Y diez.

Un par de semanas antes de que acabara 2006, el año en el que cumplí los 30, decidí montar un resumen de fotos de ese año en el que habían pasado cosas muy relevantes para la época: emancipaciones, bodas, partos,… novedades que llegaban con la treintena. La intención era regalárselo a algunos de los protagonistas de aquellas emancipaciones, bodas, partos,… y que no pasara de ahí, pero al final lo subí a youtube y creé el fenómeno de «el vídeo del año» que se ha ido repitiendo año tras año en los últimos diez: 2006, 2007, 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014 y 2015. Hoy. Hoy publico el décimo y último vídeo del año, el que cierra la década en la que cumplí años con un 3 por delante. Sin quererlo he conseguido tener un recuerdo gráfico de «mi paso por el programa» en las 10 últimas ediciones de la vida, aunque haya sido con fotogramas fijos. En estos 10 años la manera de realizar estos montajes ha cambiado mucho. Y la forma de registrar gráficamente la vida también. Así que para los 40, para la nueva década que se me viene encima, cambio el formato y la fecha de publicación, al día de mi cumpleaños. Este año habrá ración doble de vídeo (diciembre y febrero) y la próxima nochevieja tendré que pensar en otra forma nueva de desearos: Feliz Año Nuevo!

2012 en 4 minutos y medio

Seis meses trabajando, cuatro locales comerciales, un par de gilipollas por el camino. Seis meses parado, dos cursos, cero expectativas. Una operación, dos cicatrices, catorce puntos; un corte fortuito, otra cicatriz, tres puntos. Una boda, un bautizo y un funeral. Tres islas, un apóstol, una ría, Granada, Segovia, Toledo, Soria, Tudela. #Ryanair=Ladrones. Una multa, 300 euros, dos puntos. El fin del mundo que no fue. Y mi primera sobrina! (y ahijada) que pasaría perfectamente como hija mía. 2012. Feliz 2013!

FlashForward

En uno de los viajes que he realizado a Sevilla en las últimas semanas salí de Atocha a las 7 de la mañana. Eso me hizo levantarme muy pronto en casa para estar a tiempo en la estación, con lo que el sueño que viaja en los bolsillos es considerable. Al poco de arrancar el tren, por Entrevías o así, caí roque contra la ventanilla y estuve durmiendo durante casi dos horas, hasta Córdoba. En Córdoba desperté al parar el tren y ya no volví a dormirme. Aproveché entonces para contemplar el paisaje durante la media hora que quedaba de recorrido. A medio camino, todavía medio dormido, divisé al fondo sobre el horizonte una luz muy potente y bastante lejana, que me recordó instantáneamente a FlashForward, la serie, y al aparato que generó el desvanecimiento. También pensé en ovnis aterrizando en plena mañana en Córdoba, pero me gustó más la primera idea. En sucesivos viajes he buscado esa luz, que aparece por la ventanilla de la izquierda. Hoy Pepa ha contado en el Telediario que lo ha inaugurado el Rey. Es una planta solar, al más puro estilo Sim City. A 30 kilómetros de la vía del AVE y en servicio desde mayo. Al verlo, la idea del desvanecimiento mundial se ha ido al garete, hoy que tan bien me hubiera venido el desvanecimiento y la visión del futuro.

El final del verano

Mañana viernes por la mañana, antes del mediodía, se acaba el verano. Cuando llegue la hora del Ángelus ya estaremos en otoño, la última estación meteorológica que nos queda por vivir completa en este año 2011, en el que las estaciones, esos antiguos períodos de tres meses, siguen durando 3 meses, pero cuya sensación de duración real es de años completos. Este verano ha sido muy largo; larguísimo. No por tener que trabajar, que es algo que en general se agradece, sino por haber tenido que hacerlo a diario hasta las siete de la tarde, de lunes a viernes, sin excepciones, sin jornadas intensivas, incluso en muchos días sin absolutamente nada que tener que hacer en horas, pero teniendo que estar físicamente allí, en el trabajo. Se genera así una sensación de cansancio y de escasez de tiempo libre que me ha traído hasta aquí, sintiendo que las últimas navidades fueron hace 30 meses o más… La llegada de la nueva estación me pillará, además, fuera de mi ciudad, concretamente en Sevilla, donde últimamente he tenido que viajar bastante para terminar una obra. Cuando esté volviendo en el AVE en algún lugar entre el paralelo 57º Norte y el Sur está previsto que se estrelle un satélite, del tamaño de un autobús, que la NASA sabe que cae mañana, pero no dónde, ni exactamente cuándo. A mi todo esto me crea incertidumbre; desde cuándo la NASA no sabe dónde ni a qué hora aproximada va a caer el bicho? Desde cuando la NASA da esos intervalos tan abiertos? Porque el 57º Norte está al norte de Canadá y el 57º Sur al sur de Chile y Argentina. Eso en mi pueblo es no tener ni idea de nada. Y el bicho es suyo, lo lanzaron ellos hace años y ahora nos puede caer a cualquiera encima, por mucho que se vaya a desintegrar en 26 fragmentos y por mucho que la probabilidad de que caiga sobre alguien sea de 1 entre 3200. Personalmente yo ya tengo una lista de lugares y personas sobre las que podían caer algunos de esos 26 fragmentos, pero por lo pronto me conformaré con que no caigan encima de mí o del tren que me traerá de vuelta a Madrid.

Terremoto

Anoche estuve viendo Comando Actualidad, que era monográfico sobre el terremoto de Lorca. No vi más allá de la primera media hora, la que recogía impresiones de vecinos, técnicos y UMEs y las imágenes más impactantes de los edificios más afectados, históricos por un lado y de viviendas por otro, algunos más antiguos y otros relativamente modernos: todos afectados. Viéndolo recordé los años de carrera, cuando nos contaban lo que se debía y, sobre todo, lo que no se debía hacer. Me llamaron la tención dos cosas. La primera es que ninguna de las dos reporteras del programa llevaban casco, ni cuando grababan en la calle ni cuando lo hacían dentro de los edificios. Pero ni ellas ni los militares de la UME con los que charlaban. Estos iban edificio por edificio revisando estructura y acabados y terminaban la visita marcando con un spray de color en el portal el estado del inmueble, de una forma fácil y sencilla, como la que yo uso para clasificar las celdas de mis exceles, a lo semáforo: verde bien, amarillo regular y rojo fatal. Los militares llevaban la boina de su uniforme pero tampoco llevaban casco, al menos no los que salieron en imagen. Sí lo vestían un grupo de «técnicos multidisciplinares» con los que se cruzó una de las reporteras. La acompañó una colega aparejadora para enseñarle varias patologías de varios edificios y llegar a la conclusión a la que llega cualquiera sin ser «técnico multidisciplinar»: se ha construido mal, muy mal; un terremoto de 5 no puede tirar abajo edificios de estructura de hormigón relativamente jóvenes. En uno de los que apareció en pantalla solo quedaban tres o cuatro forjados, apilados uno encima de otro, a modo de tres o cuatro rebanadas de pan de molde, aplastando entre ellos todo lo que antes configuraba los soportes, la tabiquería, las fachadas y el amueblamiento interior. No daba la sensación de ser el país que se autodenominaba «la octava potencia del mundo» cuando se construyeron muchas de esas edificaciones. Lo segundo más llamativo era el orgullo, rayano con la pedantería, de aquellos cuyas casas no habían sido afectadas por el terremoto, como si de eso se desprendiera que ellos son mejores que los demás, que compraron con criterio; para mi opinión simplemente tuvieron fortuna al adquirir su vivienda en la ruleta de la suerte que supone y suponía comprarse un piso. Si nunca hubiera habido un terremoto sus casas hubieran sido igual de buenas, o de malas, que cualquier otra. Especial mención hago a una señora que presumía de casa intacta, con 300 años de antigüedad. Simplemente defendía que antes se construía mejor, no que su casa lo fuera. Con independencia del año de construcción, lo más importante que merece un edificio (o un coche o una amistad) es su mantenimiento en el tiempo. Algunas de esas iglesias que se vinieron abajo en Lorca, y gran parte de sus edifcios, no lo hubieran hecho si se hubieran mantenido correctamente. Sirva este terremoto para advertirnos de que dentro de veinte o treinta años, si no menos, y sin necesidad de terremotos, muchos edificios construidos en tiempo y con beneficios record sufriran alguna de estas patologías. Tendremos entonces una nueva burbuja, la de la rehabilitación y el mantenimiento, que será necesaria si no queremos encontrarnos con un parque de viviendas en semi-ruina.

Demolición

Cualquier persona que se dedique o quiera dedicarse a la construcción (a pesar de los tiempos que corren en todo y aquí más) debería acercarse a echar un vistazo a la obra de demolición más grande que se puede ver ahora mismo en Madrid, la de la antigua fábrica de cerveza Mahou junto al estadio Vicente Calderón, entre el paseo de los Pontones y el paseo Imperial. A veces, muchas veces, un proyecto de esta envergadura puede llegar a ser más interesante y más ambicioso que un proyecto de obra nueva. Cuando termine la demolición, que al paso que lleva será por el verano, se habrán liberado más de 60.000 metros cuadrados de superficie en pleno centro de Madrid, lo que viene siendo la extensión de la Puerta del Sol, pero multiplicada por 6, o la de la Plaza Mayor, multiplicada por 6,5. Ahí es nada. Lo que más me ha llamado la atención de esta demolición en concreto, además de las máquinas, de los hierros que sobresalen del hormigón o de los esqueletos de las estructuras que aún quedan en pie, son los depósitos de la cerveza, que por algún motivo desconocido suponía de acero o prefabricado, pero que en la realidad están seccionados por la mitad dejando ver el espesor cerámico del interior del muro. Y como gran cambio en el paisaje, desde ya, Carabanchel es visible desde la intersección de los dos paseos antes mencionados, solo eclipsado por el Calderón, que también tiene sus días contados.

Alter ego

Existe en el mercado una empresa de instalaciones hidráulicas cuyo Gerente comparte su nombre conmigo. Nos llamamos exactamente igual: nombre y apellido, primer apellido; como los nombres de pila americanos, sobre el papel somos la misma persona. Durante mis años de obra conocí su existencia, en una ocasión le pedí presupuesto e incluso llegué a hablar con él, saliendo de dudas sobre un hipotético parentesco. Cada vez que cambiaba de obra, de empresa o de puesto surgía la pregunta «tu padre es…?» a la que yo siempre contestaba «mi padre es mi padre y no quien crees». Descolgaba la ropa seca del tendedero esta mañana cuando sonó el teléfono por primera vez. «Eugenio?» «No, te has equivocado». «Perdona». Ya tendía la ropa mojada de la nueva lavadora por colgar la segunda vez que sonó y supe de antemano que era la misma persona, otra vez. —Perdona, soy el que te ha llamado antes. Estoy llamando a una empresa de instalaciones? —No, te has confundido. —Es que este número estaba en la agenda del anterior comercial… —De cualquier forma, este es mi número personal. Mientras aceptaba sus disculpas y colgaba comencé a pensar en cómo estaría escrito mi nombre en esa agenda, si constaría mi nombre y apellido o sólo el apellido; o mi inicial con un punto detrás y después mi apellido o sólo mi nombre, con acento o sin él. Después amplié el pensamiento a otras agendas. En cuántas aparecerá mi nombre, en la hoja de la letra erre, con mi puesto o mi empresa o mi obra, las de entonces, anotadas entre paréntesis a continuación… Mientras pensaba en todas estas inquietudes y escribía mentalmente esta entrada me di cuenta de que si tres de los cuatro últimos libros que he leído no hubieran sido escritos por el magnífico Paul Auster, estas líneas y estas reflexiones nunca hubieran sido así.

El Molín

Creo que aún vivía en el hotel, en aquella habitación abuhardillada en la que todas las mañanas me despertaba (antes de que lo hiciera el despertador) con el ruido sonido de las gaviotas. Debió ser por entonces, una tarde, al finales del mes de agosto cuando me llevó allí. Me dijo que me gustaría el sitio y que nos tomaríamos unas sidras comiendo llámparas mirando el mar. Para un madrileño que apenas había salido de casa las llámparas eran un vocablo que no existía en el diccionario, pero la idea de mirar el mar me atraía bastante más. Salimos de la ciudad y enfilamos una carretera comarcal que a medida que avanzábamos se iba estrechando y cubriendo de eucaliptos. Y retorciendose una y otra vez. Ahí comenzaron mis dudas sobre si, al cruzarnos con un hipotético coche en sentido contrario, cabríamos los dos por una calzada tan estrecha y sinuosa, pero lo cierto es que las dos veces que se dió esa circunstancia, con el susto inicial incluido, cupimos. Todo para llegar a un claro, cerca del borde del acantilado y bajar unas escaleras. «Te va a gustar». Si en lugar de llámparas hubieramos comido gominolas de ositos me hubieran sabido exactamente igual. No era lo que comías, era el sitio el que olía a sal, a mar, como aquellos bichos. No quise quedarme muy bien con la definición de lo que eran, unas lapas con concha que se adhieren a la roca para soportar la marea; no quería parecer paleto pero aquellos bichos no me acababan de convencer. Tampoco me disgustaron, porque no dejamos ninguna, pero no era la comida, era el sitio, el ambiente. Y la sidra. La sidra era lo que me tenía como un niño pequeño: escanciábamos sidra! La primera la puso el camarero, pero las siguientes fueron cosa nuestra. Ella se apañaba bastante bien, pero yo me estrenaba y trataba de cogerle el asunto al giro de muñeca y a la horizontalidad del cuello de la botella. La marea estaba en pleamar y nos  tenía casi encajonados en aquella terraza, mientras las olas batían una y otra vez. Al cabo de casi dos horas nos dimos cuenta de que era casi de noche y de que había que regresar a casa. Sin quererlo, en ese rinconcito del Cantábrico, nos habíamos contado casi todo lo que teníamos que contarnos, lo imprescindible, para saber que en los próximos meses, en los que trabajaríamos juntos, nos íbamos a llevar bien. El miércoles, una riada se tragó El Molín del Puerto. Y al ver las fotos me entristece pensar en no poder regresar a determinados sitios, aunque sea solo para evocar otros recuerdos.

Pre-inscrito

Fui al dentista a las diez, porque tenía cita para la revisión de la férula. Después de mirarme las encías y comprobar que están perfectamente y que mi sensibilidad ha desaparecido, el dentista procedió a examinar la férula. Hasta cuatro personas miraron asombradas las marcas de todas mis piezas inferiores en la férula, algunas con más de un milímetro de profundidad. —Sueñas cuando duermes? —me pregunta el dentista. —Me supongo, pero no lo recuerdo. —Mejor, porque con estos mordiscos… Salí del dentista y me subí a Madrid. Tenía que recoger una documentación cerca de Sarajevo la calle Serrano, de donde conseguí salir entre tanta valla «tipo Ayuntamiento», tanta pilotadora de pantallas y tanto newjersey de plástico. Alcalá, Gran Vía y Princesa. En esta última un Peugeot 107 azul marino, nuevo, con un peluche en la bandeja trasera y una L resplandecientemente nueva, formaba un espectacular atasco. La pobre conductora no era capaz de echar andar el coche calle arriba frente al hotel Meliá. Lo calaba una y otra vez. Y otra más. Y otra. Cuando conseguí adelantarle recordé mi primera experiencia en hora punta en la cuesta de san Vicente, que fue bastante parecida, pero con un Renault 7. Llegué a la Escuela de Aparejadores, mi escuela, con mucha seguridad (toda la que me faltó en anteriores visitas) a solicitar mi expediente académico. Yo pensaba que ser antiguo alumno tendría alguna ventaja, pero no: me tocó aguantar pacientemente la cola de secretaría como toda la vida, entre alumnos con matrículas y mucho jovenzuelo. Al llegar a la puerta descubrí otro motivo de desesperación más: la Ley de Protección de Datos. Al entrar me encontré con «las pilinguis». Aún hay dos de las tres que conocí. «Las pilinguis» son las funcionarias de secretaría y las llamábamos así porque su estilismo en los noventa era aún ochentero: mini-minifaldas de cuero, vaqueras, pelos cardados, abuso de la laca, tintes rubios con raíces negras… Ahora ya no llevan tanto retraso temporal en su indumentaria y vestían ropa perfectamente de moda a primeros de siglo. La rubita (de bote con raíces negras) de siempre me atendió. —Es por lo de la Ingeniería de Edificación? —me dice sonriendo. —Sí —le digo yo sonriendo más. —Dame tu DNI. Se lo doy y lo teclea en la base de datos. En ese momento aparece mi ficha en pantalla y, lo peor, mi foto, una foto de 1996. Ella ha mirado la foto y después ha cotejado la del DNI. Y después se ha girado para mirarme la cara mientras yo sonreía y le ponía ojitos de «no-hagas-comentarios-sobre-el-pelo, porfa«. Me entrega mi expediente, me sonríe de nuevo, le doy las gracias y me voy al Rectorado de la Universidad Politécnica a entregar el expediente y el resto de la documentación. Allí había otra cola más, esta más heterogénea, porque los papeles que la gente entregaba eran variados y con diferentes colores. Me entretengo leyendo el periódico en el móvil mientras la cola avanza y llega mi turno. —Vengo para la presentar la pre-inscripción en el Grado —le digo a la chiquilla del mostrador. —Muy bien. Déjame la documentación. Le hago un par de preguntas sobre una fecha que no tenía clara y que tenía que rellenar y me dejo a propósito una casilla sin rellenar. Entonces me entero de que hay un examen, «una prueba» (como me dice ella) la semana que viene. Así que sí. El próximo miércoles tengo que ir a la Escuela ha hacer un examen de inglés, del que aún no han colgado nada en la página y que creo que no me voy a preparar. Y sí, ya estoy pre-inscrito para poder matricularme en septiembre en la Universidad y sacarme el Grado en Ingeniería de Edificación. Veremos si paso la prueba de inglés, si paso la ecuación de baremo (que incluye la nota de Selectividad), si consigo plaza y si al final me matriculo o no…

Bluff

Una lluviosa mañana de sábado de 2004 llegué en cercanías a la estación de Atocha y, después de llenarme los zapatos de barro, conseguí acceder a la caseta de obra donde me esperaba mi compañero Ingeniero de Obras Públicas con un casco, un impermeable y unas botas de ingeniero. «A buenas horas», pensé mientras me las calzaba. De allí salimos para montarnos en un trenecito de tamaño XS que nos llevó hasta un lugar indeterminado bajo la calle Hortaleza por donde avanzaba a buen ritmo la tuneladora que horadaba el segundo túnel de la risa. No sé si ya por entonces la empresa adjudicataria de la construcción de la estación de Sol (distinta de la nuestra) había empezado la obra o no. Lo que recuerdo es que cuando el túnel entró en servicio el año pasado hice un viaje por él para mirar, como un niño con la nariz pegada al cristal, lo que se intuía desde el túnel de la futura estación. Pero hoy, cuando he salido del tren y he llegado al final de las escaleras mecánicas de subida he pensado que la estación era un gran bluff. No sé qué esperaba; realmente nada, puesto que ya la había visto por la tele y en internet; quizás que al verla en directo me impresionara algo más. Pero nada de nada. Me ha parecido una estación de cercanías subterránea más. Ni joya de la corona, ni joya siquiera. Arquitectónicamente. Como obra es, evidentemente, un obrón de campeonato que ha dejado la Puerta del Sol y la calle Montera más huecas aún de lo que ya lo estaban. Y como infraestructura es algo que a la ciudad le va a venir muy bien (como esa línea que quieres hacer, Pepiño, transversal a las de la risa. Sácala a concurso ya!!). upongo que eso es lo que me hace diferente: todo el mundo despotrica sobre la salida acristalada y poliédrica y a mí es lo único que me gusta…

Líneas auxiliares

Las líneas auxiliares son partes imprescindibles del dibujo, y de la vida. Están ahí, siempre. Se trazan suavemente pero en firme, lo suficiente para saber que están y dónde, pero sin que nos tapen la visión de las líneas definitivas. En el fondo todo son trozos de líneas auxiliares que repasamos con un lápiz de mayor dureza para hacerlas definitivas. Los profesores de Geometría nos pedían no borrar las líneas auxiliares que habíamos usado para trazar el ejercicio. Con ellas sabían si realmente habíamos llegado solos a esa conclusión o nuestro dibujo no era más que la copia aproximada del dibujo del vecino. La muerte es una línea auxiliar más. Está en el papel y en algún momento habrá que repasarla con el lápiz duro. Intentamos tenerla localizada para evitarla, para regruesarla lo más tarde posible, para que cierre el dibujo al final, cuando todos los pasos ya se han dado y cuando todas las intersecciones han quedado definidas. Pero hay otras líneas auxiliares, otras muertes, que sin ser la nuestra nos cambian el dibujo. Líneas que cruzan nuestro dibujo con mayor o menor grosor. A veces marcadas sólo con un lápiz del 1 ó del 2, que todavía es posible borrar por medio de un stent y volver a trazar en paralelo, con una escuadra y un cartabón, algo más lejos de la línea original, fuera de nuestro dibujo. Otras veces no hay tiempo para trazar una paralela y un día las descubrimos definitivamente trazadas en tinta, sin posibilidad de eliminarlas, ni siquiera raspando con una cuchilla. [Descansa en paz.]

Seminarista

La capacidad del flamante nuevo auditorio del Colegio debe rondar las 100 personas y estaba lleno, más o menos, al 80-90%. A mi me invitaron por estar dado de alta en la Bolsa de Trabajo del Colegio y desempleado, como casi todos los asistentes. Por delante cuatro horas de seminario gratuito (un detalle para las circunstancias) bajo el título Técnicas de actuación ante la nueva situación del mercado laboral, cuatro horas, una detrás de la otra. Primero nos hablaron dos abogados sobre temas jurídicos y legales que ya conocía casi en su totalidad, al menos en lo que me incumbe. Uno de ellos era externo y el otro del Colegio. Un crack este último porque gracias a frases como «la cámara de fotos es tu mejor amigo, ni perro ni nada»,  «los autónomos en teoría estáis trabajando, aunque no trabajéis. Para la Administración, no trabajáis porque no quereis» ó «para que te concedan un aval hoy en día hay que estar emparentado con el Vaticano» consiguió que no cayera roque en la delicada primera hora de un curso vespertino, que siempre coincide con la digestión. Luego habló una mujer sobre líneas de crédito y creación de empresas y, mientras, hojeé un libro que nos han editado para la ocasión, una especie de Guía para sobrevivir al desempleo en la construcción en el nuevo siglo. Cuando terminó la mujer nos dejaron quince minutos para descansar. Y fumar; casi no he fumado hoy entre curso y piscina. En lugar de bajarme a la calle, que estaba dos plantas por debajo, me subí a la azotea, que estaba dos plantas por encima. Siempre es mejor fumar viendo cosas así: Después del parón la responsable de la Bolsa de Trabajo nos contó por enésima cómo se hace un currículum y una carta de presentación y cómo se afronta un proceso de selección y una entrevista y esas cosas de siempre, aunque en el fondo fueran divertidas sus anécdotas y útiles sus consejos. Y quedaba una última hora, reservada para otra de recursos humanos que yo pensaba que nos iba a contar más de lo mismo. Pero no. Con ella tuvimos que pensar; hubo que aparcar a un lado términos técnicos, económicos y jurídicos, por otros, más difíciles de asumir y de decir en alto: frustración, incertidumbre, fracaso, culpa, decepción, miedo, ansiedad, estrés, angustia, palabras que salían de boca de gente que las sentía, como las he sentido yo. Elena nos ayudó a decirlas en alto y a afrontarlas, como el resto de problemas. Y nos dijo que habláramos, que no lo guardáramos, porque «cuando uno habla [o escribe], ordena sus pensamientos».