Dos veces

Cuando mañana, en pleno entrenamiento, toque el borde de la piscina después del quinto hectómetro estaré tocando simbólicamente la punta de Oliveros, en Cádiz, y habré completado mi segundo trayecto de ida y vuelta al estrecho de Gibraltar. Yo he sido listo y lo he hecho a ratos y en piscina, no como David Meca, que se empeñó en hacérselo del tirón y allí mismo y, claro, así le salió al pobre…

Jubilado

Idealicé, durante el trayecto en metro, la situación perfecta: una piscina olímpica, con sus ocho calles y sus siete corcheras, toda vacía para mí. Sabía que no se cumpliría porque al menos estarían los socorristas y algún jubilado. Y así fue. Fue mejor, porque estaba lleno de jubilados; no es que abarrotaran la piscina, sino que la poca gente que había rebasaba los 50 y los 60 años con creces. De largo. Yo aparecí allí con mi bañador y su cuerno en el culo, me puse mi gorro y me lancé al agua. En mi calle había tres, y decir que nadaban es insultar a Michael Phelps: se deslizaban por el agua, mezaclando estilos, a una velocidad que para nada correspondía al nivel medio que indica el cartel de la calle. Al principio, cuando arranqué, pensé que la sesión sería un rollo porque me pasaría adelantándoles toda la mañana, pero después, metido en jarana, aquello se convirtió en un entretenimiento divertido: a su lado yo era como un largo y estilizado pez que giraba a izquierda y a la derecha para esquivarles (porque eso de ir por la derecha, ellos, para nada!). Después, en un claro de la mañana, el sol apareció por la cristalera y llenó el fondo del vaso de la piscina proporcionando una imagen que no acostumbo a ver y que me hizo pensar por un momento que debo buscarme un curro de tarde para poder sentir eso todos los días. Cuando quise darme cuenta me había pasado del kilómetro inicialmente previsto. Podría haberme hecho otro más, porque me sentía como si acabara de empezar, pero opté por dosificar y subirme al gimnasio. La sala de musculación que yo conocía por la tarde era una sala creada por tabiques móviles y cortinas separadoras, de esas de las que tanto he aprendido estudiando polideportivos y piscinas, pero hoy estaban todos alzados y la superficie que debajo ocupa la piscina olímpica, siempre compartimentada, lucía diáfana sus tatamis y sus redes de bádminton. Al fondo, la sala de musuculación, en donde había idealizado también pasar un rato aburrido entre gente con brazos descomunales, pero en lugar de eso me encontré varios chavales mas parecidos a mi, con brazos normales y al fondo un corrillo, un nuevo corrillo, de jubilados haciendo gimnasia. De jubiladas, porque aquí las mujeres eran mayoría,  con sus collares, sus pulseras y sus pelos cardados, y sus chándales rosas y sus mallas. Corriendo, botando pelotas… todo un espectáculo. Mientras me duchaba pensé en qué voy a hacer cuando me jubile, si seguiré nadando o si permitiré que un jovenzuelo me adelante y me use de boya móvil para motivarse en su entrenamiento.

La pierna

Primer día de piscina desde hace varias semanas. Tengo el objetivo de superar todas mis marcas en las cinco semanas que quedan hasta el puente de mayo. Palabrita del niño Jesús. Así que salgo cinco minutos antes para no ir con prisas ya el primer día. Bajo de los vestuarios a la piscina, me ducho para empezar a acostumbrarme a la temperatura del agua y avanzo hacia el principio de la calle para empezar; hasta ahí como siempre. Apoyada en la barandilla de las gradas descubro, medio asustado, una pierna; una parte de una pierna, mejor dicho, desde la rodilla hasta el pie, con un calcetín puesto y su chancla correspondiente. Encima de la rodilla, una toalla. La primera impresión ha sido de susto. Susto o muerte. Así que ya tenía entretenimiento para la sesión de hoy: buscar al cojo. Suena cruel, pero si había una pierna fuera debía faltar una dentro. Me ha costado 350 metros encontrarle. Y lo he hecho de casualidad; buscaba a alguien que le faltara esa parte de la pierna. Pero no era así, solo le faltaba el pie, de tobillo para abajo; por eso no lo encontraba. La pista definitiva fue ver a alguien nadando solo con una aleta. Pensé: «y la otra?» y al mirar descubrí que le faltaba un pie. Conseguido el objetivo seguí nadando y olvidé estar atento para cuando saliera de la piscina verle ponérsela. Pero se me escapó. Cojo, pero rápido.

Desbordado

Desde que tengo treintaydos años mi jefe cree que soy mayor y me da curro y más curro. Tengo cinco obras encima de la mesa. En total suman más de 60 millones de euros. Y no tengo tiempo para todas. Me he tenido que hacer una planificación para poder dedicarle a cada una el tiempo mínimo que merecen. Y aún así tengo la sensación de que no voy a llegar a todas… Y ya se sabe: no quieres caldo, pues dos tazas. Ayer salió un nuevo Proyecto de andamios que hay que tener para ayer. Podía ser un Proyecto como los anteriores, y solo tendría que hacer copy-paste y cuatro modificaciones. Pero no, es un sistema de andamios que no había tocado nunca. Hasta hoy. Y luego este frío… Madrid como siempre, pasa del verano al invierno en una noche. Hace tanto frío (en comparación con hace diez días) que no me apetece nada despelotarme y meterme en el agua. El lunes estaba congelada y ni de coña estaba a los 26º que decía el luminoso. Asínque resumiendo: no nado nada, como muchísmo (empieza a sobresalir algo por encima de la cinturilla del pantalón), me paso el día abriendo planos, mandando faxes y llamando por teléfono al Colegio de aparejatas de Ciudad Real. Y leo poco, comento menos y actualizo nada; cosas del trajín. Y mañana hay una bandera, aunque creo que no voy a ir.

Cosas que hacer el día de Santo Tomás de Aquino

[Siguiendo con la serie «Cosas que hacer el día de«] – levantarme una hora más tarde. – ir a sacarme sangre. Estaba citado a las 8h30. Llego a las 8h27. Me dan el número 885. El su-turno tiene en pantalla el número 808. – cogerme el metro para ir a la Delegación de Hacienda. Llego a las 8h48 y no abre hasta las 9h00. Diez minutos a 5ºC. – casi desnudarme para poder entrar en la Delegación (gracias al arco de rayos X). Comprar unos impresos, el 300 y el 390: 1,45 euros. – volver al Hospital media hora después. A dos extracciones por minuto debería ir por el número 868. Va por el 834. Me voy de allí a la entrada que hay menos jaleo y me leo medio periódico. – entrar a la sala de extracciones. 9h45. Me sacan 5 botecitos hasta arriba de sangre roja rojísima (yo de príncipe nada). 17,50 ml en total (no llega ni al 1% de la que se supone que tengo). – comprarme dos donuts, uno con y otro sin chocolate para desayunar en casita mientras relleno los impresos 300 y 390 de marras. – intentar pagar el IVA en la Cajamadrid de al lado de casa. Una cola en la caja… Me voy. – leerme más periódico en el tren camino del curro mientras me daba el lorenzo en la cara. Más bien… – intentar pagar por segunda vez el IVA en el Santander de al lado del curro. Conseguido. Al final y sin trampear más me sale a pagar 69,28 euros (todo el día pagando). – llegar al curro. La de la varicela ha vuelto y en principio nadie más ha caído. – currar un poco. – ir a la piscina. Entre catarros, mocos, pereza y demás llevaba sin ir más de 10 días. He conseguido terminar entero y sin estornudar. – zamparme un plato de lentejas para recuperar el hierro perdido con la sangre. En Hacienda pitaba sin parar y en los bancos nada de nada… – volver al curro. Esta tarde me terminaré el plan de obra de la plaza de toros de Las Rozas. Alguien sabe que vale un burladero??

Hola

Han tenido que pasar cuatro meses y casi 30 kilómetros de largos para que, por fin, esta tarde, alguien se haya dignado a decirme «hola» al entrar en la ducha de la piscina. Cuatro meses. Yo soy el primer antisocial del vestuario, puesto que en cuatro meses y yendo siempre a la misma hora acabas coincidiendo con los mismos, aunque nunca he saludado a nadie. Pero siempre queda gente educada o extrovertida que saluda por norma seas quien seas, al entrar o al salir. Y este debe ser el único con quien he coincidido que lo haga. Así que «hola», «hola», y después «hasta luego», «adios» (yo soy el segundo). Mis compañeros dicen que igual no saludó espontáneamente, pero estamos en navipeich y quiero pensar que sí.

Tsunami

Salgo cinco minutos antes de currar porque hoy hay que pagar la piscina. Llego y me dice la cajera que la banda magnética hoy sí lee, así que pago, me cambio y al agua patos. 400 a braza y 400 a espalda; no me da tiempo a más. Hago mi braza, mientras cotilleo quien está en las calles contiguas y a todo aquel que entra y sale. Hago mis respiraciones y me lanzo de espaldas que es más aburrido porque solo veo placas de falso techo y las salidas de la climatización. Cuando me quedaban apenas 75 metros para terminar, estirar e irme ocurre el tsunami. El tsunami consiste en que alguien de la calle contigua no sabe nadar sin dar patadas sobre la superficie del agua y al darla desplaza una cantidad considerable en la calle de al lado (la mía). El principio de Arquímedes en estado puro. Si tú en ese momento no estás ahí o nadas a otro estilo no pasa nada; pero si nadas a espalda toda esa cantidad de agua clorada pasa, vía nasal, a tu tráquea, propiciando la típica sensación de «se me van a salir los ojos de las cuencas», junto con las ya conocidas «toser tumbado no es posible» y «me voy a cagar en tu puta madre». Se llega como buenamente se puede al final de la calle, se respira, se acaba y se estira. Personalmente prefiero no mirar quién fue. Soy un poco rencoroso.

Maldonado

Salgo cinco minutos antes de currar porque hoy hay que pagar la piscina. Llego y me dice la cajera que la banda magnética no lee y que si no tengo en metálico nanai. Me doy la vuelta ya mosqueado y salgo a la calle. Tengo dos opciones: a) bajar al Santander de República Dominicana, sacar la pasta, subir, pagar en metálico y meterme al agua a las 3 menos algo, con lo que ya voy mal de tiempo, con prisas, lunes y mal, o b) pasar de nadar e irme a comer (lo que me obliga a ir a la piscina el viernes, cosa que no tenía en mente). Elijo b. Como ya estoy desorientado me voy al Vips de Príncipe de Vergara. De camino, mientras cruzo el semáforo el conductor del primer coche me hace una señal con la mano. Me quito el auricular y me pregunta por la plaza de Cataluña. Lleva un opel Astra del año catapún. Miro y es el del tiempo, el Maldonado. Le indico cómo llegar (gira a la derecha, baja hasta pasar Serrano, no digas tanto septentrional y meridional que nunca sabemos a qué te refieres, y la siguiente plaza es la plaza de Cataluña). Gracias y demás, sigue su camino y yo me meto al Vips. Pido fumadores (no sé por qué), pido de comer y rebusco en el iPod algo que escuchar en lugar del incesante caer de tenedores (el Vips más ruidoso, sin duda). Me traen el pan cuando estoy terminando el primero, me traen la hamburguesa del segundo y también trae huevo (ya van dos hoy, más la tortilla del desayuno). Y para remate, el helado trae hielo. Comer sin querer comer, en el Vips del silencio, sólo, sin periódico y con David Demaría llora que te llora canción tras canción (lo eché al iPod para sobarme cuando pillara sitio en el metro pero lo estrené hoy comiendo). Llego a la oficina y la máquina de café no funciona. En cuanto los huevos, la hamburguesa y el helado empiecen a centrifugar estaré sobado sobre la mesa. Respiro hondo. En 48 horas estaré de vacaciones. Hay que ser fuerte…

Nadando

Hoy me he preguntado cuánto llevaré nadado desde que empecé la piscina. Cómo llega alguien (que tiene que presentar dos proyectos en 24 horas y está liao) a pensar eso en plena jornada laboral? Eso es un misterio. Pero lo que he nadado no. Así que como me sobra tiempo (sic) he hecho memoria (y mira que yo gasto poca) y he calculado. Y me he dado cuenta de que me eso motiva. Y para algo que me motiva no lo voy a dejar escapar, no? Asín que he decido que lo voy a ir apuntando día a día. Así crece alguna cifra en mi vida a este lado del cero y no por el otro, como la del banco, por ejeneplo.

Olímpico

Ya que el jurado que seleccionaba los logotipos olímpicos de Madrid 2016 decidió que el mío no iba a serlo, yo decidí que una parte de mí debía ser olímpica. Y por eso me matriculé en el polideportivo Chamartín para retomar mis ansiadas sesiones de natación. Las diferencias entre el año pasado y este son muchas y muy variadas, pero la principal es que la piscina de este año es olímpica. El lunes, pertrechado con gorro y gafas nuevas, y lleno a rebosar de ilusión por la vuelta, caliento y me meto en la piscina; empiezo a nadar a crol y sigo nadando, y sigo y sigo y empiezo a cansarme y levanto la cabeza y no veo el fin de la calle; el bordillo es una fina línea blanca que, según avanzo, me parece más y más lejana. Creí morirme en el tercer largo. Hoy finalmente, 3 días después, he sido capaz de hacerme 8 largos completos (400 metros) sin terminar teniendo que recoger la lengua del fondo. Mañana llegaré a los 500. El verano pasa su factura y hace que el reencuentro con la piscina haya sido más traumático de lo que esperaba. Pero en un par de semanas estaré funcionando a pleno rendimiento, y el año que viene cuando lleguen los Juegos de Pekín tutearé a Phelps. Y si no, al tiempo.

En resumen

Se acabó la Semana Santa número 31. Cosas que he hecho: Se acabó la Semana Santa número 31. Cosas que he hecho: – Gelatina. – Ver «El reino de los cielos«. – Ver «Bienvenido a casa«. – Estrenar una camiseta (el domingo de Ramos, of course). – Enterrar dos peces (que no resucitaron el domingo). – Ver «Alatriste«. – Ver «El código daVinci«. – Ver «Pequeña Miss Sunshine«. – Fumigar mi enredadera que estaba llena de miseria. – Ver salir 3 tulipanes de mis macetas. – Limpiar la casa – Ordenar muchísimo papeleo (innecesario por otro lado). – Gastarme 15 euros en un atraco a la sección de chocolates, helados y chuches del Condis de la esquina. – Ver llover. – Ver diluviar. – Coserme dos botones flojos de una americana. – Abdominales. – Ir a la piscina. – Ver «Crimen Perfecto» – Ver salir (por la tele) y entrar (allí en vivo, colándome) la procesión de «Jesús el pobre» (y tener que escuchar en el cogote cosas del tipo «llevamos aquí tres horas para que ahora se nos ponga el largo este delante y no veamos nada»). – Sacar del armario toda la ropa que tengo que arreglar y/o dar a Caritas. – Palomitas. – No ver casi el sol. – Dos entrevistas. – Limpiar los zapatos. – Ver (de pasada) media hora de Héroes y bajarme toda la temporada para verla del tirón. – No gastar pasta. – Madrugar un domingo para ver la primera de Alonso. – Ir a comer el arroz con leche que mi abuela hace todos los jueves santo. – Dormir mucho. – Oir llover. – Terminarme el primer volumen de «Fortunata y Jacinta». – Bajar a comer a casa de mis padres en coche y aparcarlo en la plaza más cercana a su puerta y a la mía después, de vuelta. – Dejarme el móvil en el coche y no echarlo en falta durante 27 horas. Qué de cosas, no? Aún así ha sido un rollazo…