera. Mañana es San Cemento. Feel the rain on your skin. Naino naino naino naino…

Tres actos

I Suena un despertador. Lo hace una hora antes de lo habitual. Lo deja sonar un par de veces y se incorpora en la cama antes de apagarlo. Es una hora antes de lo habitual. La ducha no le despeja; se viste, desayuna, la rutina normal, pero una hora antes de lo habitual. Se está poniendo el abrigo cuando suena el portero. Sale de casa. En la puerta un taxi espera. Monta en él. El taxista es frío. Hace frío. Se deja llevar y contempla las calles semidesiertas. El tráfico ha madrugado también. La carretera lleva muchos coches. Mira el reloj. Llega justo. Si el tráfico no mejora llega tarde. El taxi lo deja en la estación. Baja al andén. Cerca de veinte andenes todos casi vacíos, fríos, al pie de las cuatro torres. Y entonces me doy cuenta ¡de que son las siete y media de la mañana, estoy montado en un Alvia destino Santander y voy a ver una obra de la que no sé siquiera el nombre exacto! El tren arranca. Sólo otro viajero y yo habitamos en el coche 8. Miro por la ventana, las torres despiertan, las carreteras no avanzan, el cielo clarea. Sale el sol. El tren se para unos segundos y arranca de nuevo. Por delante 28 kilómetros de túnel. Oscuridad. Cierro los ojos. II Un día de marzo de 2003 el tiempo se detuvo para siempre en la sucursal del Banco de España de Palencia. Un día cualquiera, quizás un martes 4, como hoy, el banco pasó a ser un fantasma. Las ventanillas de atención mantienen su numeración, las bandejas pasaobjetos, el dispensador de turnos, todo está en su sitio. La cámara acorazada está vacía. Sus imponentes puertas están abiertas y todas las llaves en sus cerraduras. Parece como si de un momento a otro alguien fuera a sentarse tras una ventanilla para atender a un inexistente público. Las plantas superiores eran viviendas. El director y el cajero en la primera. Las otras dos plantas, con viviendas menos grandes, para quizás más funcionarios. Ahora esas viviendas están vacías. Aún quedan restos de vida, un calendario, dibujos de niños, algún póster, una cortina de ducha… Las palomas han colonizado estas plantas. Los suelos están plagados de escombro y excrementos de paloma. Huele a palomar. Se oyen batidas de alas por algunos pasillos, arrullos a lo lejos. III Palencia me recibe con un grado. Hace frío, corta las mejillas. He visto el sol, nubes, nubarrones, sentido el viento frío e incluso ví cuatro copos de nieve que se escaparon a media mañana. Bajo la calle Mayor buscando mi destino. Lo encuentro y busco una cafetería. Desayuno, leo el periódico. Espero. Hace frío; la gente lo comenta al entrar. La ciudad está fría pero no es fría. Ni gris. Sus edificios son altos, esbeltos, heterogéneos. Me parece sencilla, humilde, nada pretenciosa. Pero castellana. La calle Mayor tiene la mayor concentración de farmacias que haya visto nunca. Me cruzo con monjas con hábito por la calle. Varias parejas. Salgo de la visita y busco dónde comer. Antes de la una y media es misión imposible. Visito dos iglesias por el camino y cruzo la plaza Mayor. Algún reloj toca la una. Encuentro finalmente donde comer. A las dos y media llega el regional que me devolverá a Madrid, meseta abajo, entre escritorios de Windows sin iconos y otros paisajes.

Raros

Hoy había más gente de lo normal en Colombia esperando el metro, lo cual no es raro. Al llegar Nuevos Misterios la escalera que lleva a la línea 10 escupía una avalancha de gente también mayor de la normal. Al llegar al andén descubro más gente (y acababa de marcharse un coche) y 2 minutos para el siguiente. Cuando llegó el siguiente venía a reventar también, pero conseguí meterme y acoplarme en un huequecillo. Parecía que ya sólo quedaba vaivén en el trayecto, pero las puertas no se cerraban. Un minuto, dos, tres y creo que hasta cinco, hasta que ha cerrado definitivamente y ha enfilado el túnel. Por suerte en la primera se bajó la persona que tenia delante y pude sentarme. Saqué mi librito y me puse a rematarlo. Para cuando se despejó un poco el vagón descubrí a un chaval, principalmente por ser zanahorio pelirrojo, con un color de pelo que ya quisieran los de Orange para su logo. Con todo, lo que más me llamó la atención fue que llevaba traje y corbata, abrigo en el brazo y al cuello una bufanda blanca y verde que me imaginé de un equipo fútbol. Un estilismo curioso, pero ya se sabe que hay de todo en la viña del Señor. Ya por la Casa de Campo, además del zana, vi un par de tipos raros, aunque ya digo que esto es habitual y normal, así que seguí a la lectura. Al cambiar a la línea 12 me dí cuenta de que por las escaleras abundaban los raros y la gente con cosas blancas y verdes y deduje que estos últimos iban al fútbol (como los griegos que me encontré la semana pasada): del Rácing de Santander que juega en un rato con el Getafe. El pelirrojo se encontró allí con otros dos colegas y uno llevaba la camiseta del Rácing debajo del abrigo. Pero aún me quedaba una duda: los raros. No eran jevis. Eran raros, porque me costaba identificarlos. Hasta que descubrí dos camisetas con algo en común y deduje que había concierto. Y lo hay: Korn (junto con Deathstars y Flyleaf, que no los conozco). Y entonces me acordé de un compañero de la Escuela (bueno, de dos) a los que les gustaba Korn. Uno de ellos me grabó una cinta con un disco y todo, que puse en casa un par de veces intentando convencerme de que podían gustarme. Pero no. Korn no era para mí. Era raro.

He perdido

– Media hora (ayer) en «Venta de billetes». – Una hora de ida. – Una hora de vuelta. – Una hora y media entre trenes. – 26,46 euros. – Cuatro horas de curro. – Tres días de retraso en la tramitación. – Dos días de retraso en la entrega. – Media hora en bajar a correos a recoger el envío. – La paciencia con la subnormal que me atendió en el Colegio. «No vuelvo más nunca al AVE».

Charcos

El cielo llevaba un buen rato dando miedo, de lo oscuro que estaba, hasta que a las cinco y cuarto se ha caído literalmente sobre Madrid. Yo lo ví caerse montado en un Avant camino de Ciudad Real. Nunca había hecho ese recorrido de día, siempre que bajé a Sevilla lo hice de noche y el camino de vuelta, de día, siempre lo hice durmiendo, así que mientras el cielo caía sobre Madrid y nosotros nos alejábamos, alterné la sección de Madrid del periódico con vistazos al paisaje que aparecía por mi derecha y desaparecía por mi izquierda. Hoy he descubierto que hay dehesas en alguna zona entre Toledo y Ciudad Real, y que no son pequeñas. Y he descubierto que, hasta la fecha, Ciudad Real es la ciudad con más charcos que conozco. No encontré un solo paso de cebra con barbacana sin charco, ninguna intersección de calles sin charco y, lo peor, la zona peatonal, mal solada de granito tenía más de los que se pueden consentir. No me hubiera importado si la zapatilla no se hubiera despegado un poco de la suela y el agua entrara a saludar a mis deditos. También descubrí que el Colegio de Aparejadores de Ciudad Real es el más feo y menos glamuroso que conozco. Un Colegio profesional no tiene que ser glamuroso, sólo faltaba, pero en estos sitios, los profesionales (entre los que me encuentro en este caso) son muy de que el Colegio sea lo más. Tiene sentido pensarlo, qué mejor escaparate para los nuevos materiales y la buena construcción que el propio Colegio, emblema de la profesión. El de Ciudad Real es un piso. Una oficina, que prometía ser grande por dentro, en la entreplanta de un edificio, pero con todo el aspecto de ser un piso. Y aquí tirando la casa por la ventana para hacer del Colegio lo más. Me tomé una cocacola para hacer un rato y llamar a un amigo que cumplía años. Al pedirle la cuenta el camarero me pregunta por «el proyecto». No ha podido, dice, evitar oír la conversación. No sé por qué, pero le he explicado que para montar un andamio es necesario visar un documento de montaje en un Colegio Profesional y aquí estamos, en Charco Real a visar. «Que vaya bien, y no pase nada» me dice. Eso espero.

Cosas que hacer el día de Santo Tomás de Aquino

[Siguiendo con la serie «Cosas que hacer el día de«] – levantarme una hora más tarde. – ir a sacarme sangre. Estaba citado a las 8h30. Llego a las 8h27. Me dan el número 885. El su-turno tiene en pantalla el número 808. – cogerme el metro para ir a la Delegación de Hacienda. Llego a las 8h48 y no abre hasta las 9h00. Diez minutos a 5ºC. – casi desnudarme para poder entrar en la Delegación (gracias al arco de rayos X). Comprar unos impresos, el 300 y el 390: 1,45 euros. – volver al Hospital media hora después. A dos extracciones por minuto debería ir por el número 868. Va por el 834. Me voy de allí a la entrada que hay menos jaleo y me leo medio periódico. – entrar a la sala de extracciones. 9h45. Me sacan 5 botecitos hasta arriba de sangre roja rojísima (yo de príncipe nada). 17,50 ml en total (no llega ni al 1% de la que se supone que tengo). – comprarme dos donuts, uno con y otro sin chocolate para desayunar en casita mientras relleno los impresos 300 y 390 de marras. – intentar pagar el IVA en la Cajamadrid de al lado de casa. Una cola en la caja… Me voy. – leerme más periódico en el tren camino del curro mientras me daba el lorenzo en la cara. Más bien… – intentar pagar por segunda vez el IVA en el Santander de al lado del curro. Conseguido. Al final y sin trampear más me sale a pagar 69,28 euros (todo el día pagando). – llegar al curro. La de la varicela ha vuelto y en principio nadie más ha caído. – currar un poco. – ir a la piscina. Entre catarros, mocos, pereza y demás llevaba sin ir más de 10 días. He conseguido terminar entero y sin estornudar. – zamparme un plato de lentejas para recuperar el hierro perdido con la sangre. En Hacienda pitaba sin parar y en los bancos nada de nada… – volver al curro. Esta tarde me terminaré el plan de obra de la plaza de toros de Las Rozas. Alguien sabe que vale un burladero??

Maldonado

Salgo cinco minutos antes de currar porque hoy hay que pagar la piscina. Llego y me dice la cajera que la banda magnética no lee y que si no tengo en metálico nanai. Me doy la vuelta ya mosqueado y salgo a la calle. Tengo dos opciones: a) bajar al Santander de República Dominicana, sacar la pasta, subir, pagar en metálico y meterme al agua a las 3 menos algo, con lo que ya voy mal de tiempo, con prisas, lunes y mal, o b) pasar de nadar e irme a comer (lo que me obliga a ir a la piscina el viernes, cosa que no tenía en mente). Elijo b. Como ya estoy desorientado me voy al Vips de Príncipe de Vergara. De camino, mientras cruzo el semáforo el conductor del primer coche me hace una señal con la mano. Me quito el auricular y me pregunta por la plaza de Cataluña. Lleva un opel Astra del año catapún. Miro y es el del tiempo, el Maldonado. Le indico cómo llegar (gira a la derecha, baja hasta pasar Serrano, no digas tanto septentrional y meridional que nunca sabemos a qué te refieres, y la siguiente plaza es la plaza de Cataluña). Gracias y demás, sigue su camino y yo me meto al Vips. Pido fumadores (no sé por qué), pido de comer y rebusco en el iPod algo que escuchar en lugar del incesante caer de tenedores (el Vips más ruidoso, sin duda). Me traen el pan cuando estoy terminando el primero, me traen la hamburguesa del segundo y también trae huevo (ya van dos hoy, más la tortilla del desayuno). Y para remate, el helado trae hielo. Comer sin querer comer, en el Vips del silencio, sólo, sin periódico y con David Demaría llora que te llora canción tras canción (lo eché al iPod para sobarme cuando pillara sitio en el metro pero lo estrené hoy comiendo). Llego a la oficina y la máquina de café no funciona. En cuanto los huevos, la hamburguesa y el helado empiecen a centrifugar estaré sobado sobre la mesa. Respiro hondo. En 48 horas estaré de vacaciones. Hay que ser fuerte…

Búho

Como ya avancé el otro día, ayer fuimos a una fiesta del curro. En realidad la fiesta la organiza la empresa que nos vende la documentación de los proyectos para sus empleados e invitan a las empresas con las que trabajan. Barra libre y canapiés (casi) toda la noche, de 9 a 12. Así que, al menos por verlo, fuimos. La fiesta está bien, demasiado, y no conocía a nadie. Y ya es raro habiendo pasado por varios departamentos de estudios de varias constructoras. Será el relevo generacional… La fiesta terminó a las 12 con el encendido de luces habitual pero la barra libre se había terminado a las 11. No entiendo por qué no dejaban la fiesta más tiempo puesto que en media hora no has disfrutado la copa que te ha costado 12 euros (uno detrás de otro) y que pediste porque no sabes tener las manos vacías en un bar. De allí nos fuimos a Malasaña, al Penta y al Molly Mallone y la cosa terminó a las 3 y media. «Y ahora cómo me vuelvo?» Le había leído a alguien en un periódico del metro que los findes hay en Madrid 800 taxis para un publico potencial de 140.000 personas. Así que taxi va a ser que no, aunque no por ganas y frío (venga, vale, me fui muy fresco, provocando a la gripe, pero es que la última vez que salí era verano…). Al final terminé metido en un búho que cogí a la carrera en Gran Vía, el N18, que decía Aluche. Tuve coña en cogerlo, tuve coña en conseguir un sitio en la siguiente parada, en quedarme sobado por Plaza de España y en que el rastas que se me sentó al lado me despertara en Aluche al llegar. No recordaba que fuera el N18, me sonaba el N14, pero hace como 10 años que no me subo a un búho. Y ayer lo hice a dos, porque en Aluche estaba (tardó sólo 6 minutos en llegar, recogernos y salir) el N803 y este sí que no existía antes, al menos con ese número. En este no me dormí, porque no quería terminar en Fuenlabrada o donde tuviera la cabecera, y porque hace el mismo recorrido que hacía yo de estudiante cuando volvía de la Escuela y el mismo del mismo búho (con otro número) que cogía con mis colegas volviendo de fiesta de los madriles por entonces. Y te empiezas a acordar de cosas que han pasado en ese autobús de día y de noche, a ver sitios por donde has pasado mil veces y han cambiado otras mil, a ver las vueltas que da la vida en general y tú mismo en particular; todo un auténtico momento blandengue patrocinado por Cutty Shark. Lo peor fue pasar por delante de casa de mis padres y pensar: «y ahora cuando me baje todavía me toca andar un rato hasta que llegue a mi casa… con este frío…» Nunca te acostarás sin saber una cosa más Para días como ayer, en el que sales de casa en noviembre pero llegas en diciembre, el cupón de abono transportes del mes que termina es válido hasta las 6 de la mañana del día 1. Yo, porsi, ya había comprado el de diciembre por la tarde.