4 céntimos de más

Cuando el árbitro del Barça-Madrid estaba pitando el inicio del partido yo estaba terminando mi lista de la compra. Unos minutos después he cogido el alfita y he transitado por calles semioscuras (esto por culpa del Ayuntamiento) y semivacías (esto por culpa del partido) hasta llegar a Carrefour. Una vez allí me he dado cuenta de que la gente que estaba haciendo la compra, como yo, no debía ser muy futbolera a excepción de ocho o diez hombres que, apostados frente a las televisiones LCD, veían el desarrollo de la primera parte. Hacer la compra durante el Barça-Madrid te permite aparcar junto a la puerta, hacer la compra en tiempo récord y no esperar en la línea de cajas para pagar. Suelo ir bastante directo a por las cosas que llevo en la lista y no suelo entrar en los lineales de donde no necesito nada pero cuando no hay gente es más fácil fijarse en pequeñas incongruencias, a la par que engaños, muy mal disimulados. El ejemplo concreto: Al verlo he recordado un blog del que me hablaron esta semana. Se llama Harto de Carrefour y en él se describen cosas como éstas y otras peores. Un hater, como lo soy yo en redes sociales con Ryanair (=LADRONES!), que se lo toma muy, muy en serio. No había terminado ahí el lucimiento de Carrefour esta tarde ya que, al recibir la infinidad de tickets y descuentos que te ofrecen con la cuenta, me han entregado uno para un descuento sólo aplicable en los centros de Santiago, Tortosa y Puigcerdà. Todos muy cercanos.

FlashForward

En uno de los viajes que he realizado a Sevilla en las últimas semanas salí de Atocha a las 7 de la mañana. Eso me hizo levantarme muy pronto en casa para estar a tiempo en la estación, con lo que el sueño que viaja en los bolsillos es considerable. Al poco de arrancar el tren, por Entrevías o así, caí roque contra la ventanilla y estuve durmiendo durante casi dos horas, hasta Córdoba. En Córdoba desperté al parar el tren y ya no volví a dormirme. Aproveché entonces para contemplar el paisaje durante la media hora que quedaba de recorrido. A medio camino, todavía medio dormido, divisé al fondo sobre el horizonte una luz muy potente y bastante lejana, que me recordó instantáneamente a FlashForward, la serie, y al aparato que generó el desvanecimiento. También pensé en ovnis aterrizando en plena mañana en Córdoba, pero me gustó más la primera idea. En sucesivos viajes he buscado esa luz, que aparece por la ventanilla de la izquierda. Hoy Pepa ha contado en el Telediario que lo ha inaugurado el Rey. Es una planta solar, al más puro estilo Sim City. A 30 kilómetros de la vía del AVE y en servicio desde mayo. Al verlo, la idea del desvanecimiento mundial se ha ido al garete, hoy que tan bien me hubiera venido el desvanecimiento y la visión del futuro.

Αθήνα

30 horas en Atenas es un tiempo más que considerable para concebir una opinión de la ciudad, para decidir si te gusta o no, para clasificarla entre todas las que conoces y, por qué no, para ponerte del lado de los griegos o de los alemanes (con el tema de la deuda; ahora entiendo un poco a Angela Merkel), para comparar a nuestro país, del que yo siempre he tenido dudas, y al que volveré el domingo pensando como ZP: somos un gran país; no somos Francia o Alemania pero somos un gran país. La pregunta persistente que suena en mi cabeza desde que llevaba aquí un par de horas es ¿En qué se ha gastado esta gente el dinero de los fondos europeos hasta que se ha cortado el grifo? ¿En qué? Todo el mundo despotricando de Lisboa hace dos años cuando fui (que si es vieja, que si está descuidada, que si parece España en los 60) y resulta que al lado de esta gente (que además han organizado en los últimos diez años unos Juegos Olímpicos y una Eurocopa) parece otro gran país. El sur no es el norte, eso es evidente, pero sin conocer Italia diré que también hay varios «sures», y el nuestro no es el mismo que este. Además es rara. Mucho. Aquí mi lista de cosas llamativas: – Chalecos antibalas. Los llevan muchos polis y todos los seguratas (el de Zara, el del McDonald’s…). – Las calles no tienen líneas, ni contínuas ni discontínuas. Ni pasos de cebra pintados. Y algunos semáforos duran diez segundos para los peatones. – Cruzas algunas calles y parece que has cambiado de ciudad y hasta de país. – En general está descuidada y dejada. Los edificios poco o nada mantenidos. Y el conjunto es un poco deprimente. Esto va por zonas. – Está poco iluminada. Y no será por ahorro energético: hay terrazas con ventiladores en la calle y las tiendas tienen el aire acondicionado a tope con las puertas abiertas. Además muchas líneas de autobuses van electrificadas. – Las luces de navidad siguen puestas en algunas calles (hoy es 25 de julio). – Uno de cada tres motoristas va sin casco. – El Parlamento es como el Palacio de Riofrío (esto es una opinión personal mía). – Las tiendas (algunas) abren a las 6 y cierran a las 9 de la noche. Otras siguen abiertas a las once y pico. – Hay perros por todos los lados, dormidos. Y ademas con pinta de vagabundos, que lo serán. – Los nombres de los sitios son como formulas fisicas, todo lleno de alfas, deltas, epsilons y nuestro querido número pi, en mayúsculas y en minúsculas. – Hay zonas que parecen soviéticas, la calle del hotel, Pireos, sin ir más lejos. – Y en el metro nada de dejen salir antes de entrar. Esto es más achacable a los guiris, aunque yo aquí lo sea. – No hay papeleras en el metro, aunque el suelo no esta sucio; y aunque en general es antiguo y sin ningun alarde de cartelería, está bastante limpio. – No he visto ninguna oficina del Banco Santander. A cambio vi tres Zaras, dos Bershkas y un Stradivarius. – Puedes encontrarte con polis sentados en una terraza, de uniforme y casualmente sin chaleco antibalas. Dicho esto diré que vine a ver la ciudad que existía hace 2500 años, aunque haya tenido que alojarme en la actual. Mañana, por fin, a la playa.

Terremoto

Anoche estuve viendo Comando Actualidad, que era monográfico sobre el terremoto de Lorca. No vi más allá de la primera media hora, la que recogía impresiones de vecinos, técnicos y UMEs y las imágenes más impactantes de los edificios más afectados, históricos por un lado y de viviendas por otro, algunos más antiguos y otros relativamente modernos: todos afectados. Viéndolo recordé los años de carrera, cuando nos contaban lo que se debía y, sobre todo, lo que no se debía hacer. Me llamaron la tención dos cosas. La primera es que ninguna de las dos reporteras del programa llevaban casco, ni cuando grababan en la calle ni cuando lo hacían dentro de los edificios. Pero ni ellas ni los militares de la UME con los que charlaban. Estos iban edificio por edificio revisando estructura y acabados y terminaban la visita marcando con un spray de color en el portal el estado del inmueble, de una forma fácil y sencilla, como la que yo uso para clasificar las celdas de mis exceles, a lo semáforo: verde bien, amarillo regular y rojo fatal. Los militares llevaban la boina de su uniforme pero tampoco llevaban casco, al menos no los que salieron en imagen. Sí lo vestían un grupo de «técnicos multidisciplinares» con los que se cruzó una de las reporteras. La acompañó una colega aparejadora para enseñarle varias patologías de varios edificios y llegar a la conclusión a la que llega cualquiera sin ser «técnico multidisciplinar»: se ha construido mal, muy mal; un terremoto de 5 no puede tirar abajo edificios de estructura de hormigón relativamente jóvenes. En uno de los que apareció en pantalla solo quedaban tres o cuatro forjados, apilados uno encima de otro, a modo de tres o cuatro rebanadas de pan de molde, aplastando entre ellos todo lo que antes configuraba los soportes, la tabiquería, las fachadas y el amueblamiento interior. No daba la sensación de ser el país que se autodenominaba «la octava potencia del mundo» cuando se construyeron muchas de esas edificaciones. Lo segundo más llamativo era el orgullo, rayano con la pedantería, de aquellos cuyas casas no habían sido afectadas por el terremoto, como si de eso se desprendiera que ellos son mejores que los demás, que compraron con criterio; para mi opinión simplemente tuvieron fortuna al adquirir su vivienda en la ruleta de la suerte que supone y suponía comprarse un piso. Si nunca hubiera habido un terremoto sus casas hubieran sido igual de buenas, o de malas, que cualquier otra. Especial mención hago a una señora que presumía de casa intacta, con 300 años de antigüedad. Simplemente defendía que antes se construía mejor, no que su casa lo fuera. Con independencia del año de construcción, lo más importante que merece un edificio (o un coche o una amistad) es su mantenimiento en el tiempo. Algunas de esas iglesias que se vinieron abajo en Lorca, y gran parte de sus edifcios, no lo hubieran hecho si se hubieran mantenido correctamente. Sirva este terremoto para advertirnos de que dentro de veinte o treinta años, si no menos, y sin necesidad de terremotos, muchos edificios construidos en tiempo y con beneficios record sufriran alguna de estas patologías. Tendremos entonces una nueva burbuja, la de la rehabilitación y el mantenimiento, que será necesaria si no queremos encontrarnos con un parque de viviendas en semi-ruina.

Demolición

Cualquier persona que se dedique o quiera dedicarse a la construcción (a pesar de los tiempos que corren en todo y aquí más) debería acercarse a echar un vistazo a la obra de demolición más grande que se puede ver ahora mismo en Madrid, la de la antigua fábrica de cerveza Mahou junto al estadio Vicente Calderón, entre el paseo de los Pontones y el paseo Imperial. A veces, muchas veces, un proyecto de esta envergadura puede llegar a ser más interesante y más ambicioso que un proyecto de obra nueva. Cuando termine la demolición, que al paso que lleva será por el verano, se habrán liberado más de 60.000 metros cuadrados de superficie en pleno centro de Madrid, lo que viene siendo la extensión de la Puerta del Sol, pero multiplicada por 6, o la de la Plaza Mayor, multiplicada por 6,5. Ahí es nada. Lo que más me ha llamado la atención de esta demolición en concreto, además de las máquinas, de los hierros que sobresalen del hormigón o de los esqueletos de las estructuras que aún quedan en pie, son los depósitos de la cerveza, que por algún motivo desconocido suponía de acero o prefabricado, pero que en la realidad están seccionados por la mitad dejando ver el espesor cerámico del interior del muro. Y como gran cambio en el paisaje, desde ya, Carabanchel es visible desde la intersección de los dos paseos antes mencionados, solo eclipsado por el Calderón, que también tiene sus días contados.

Calvo

Participo desde hace años como panelista de dos empresas. Con una de ellas me relaciono a través de un pequeño software que, instalado en mi equipo, proporciona datos acerca de mi navegación por internet; algo parecido a los audímetros que algunas personas tienen en sus casas y con las que se establecen las audiencias de la tele. No hago nada más. A cambio recibía mensualmente la revista El Mueble, que yo había elegido previamente, de un catálogo de publicaciones. Hace unos meses decidí cambiarla por la revista deViajes, y ahora recibo las dos. Con la segunda la relación es mucho más interactiva. Con una frecuencia variable recibo en mi correo encuestas sobre temas y productos, la gran mayoría, muy variados; incluso en alguna ocasión he visto y conocido productos antes incluso de que se pusieran a la venta, y en algunos casos el resultado de la encuesta ha debido ser tan sumamente malo que no se han llegado a  comercializar. Completarlas lleva una media de diez a quince minutos y a cambio genero puntos que puedo canjear por vales de descuento en algunos comercios o donaciones a ONGs. Una de las últimas que me ha llegado ha sido imposible completarla, ya que mis respuestas eran siempre del tipo «no», «no uso» o similares…

Smelly cat

Hace dos semanas vi un documental del Canal Historia titulado La vida sin nosotros, siguiendo mi tradición catastrófica. El supuesto de partida es que el hombre, como especie, desaparece por completo de la Tierra, se extingue, sin dejar rastro, como desaparecida en un truco de magia. Pero quedan el resto de especies animales y vegetales, así como toda aquella transformación de la naturaleza realizada por el hombre, ciudades, infraestructuras y demás. El documental llega a predecir que se borraría todo rastro de la civilización sin mantenimiento y debido a la erosión y el trabajo de los agentes atmosféricos. Eso, y que crecería vegetación en sitios ahora inimaginables. En este punto sobre el crecimiento de la vegetación, sobre el que ya he reparado en otras ocasiones, siento especial interés por una serie de plantas que conviven conmigo y a las que veo morir en invierno y resucitar en primavera, o simplemente crecer y avanzar, lo cual me hace sentir que cada día que pasa no es casual. Después de cuatro veranos he conseguido que cuatro ramitas raquíticas de enredadera lleguen a cubrir casi la totalidad del muro. Junio 2008 Abril 2009 Junio 2009 Diciembre 2009 Junio 2010 Al mirar por la ventana ya no veía ladrillo sino una maraña de ramas verdes. Y eso reconforta. Pero, para no variar, la perfección, la calma, no podía durar mucho. Este verano no ha habido visitas indeseables, al contrario, disfrutamos de una aparente tranquilidad gracias a unos gatos, del patio contiguo al muro verde. Los gatos primero maullaban a horas intempestivas, pero no era grave; después empezaron a asomarse sobre el remate del muro y a avanzar sobre él, arrojando al suelo dos macetas; finalmente, como me temía, uno de ellos se ha colado en el patio, le he descubierto por casualidad y en su afán apresurado por salir de allí se ha encaramado como ha podido al muro, dejando este rastro destructor: Sé que los gatos no pueden leerme, pero advierto: no sería el primero que me cargara… Alguien sabe como deshacerse de este pequeño inconveniente?

Volver a la vida

Me gustan las películas de catástrofes, de siempre. Hay gente a la que no le gustan porque cree que escribirlas, filmarlas o verlas llama a la desgracia, como si dejar de verlas fuera a evitar que una balsa de residuos corrosivos fuera a reventar enfangando media Hungría o evitara que los petroleros se partieran en dos frente a Galicia. A mi me gustan, quizá no tanto por el tipo de desgracia que ocurre (me tiran más los fenómenos naturales, los extraterrestres y las lluvias de meteoritos, menos frecuentes, gracias a Dios) sino por el supuesto comportamiento de la humanidad ante ellos. Y sobre todas las cosas, para alguien que se supone que trabaja viendo construir edificios, resulta interesante ver el comportamiento del Empire State ante un tsunami o un meteorito, una vez que la realidad nos demostró, para desgracia de todos, un excelente comportamiento de las Torres Gemelas. Ayer mientras desayunaba puse el 24horas y pensé que me había equivocado de canal. En la pantalla veía, como si fuera parte de Armageddon y con un frame muy bajo, una cápsula creada por la NASA en la que una serie de personas iban a salir de una cueva a seiscientos y pico metros por debajo de la rasante. Para mi, esa cota, con todos mis respetos para quien haya estado más abajo, ya es el centro de la Tierra. Cuando comenzaba el izado la realización mostraba la imagen de una cámara que filmaba el recorrido por el interior de un pilote encamisado de 54 centímetros de diámetro. Y después mostraba las poleas en las que el cable de acero se iba enrollando, convenientemente engrasado, haciendo mover, a su vez, un indicador triangular que mostraba los metros de cable recogidos, avanzando lentamente hasta una marca roja, momento en el cual desprotegían al cable de una de sus poleas para terminar de izar hasta la superficie esa misma cápsula, proveniente de aquella imagen inicial que más parecía una emisión vía satélite desde la Luna que desde allí debajo. Y de la cápsula salía ese mismo hombre que vimos entrar entrecortadamente, con su uniforme de minero, su casco y sus gafas, y se abrazaba a su mujer, a sus hijos, a los rescatadores y al Presidente, limpio e impoluto, tanto que parecía ser casi más un actor que realmente el Presidente habitual. Vi ocho o diez veces el proceso completo a lo largo del día y en todas ellas tuve la misma sensación de felicidad al terminar cada ciclo de cuarenta minutos, al ver las sonrisas de los que esperaban fuera, los abrazos y los gritos de alegría. Y a pocos minutos de las tres de la madrugada, hora de aquí, llegaba a la superficie el último de ellos, el líder, y con él se volvían a empañar los ojos de medio mundo y por mi mejilla resbalaban, ya sin ningún pudor, un par de lágrimas, que volvían a recordarme por qué me desvié de mi camino de periodista. Una historia, un ejemplo, de esperanza, de esfuerzo y de superación, que además acaba bien. Qué más se puede pedir?

El Molín

Creo que aún vivía en el hotel, en aquella habitación abuhardillada en la que todas las mañanas me despertaba (antes de que lo hiciera el despertador) con el ruido sonido de las gaviotas. Debió ser por entonces, una tarde, al finales del mes de agosto cuando me llevó allí. Me dijo que me gustaría el sitio y que nos tomaríamos unas sidras comiendo llámparas mirando el mar. Para un madrileño que apenas había salido de casa las llámparas eran un vocablo que no existía en el diccionario, pero la idea de mirar el mar me atraía bastante más. Salimos de la ciudad y enfilamos una carretera comarcal que a medida que avanzábamos se iba estrechando y cubriendo de eucaliptos. Y retorciendose una y otra vez. Ahí comenzaron mis dudas sobre si, al cruzarnos con un hipotético coche en sentido contrario, cabríamos los dos por una calzada tan estrecha y sinuosa, pero lo cierto es que las dos veces que se dió esa circunstancia, con el susto inicial incluido, cupimos. Todo para llegar a un claro, cerca del borde del acantilado y bajar unas escaleras. «Te va a gustar». Si en lugar de llámparas hubieramos comido gominolas de ositos me hubieran sabido exactamente igual. No era lo que comías, era el sitio el que olía a sal, a mar, como aquellos bichos. No quise quedarme muy bien con la definición de lo que eran, unas lapas con concha que se adhieren a la roca para soportar la marea; no quería parecer paleto pero aquellos bichos no me acababan de convencer. Tampoco me disgustaron, porque no dejamos ninguna, pero no era la comida, era el sitio, el ambiente. Y la sidra. La sidra era lo que me tenía como un niño pequeño: escanciábamos sidra! La primera la puso el camarero, pero las siguientes fueron cosa nuestra. Ella se apañaba bastante bien, pero yo me estrenaba y trataba de cogerle el asunto al giro de muñeca y a la horizontalidad del cuello de la botella. La marea estaba en pleamar y nos  tenía casi encajonados en aquella terraza, mientras las olas batían una y otra vez. Al cabo de casi dos horas nos dimos cuenta de que era casi de noche y de que había que regresar a casa. Sin quererlo, en ese rinconcito del Cantábrico, nos habíamos contado casi todo lo que teníamos que contarnos, lo imprescindible, para saber que en los próximos meses, en los que trabajaríamos juntos, nos íbamos a llevar bien. El miércoles, una riada se tragó El Molín del Puerto. Y al ver las fotos me entristece pensar en no poder regresar a determinados sitios, aunque sea solo para evocar otros recuerdos.

DSH

Todos me conocen y me llaman Flip. Yo soy Flip. El gran Flip. Cuento las historias que se ven aquí, en mi pequeño país. Llegó el domingo por la noche, cuando lo fotografié desde el otro lado del cristal. El pobre debió extraviarse y acabó en la puerta de mi cocina. No me molestan los saltamontes, de alguna forma me identifico algo con ellos, pero necesitaba un cadáver en el patio. Y ese fue Flip. El segundo Flip. Esa noche, mientras yo dormía, las hormigas se organizaron para repartírselo; justo el escenario que buscaba. Gracias a Flip ahora ya se por dónde van sus flujos de movimiento, así que me dediqué a espolvorear veneno. El resultado: 1 de junio, Día Sin Hormigas. Feliz día! Feliz mes!

La Bamba

La sede de mi Colegio profesional comparte manzana con el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, situado en la plaza del mismo nombre. Este monasterio alberga bastantes obras de arte y puede visitarse, no sé si como Museo o como Monasterio. Las monjas que están en él son de clausura, de las que no salen nunca y han hecho votos. Una vez recuerdo haber leído en el periódico que se abastecían de lo que cosechaban en el huerto del convento, que tiene una extensión considerable en pleno centro de Madrid. La medianería que nosotros compartimos con ellas es con el propio convento (el edificio) y con uno de los claustros, no con el patio. Ayer tarde hacía calor y las ventanas estaban abiertas. Mientras me bebía un vaso de agua asomado a la ventana y hacía la foto pensaba en cómo, si aquéllo que veía era un convento, podía estar escuchando La Bamba, pero lo cierto es que sonaba…

Press-clipping

La pesadilla del press clipping, ¿se traslada a la blogosfera? El blogger, al igual que un periodista, es un autor, por lo que si sus contenidos se reproducen con fines comerciales, debería ser remunerado por ello… ¿o no? Un interesante reto para las empresas que cada vez utilizan más el entorno 2.0. ¿Se imaginan tener que abonar cuatro céntimos por cada post reproducido en un clipping? ¿Y por las actualizaciones de estado en redes sociales como Twitter y Facebook? Este escenario, hasta ahora hipotético, podría convertirse en realidad si se ampliara a la normativa legal relacionada con el Press Clipping, actualmente centrada en los denominados medios de comunicación ‘tradicionales’, y que reabre frontalmente el debate sobre si se deben considerar a los bloggers periodistas. Pero, ¿puede tener derecho un blogger a exigir una remuneración a terceros por la utilización de sus contenidos? El primer aspecto a delimitar sería comprobar si los implicados poseen un copyright, o están dados de alta en el registro de la propiedad intelectual. En el ámbito de Internet, es corriente la utilización de la licencia Creative Commons, una iniciativa norteamericana cuyo representante español es la Universidad de Barcelona. Aquellos que amparen sus publicaciones bajo este paraguas pueden elegir qué hacer con sus derechos (compartir la obra, permitir o no su uso comercial, así como la generación de obras derivadas). En esta misma línea, y a falta de una jurisprudencia que así lo aclarara, el artículo 32.1 sobre la Propiedad Intelectual considera que siempre que se reproduzca el contenido con fines comerciales se tiene que remunerar al autor, por lo que, en el caso de incluir éste en un resumen de prensa, por ejemplo, el blogger tendría derecho a percibir una compensación económica. La excepción la podemos encontrar en si un ‘post’ es equiparable a una creatividad periódica tradicional, que presta un servicio a la Sociedad de la Información, y que, por tanto, está sujeta a la Ley de Comercio Electrónico. Sea cuales fueren, lo cierto es que la práctica totalidad de las instituciones sondeadas por prnoticias.com se muestran a favor de remunerar a los bloggers, salvo que éstos manifiesten lo contrario. Ahora bien, ¿cómo canalizar el pago? Actualmente, existe un conflicto desde 2007 sobre quién debe ejercer de ‘recaudador’: por un lado, están aquellos que consideran que deben ser las organizaciones de periodistas quienes deben hacerlo (encarnadas en la FAPE), mientras que otros se decantan por la opción de los editores (AEDE). En el caso que nos concierne, no existe organización alguna, por lo que el pago, en el caso de producirse, debería hacerse individualmente, con el consiguiente caos que podría generarse (algunas empresas de press clipping llegan a controlar hasta 25.000 blogs solo en nuestro país). Sin embargo, la blogosfera es sólo una piedra más del espinoso camino que puede abrirse para los profesionales del seguimiento de medios, que podrían (¿por qué no?) sufrir también las reclamaciones de los usuarios de las redes sociales, que en nuestro país se han incrementado en un 500% en el último año. Que qué es el press clippin? Pues lo que he hecho yo con esta noticia que he leído me han pasado de aquí.