48 horas

Después de 48 horas en Cork, Irlanda, ya puedo hacerme una pequeña idea de las diferencias y similitudes con nosotros. Por similitudes, una burbuja inmobiliaria que creció hasta explotar y que hizo proliferar innumerables promociones de casitas de dos alturas con tejados a varias aguas y pendientes y jardín delantero y trasero. Allá donde vayas parece que estés en Weeds, sólo que ni esto es California ni, que yo sepa, ninguna vecina pasa maría. Me dice mi host que aquí el Gobierno también tuvo que recapitalizar varios bancos que, como los nuestros, en su día te daban dinero para casi cualquier cosa y ahora no sueltan prenda. La diferencia es que el Gobierno de aquí se quedó con todos los activos inmobiliarios que tenía la banca, pagándoselos a menos precio del debido, y poniéndolas a disposición en un mercado social, con precios más bajos que los del mercado libre. Y llamó rescate al rescate. Y como en España, me dice que cambian de tendero, pero no de ladrón. Por diferencias muchas, sobre todo esas cotidianas que no te explicas. Por encima de todas, el sentido de la circulación. Es bastante milagroso que aún no me haya llevado un coche por delante cuando al cruzar la calle mi mente y mis ojos miran hacia la izquierda, cuando en realidad los coches vienen por la derecha. Y no digamos cruzar una glorieta. Algo complicadísimo, herencia de los británicos que mandaron aquí hasta hace poco menos de un siglo. Los autobuses solo tiene una puerta delantera por donde se entra y se sale (a la izquierda, of course). En la ciudad puedes encontrarte edificios cuya dirección es un nombre, el del edificio, seguido de la calle en la que está. Nada de números y, cuando los hay, para nada han de ser correlativos o pares o impares según la acera; supongo que para ser cartero habrá que tener un Grado en Orientación y Google Maps… No voy a hablaros de la comida. Ahora me toca bajar a cenar (sí, a las 6 de la tarde). Las dos tardes anteriores la cena ha sido rara, pero no he dejado nada. Si sacamos factor común, la patata cocida se queda fuera del paréntesis. Lo demás, todo comestible, algunas cosas muy insípidas y otras deliciosas. Pero llena lo suficiente como para que a las 10 de la noche (sí amigos, a las 10 de la noche me acuesto, aún de día) aún no tenga hambre, ni me levante (a las 6 de la mañana, doce horas después de cenar) con ganas de comerme a mi padre. Y tampoco voy a hablar del tiempo; el domingo llegué con 12º y diluviando y hoy he pasado el día en manga corta desde que salí de casa a las 8 hasta ahora mismo. Y el sol que me da en la cara ahora mientras escribo, calienta.

Me largo

Llega un momento en el que por mucha paciencia, calma, mesura, psicólogo y optimismo que pongas, simplemente no puedes más. Llega un momento en el que dudas ya de todo, en el que no tienes valor para tomar decisiones o arriesgar, en el que estás muy maniatado. Llega un momento en el que sientes, en el que ves, que estás tocando el fondo. Y lo malo no es tocar el fondo, lo malo es que la superficie está ya muy lejos. Tanto que aunque quisieras tocar el fondo para impulsarte ya no podrías llegar a la superficie a tiempo antes de consumir todo tu oxigeno. Y a tu alrededor, en cualquier dirección, todo es lo mismo, todo es igual. Lo siento, pero me largo. En los últimos cuatro años y medio he trabajado uno y medio. Un año y medio interminable en el que cada día era peor que el anterior, hasta hacerme desaparecer, literalmente. Durante el resto del tiempo estudié, cursos de formación, de reciclaje, de otras cosas, de cualquier cosa. Gasté bastante dinero porque, inexplicablemente, el Servicio Regional de Empleo y otros entes del estilo no me concedieron más que un curso de los cientos que solicité de todos los solicitables durante esos años. Me apunté a bolsas de trabajo, portales de empleo, listas de correo, grupos de LikedIn, contactos, de uno, de otro, de Maroto, del de la moto. Y todo para seguir viviendo en mi casa, de la que solo poseo un tercio, con el coche guardado en un garaje y dependiendo económicamente de mis padres y familia, como hace 15 años, cuando estudiaba Aparejadores, «una carrera con muchas salidas». La próxima salida pasa por el aeropuerto. Voy a ejercer mi derecho como ciudadano de la Unión Europea de «movilizarme» a otro Estado miembro. O lo que es lo mismo, más claramente, me voy. Me voy fuera. De momento tengo un billete de ida, lugar donde vivir durante un mes, clases de idioma y todo un camino por delante, quizás uno de los más inesperados de mi vida, pero por el que creo tengo que transitar. Puedo terminar en Barajas el 15 de julio. Pero también puede ser diferente. El no estar aquí un tiempo, ya lo hace distinto.

Un mes de mundo

Un mes de mundo. Eso es todo los que nos queda. No de la existencia real de El Mundo, sino del fin del mundo tal y como lo conocemos según la famosa teoría de los mayas y la alineación planetaria del sistema solar prevista para el 21 de diciembre de 2012. 30 días. Ahí queda eso. Yo llevo dándole vueltas desde que me enteré hace varios años al tema. Al principio sonaba como las famosas profecías de Nostradamus, el efecto 2000 o el menda aquel americano (nada religioso) que lo previó para hace un año. Durante el avanzar de los años he pasado de darle cero importancia a casi querer que ocurra. Y si esa es la solución a la crisi (Fátima Báñez dixit), a la deuda, a la prima de riesgo, al paro, al vivir por encima de nuestras posibilidades, a los recortes, a las mentiras y a algo que, ciertamente, nadie sobre la faz de la tierra sabe cómo va a terminar.  Y si necesitamos un reboot? Hace un par de años filmaron, cómo no, una pelicula que, of course, fui a ver al cine. La película no supera a mis queridas Armageddon o El día de mañana. Es más, para mi gusto es demasiado fantástica pero se deja ver aunque es muy larga. El argumento, como en Rey de Reyes o Titanic, ya lo conoces de antemano. Pero aquí lo importante es saber (a saber): – cómo termina el mundo: qué tipo de catástrofe se nos viene encima. En este caso una tormenta de neutrinos hace que la corteza de la tierra se desplace libremente, haya terremotos por doquier y tsunamis que arrasan con todo. – qué vamos a hacer nosotros, Estados Unidos más concretamente, para evitar que ocurra. En este caso son los países del G8 los que encargan a los chinos que preparen unas arcas para evacuar a la gente. Los chinos, quién si no? –  si sobreviviremos, la humanidad en general, y el protagonista-padre de familia desestructurada que salva a su familia en el último suspiro, en particular. Nosotros (yo al menos) no tenemos mil millones de euros para conseguir una plaza en el arca, así que recomiendo que disfrutéis del mes que tenemos por delante. Tal y como pintan las cosas, ya no aquí, sino en Israel mismamente, nadie tiene la certeza de que el día 21 de diciembre a algún zumbado no se le ocurra apretar un botoncito rojo. Por si despertamos el día 22 de diciembre como si nada, suerte en la Lotería.

4 céntimos de más

Cuando el árbitro del Barça-Madrid estaba pitando el inicio del partido yo estaba terminando mi lista de la compra. Unos minutos después he cogido el alfita y he transitado por calles semioscuras (esto por culpa del Ayuntamiento) y semivacías (esto por culpa del partido) hasta llegar a Carrefour. Una vez allí me he dado cuenta de que la gente que estaba haciendo la compra, como yo, no debía ser muy futbolera a excepción de ocho o diez hombres que, apostados frente a las televisiones LCD, veían el desarrollo de la primera parte. Hacer la compra durante el Barça-Madrid te permite aparcar junto a la puerta, hacer la compra en tiempo récord y no esperar en la línea de cajas para pagar. Suelo ir bastante directo a por las cosas que llevo en la lista y no suelo entrar en los lineales de donde no necesito nada pero cuando no hay gente es más fácil fijarse en pequeñas incongruencias, a la par que engaños, muy mal disimulados. El ejemplo concreto: Al verlo he recordado un blog del que me hablaron esta semana. Se llama Harto de Carrefour y en él se describen cosas como éstas y otras peores. Un hater, como lo soy yo en redes sociales con Ryanair (=LADRONES!), que se lo toma muy, muy en serio. No había terminado ahí el lucimiento de Carrefour esta tarde ya que, al recibir la infinidad de tickets y descuentos que te ofrecen con la cuenta, me han entregado uno para un descuento sólo aplicable en los centros de Santiago, Tortosa y Puigcerdà. Todos muy cercanos.

24 puntos

Los primeros siete llegaron de forma fortuita y muy temprana. Yo tenía dos o tres años y corría jugando delante de mis primos mayores con el sonido de nuestras madres de fondo diciéndonos aquello de «cuidado, os vais a hacer daño». Yo me lo hice, frenando con mi frente contra el marco de una puerta, a consecuencia de lo cual me abrí una brecha para la que fueron necesarios siete puntos. En el centro de la parte alta de la frente, unos milímetros a la izquierda. Durante muchos años esos siete puntos fueron mi única marca, sin más cicatrices ni operaciones ni huesos rotos; y además discretos, al tener un flequillo que los ocultaba. Con los años el flequillo desapareció y la cicatriz se mimetizó con mi frente hasta casi desaparecer. Hace un mes entré en un quirófano por primera vez. Me operaban de una hernia inguinal bilateral, dos cortes a 45 grados a ambos lados de mi abdomen. Esta vez fueron seis y ocho grapas respectivamente. Grapas con el aspecto integral de grapas Petrus de papelería, más molestas que desagradables, que me retiraron a los quince días. Ayer se cumplía un mes de mi operación y al despertar por la mañana comprobé que estaba prácticamente recuperado, a excepción del propio proceso de cicatrización, que siempre lleva algo más de tiempo. Un buen momento para recuperar la vida completa que había tenido pausada en parte. Pero el destino quiso que anoche ese estado cambiara bruscamente. De la forma más absurda posible, un cuchillo que sujetaba mi mano derecha y que debía abrir el envase de un trozo de lomo, salió despedido con fuerza del plástico para cortarme tres centimentros en la zona dorsal de la prolongación del dedo pulgar de la mano izquierda. No sé por qué motivo después de eso, y de llamar a mi padre para que viniera a buscarme y me llevara a urgencias, me bajó la tensión, perdí el conocimiento y, en palabras del parte, sufrí «un síncope» en los diez minutos que pasaron desde que monté en el coche hasta que me cosieron la herida, sin importancia por otro lado. Cuando empecé a encontrarme mejor descubrí que recibía suero por una vía colocada en la mano derecha y que en la izquierda, que tenía adormecida, un apósito ocultaba una marca nueva: tres puntos más de sutura, que hacen un total de 24 repartidos por mi cuerpo. De vuelta a casa, ya en la cama, sonreí al sentir el alivio de que la nueva cicatriz deshace la simetría que, llamadme loco, mis anteriores marcas formaban.

Give up

Mañana a estas horas estará terminando una sesión de hipnosis a la que me apunté a primeros de agosto, al volver de las vacaciones y, tras la cual, espero (y deseo) se cumpla el propósito de los organizadores tanto como el mío propio. Y es que, tras salir de esa sesión de hipnosis se supone (ocurrirá) que ya no fumaré más; así, casi por arte de magia, se esfumará el mono y la dependencia que durante 20 años me ha tenido agarrado al tabaco. Así sin más. Sin dormirte ni perder la conciencia, colectivamente; se supone que mañana a estas horas no sólo ya no fumaré sino que posiblemente me convierta en un talibán en la cruzada anti-tabaco. Cómo se hace? Cómo es posible que yo deje de fumar y nada cambie? Esas mismas preguntas aparecían en mi cabeza los días siguientes a la inscripción. Cómo es posible que el viernes, al día siguiente, me levante y no tenga ganas de fumar? Qué haré después de comer, de desayunar, de cenar, de tomarme el café, cuando esté de copas, en un atasco, a la salida del cine o en cualquiera de esas situaciones en las que se fuma, más por inercia que por necesidad? Qué haré cuando, después de escribir la entrada siguiente a ésta (que ya escribiré como ex-fumador), la relea sin fumar (no como ahora) antes de darle al botón publicar? Me agobiaban tanto esas preguntas que preferí obviarlas, incluso la fecha misma de la cita; no intentar adelantarme a lo que vaya a pasar. En su lugar empecé a pensar en todo el tiempo que ahora gasto en fumar, y en el dinero que eso supone, y que cambiarán mi tiempo y mi economía. Y me gustó; me gustó pensar que en unas semanas o unos meses mi catarro y mi moqueo crónico desaparecerán, volveré a recuperar el olfato con más intensidad, el gusto y, por qué no, la teoría de que dejando de fumar se engorda. Por no hablar de los cerca de 1400 euros que ahorraré durante el primer año…  He gastado el último mes en suponerme en un escenario mucho más favorable que el actual. No pienso en el fracaso, si ocurre. Sólo pienso en el éxito, que ocurrirá, y en cómo esto puede cambiarme la forma de ser. En fin, que esta es mi última entrada como fumador. Wish me luck!

Terremoto

Anoche estuve viendo Comando Actualidad, que era monográfico sobre el terremoto de Lorca. No vi más allá de la primera media hora, la que recogía impresiones de vecinos, técnicos y UMEs y las imágenes más impactantes de los edificios más afectados, históricos por un lado y de viviendas por otro, algunos más antiguos y otros relativamente modernos: todos afectados. Viéndolo recordé los años de carrera, cuando nos contaban lo que se debía y, sobre todo, lo que no se debía hacer. Me llamaron la tención dos cosas. La primera es que ninguna de las dos reporteras del programa llevaban casco, ni cuando grababan en la calle ni cuando lo hacían dentro de los edificios. Pero ni ellas ni los militares de la UME con los que charlaban. Estos iban edificio por edificio revisando estructura y acabados y terminaban la visita marcando con un spray de color en el portal el estado del inmueble, de una forma fácil y sencilla, como la que yo uso para clasificar las celdas de mis exceles, a lo semáforo: verde bien, amarillo regular y rojo fatal. Los militares llevaban la boina de su uniforme pero tampoco llevaban casco, al menos no los que salieron en imagen. Sí lo vestían un grupo de «técnicos multidisciplinares» con los que se cruzó una de las reporteras. La acompañó una colega aparejadora para enseñarle varias patologías de varios edificios y llegar a la conclusión a la que llega cualquiera sin ser «técnico multidisciplinar»: se ha construido mal, muy mal; un terremoto de 5 no puede tirar abajo edificios de estructura de hormigón relativamente jóvenes. En uno de los que apareció en pantalla solo quedaban tres o cuatro forjados, apilados uno encima de otro, a modo de tres o cuatro rebanadas de pan de molde, aplastando entre ellos todo lo que antes configuraba los soportes, la tabiquería, las fachadas y el amueblamiento interior. No daba la sensación de ser el país que se autodenominaba «la octava potencia del mundo» cuando se construyeron muchas de esas edificaciones. Lo segundo más llamativo era el orgullo, rayano con la pedantería, de aquellos cuyas casas no habían sido afectadas por el terremoto, como si de eso se desprendiera que ellos son mejores que los demás, que compraron con criterio; para mi opinión simplemente tuvieron fortuna al adquirir su vivienda en la ruleta de la suerte que supone y suponía comprarse un piso. Si nunca hubiera habido un terremoto sus casas hubieran sido igual de buenas, o de malas, que cualquier otra. Especial mención hago a una señora que presumía de casa intacta, con 300 años de antigüedad. Simplemente defendía que antes se construía mejor, no que su casa lo fuera. Con independencia del año de construcción, lo más importante que merece un edificio (o un coche o una amistad) es su mantenimiento en el tiempo. Algunas de esas iglesias que se vinieron abajo en Lorca, y gran parte de sus edifcios, no lo hubieran hecho si se hubieran mantenido correctamente. Sirva este terremoto para advertirnos de que dentro de veinte o treinta años, si no menos, y sin necesidad de terremotos, muchos edificios construidos en tiempo y con beneficios record sufriran alguna de estas patologías. Tendremos entonces una nueva burbuja, la de la rehabilitación y el mantenimiento, que será necesaria si no queremos encontrarnos con un parque de viviendas en semi-ruina.

Demolición

Cualquier persona que se dedique o quiera dedicarse a la construcción (a pesar de los tiempos que corren en todo y aquí más) debería acercarse a echar un vistazo a la obra de demolición más grande que se puede ver ahora mismo en Madrid, la de la antigua fábrica de cerveza Mahou junto al estadio Vicente Calderón, entre el paseo de los Pontones y el paseo Imperial. A veces, muchas veces, un proyecto de esta envergadura puede llegar a ser más interesante y más ambicioso que un proyecto de obra nueva. Cuando termine la demolición, que al paso que lleva será por el verano, se habrán liberado más de 60.000 metros cuadrados de superficie en pleno centro de Madrid, lo que viene siendo la extensión de la Puerta del Sol, pero multiplicada por 6, o la de la Plaza Mayor, multiplicada por 6,5. Ahí es nada. Lo que más me ha llamado la atención de esta demolición en concreto, además de las máquinas, de los hierros que sobresalen del hormigón o de los esqueletos de las estructuras que aún quedan en pie, son los depósitos de la cerveza, que por algún motivo desconocido suponía de acero o prefabricado, pero que en la realidad están seccionados por la mitad dejando ver el espesor cerámico del interior del muro. Y como gran cambio en el paisaje, desde ya, Carabanchel es visible desde la intersección de los dos paseos antes mencionados, solo eclipsado por el Calderón, que también tiene sus días contados.

Éramos

Si alguien me hubiera preguntado en la nochevieja de 2000 dónde estaría el día en que terminara la década, quién sería o cómo sería mi vida por entonces y yo lo hubiera apuntado en un papel, hoy, al abrir el sobre, estaríamos ante el mayor fracaso de adivinación de la historia. Por suerte la vida se ha presentado completamente diferente e incluso mucho más interesante. Espero que sea igual dentro de otros diez años. O mejor. Feliz 2011 a todos!

Seis

Era el último domingo del año, un día 26 de diciembre, como hoy. Ya había hecho varias pruebas con plantillas pero antes de dar el paso quería averiguar para qué me iba a servir, qué me podría aportar. Finalmente, sin saber muy bien la respuesta para esta última pregunta me animé y le dí al botón publicar. Así apareció, en otra ubicación y con otro aspecto, la primera entrada de este blog, El piloto. Por entonces yo era un joven soltero que vivía en casa de sus padres, al que ya le picaba el gusanillo de la independencia, y que trabajaba en la primera constructora del país. Por delante me esperaba un año nuevo, 2005, lleno de retos profesionales y personales. Necesitaba algo nuevo, algo secreto y, de alguna forma, privado, donde desahogarme, expresarme, compartir o simplemente escribir. Ahora creo que la mayor parte de aquellas entradas fueron bastante tontas, insulsas y sin gran sentido, pero me amparaba en un cierto anonimato y en el convencimiento de que no me leía ni Perry. Seis años después, otro domingo 26 de diciembre, hoy, La Zona Mixta cumple seis años. En este período de tiempo no he sido capaz de dar sentido a aquella pregunta que me agobiaba por estar sin resolver; aún sigue sin estar resuelta, pero el tiempo me ha demostrado que signifique lo que signifique, este blog ya está unido a mí, de forma que existe si yo existo y es activo si yo lo soy. En los últimos dos años las entradas han sido más bien escasas, incluso con meses en blanco, algo que no había ocurrido nunca. Si mi vida no es mi vida, poco o nada de ella pueden aparecer aquí. Ya no tiene sentido seguir con él puesto que la vida real a la que estaba vinculado ya no existe como tal, ni como era entonces ni como esperaba que fuera ahora. Quizá el error ha sido aferrarme a algo que ya no existe; aunque aún no es tarde. Por delante viene otro año, 2011, que vuelve a estar lleno de retos personales y profesionales, todos distintos e insospechados hace seis años. Quizá no tiene sentido seguir pensando en este blog como lo que era o lo que fue, porque ya nada parece que vaya a volver a ser como antes. Quizá haya que redefinir todos los conceptos para que todo pueda ser útil. Me queda esa esperanza, ser capaz de integrarlo de nuevo en mi vida actual, o en mi nueva vida, la que venga, sea como sea. Nunca quise utilizar esto para contar penas, sino para que fuera mi mejor cara. Si no soy capaz de conseguirlo en el próximo año, este puede que sea nuestro último aniversario.

Calvo

Participo desde hace años como panelista de dos empresas. Con una de ellas me relaciono a través de un pequeño software que, instalado en mi equipo, proporciona datos acerca de mi navegación por internet; algo parecido a los audímetros que algunas personas tienen en sus casas y con las que se establecen las audiencias de la tele. No hago nada más. A cambio recibía mensualmente la revista El Mueble, que yo había elegido previamente, de un catálogo de publicaciones. Hace unos meses decidí cambiarla por la revista deViajes, y ahora recibo las dos. Con la segunda la relación es mucho más interactiva. Con una frecuencia variable recibo en mi correo encuestas sobre temas y productos, la gran mayoría, muy variados; incluso en alguna ocasión he visto y conocido productos antes incluso de que se pusieran a la venta, y en algunos casos el resultado de la encuesta ha debido ser tan sumamente malo que no se han llegado a  comercializar. Completarlas lleva una media de diez a quince minutos y a cambio genero puntos que puedo canjear por vales de descuento en algunos comercios o donaciones a ONGs. Una de las últimas que me ha llegado ha sido imposible completarla, ya que mis respuestas eran siempre del tipo «no», «no uso» o similares…

72%

Si tuviera los ingresos brutos de María Dolores de Cospedal en un año (ojo, que yo no los quiero para toda la vida, sólo para un año) podría presentarme en mi oficina de la Kutxa y hacer la tan anhelada gracia de preguntar «cuánto se debe aquí?» Patricia echaría cuentas mientras que yo echaría un vistazo a la vajilla que regalan esta temporada por abrir un depósito y cuando me dijera lo que debo y pagara a tocateja aún me sobrarían casi dos mil euros para gastarme en huesos de santo en la pastelería de enfrente. Pero yo no soy María Dolores de Cospedal. Para empezar no tengo esa melena y a mi nadie me paga por inventarme historias frente a un micrófono de la Agencia EFE con la playa a mis espaldas, así que tendrá que ser en otra ocasión lo de pagar a tocateja. María Dolores se incluye siempre en la clase media sin darse cuenta de que un día salió de ella hacia las esferas superiores como otros salimos hacia las inferiores. Alguien de su entorno debería decírselo. O recordárselo. A mi me lo dirá y recordará, otra vez, Patricia, cuando me llame el viernes y me diga que sólo he pagado la mitad de la mensualidad de la hipoteca que debo. Cómo no van a ser nuestros bancos los mejores de Europa cuando, después de cinco años pagando una hipoteca te das cuenta de que, de los 66 mil euros que ya has pagado (y que suponen una cuarta parte del dinero que pediste y te dieron) sólo has amortizado 18 mil y el resto (el 72%; el 72%!!!) son intereses. Y aún así no hay dinero ni crédito. En qué han invertido los bancos ese 72% de más? Con las actuales Leyes sobre ejecuciones de hipotecas, en prever impagos masivos parece que no.

Smelly cat

Hace dos semanas vi un documental del Canal Historia titulado La vida sin nosotros, siguiendo mi tradición catastrófica. El supuesto de partida es que el hombre, como especie, desaparece por completo de la Tierra, se extingue, sin dejar rastro, como desaparecida en un truco de magia. Pero quedan el resto de especies animales y vegetales, así como toda aquella transformación de la naturaleza realizada por el hombre, ciudades, infraestructuras y demás. El documental llega a predecir que se borraría todo rastro de la civilización sin mantenimiento y debido a la erosión y el trabajo de los agentes atmosféricos. Eso, y que crecería vegetación en sitios ahora inimaginables. En este punto sobre el crecimiento de la vegetación, sobre el que ya he reparado en otras ocasiones, siento especial interés por una serie de plantas que conviven conmigo y a las que veo morir en invierno y resucitar en primavera, o simplemente crecer y avanzar, lo cual me hace sentir que cada día que pasa no es casual. Después de cuatro veranos he conseguido que cuatro ramitas raquíticas de enredadera lleguen a cubrir casi la totalidad del muro. Junio 2008 Abril 2009 Junio 2009 Diciembre 2009 Junio 2010 Al mirar por la ventana ya no veía ladrillo sino una maraña de ramas verdes. Y eso reconforta. Pero, para no variar, la perfección, la calma, no podía durar mucho. Este verano no ha habido visitas indeseables, al contrario, disfrutamos de una aparente tranquilidad gracias a unos gatos, del patio contiguo al muro verde. Los gatos primero maullaban a horas intempestivas, pero no era grave; después empezaron a asomarse sobre el remate del muro y a avanzar sobre él, arrojando al suelo dos macetas; finalmente, como me temía, uno de ellos se ha colado en el patio, le he descubierto por casualidad y en su afán apresurado por salir de allí se ha encaramado como ha podido al muro, dejando este rastro destructor: Sé que los gatos no pueden leerme, pero advierto: no sería el primero que me cargara… Alguien sabe como deshacerse de este pequeño inconveniente?

Alter ego

Existe en el mercado una empresa de instalaciones hidráulicas cuyo Gerente comparte su nombre conmigo. Nos llamamos exactamente igual: nombre y apellido, primer apellido; como los nombres de pila americanos, sobre el papel somos la misma persona. Durante mis años de obra conocí su existencia, en una ocasión le pedí presupuesto e incluso llegué a hablar con él, saliendo de dudas sobre un hipotético parentesco. Cada vez que cambiaba de obra, de empresa o de puesto surgía la pregunta «tu padre es…?» a la que yo siempre contestaba «mi padre es mi padre y no quien crees». Descolgaba la ropa seca del tendedero esta mañana cuando sonó el teléfono por primera vez. «Eugenio?» «No, te has equivocado». «Perdona». Ya tendía la ropa mojada de la nueva lavadora por colgar la segunda vez que sonó y supe de antemano que era la misma persona, otra vez. —Perdona, soy el que te ha llamado antes. Estoy llamando a una empresa de instalaciones? —No, te has confundido. —Es que este número estaba en la agenda del anterior comercial… —De cualquier forma, este es mi número personal. Mientras aceptaba sus disculpas y colgaba comencé a pensar en cómo estaría escrito mi nombre en esa agenda, si constaría mi nombre y apellido o sólo el apellido; o mi inicial con un punto detrás y después mi apellido o sólo mi nombre, con acento o sin él. Después amplié el pensamiento a otras agendas. En cuántas aparecerá mi nombre, en la hoja de la letra erre, con mi puesto o mi empresa o mi obra, las de entonces, anotadas entre paréntesis a continuación… Mientras pensaba en todas estas inquietudes y escribía mentalmente esta entrada me di cuenta de que si tres de los cuatro últimos libros que he leído no hubieran sido escritos por el magnífico Paul Auster, estas líneas y estas reflexiones nunca hubieran sido así.

40 de mayo

Llegué al Distrito C a las cuatro menos algo de la tarde. Llegué en el metro, después de un trasbordo desde el tren de cercanías. Vestía manga corta y aunque el sol, cuando aparecía, calentaba, el aire acondicionado del tren estaba un pelín alto. Como el del metro. Últimamente se me dan bien los plazos que me pongo y consigo ser puntual, incluso hasta darme diez minutos de margen. En esos diez minutos paseé desde la boca del metro hasta la puerta del edificio Este 3, donde me habían citado. Agradecía el calor de la superficie al salir del metro y la sombra de la marquesina que corona la sede de Telefónica, el mayor huerto solar sobre cubierta de Europa. Entramos al edificio y las cosas, tras el impacto inicial de la primera vez, volvieron a ser el tostón en el que se han convertido. Durante una hora y media, más o menos, permanecimos atentos a una presentación que podía haberse hecho en media hora. Los cristales de la fachada llevan un velo interior punteado, que evita la sensación de vértigo en las plantas altas y que difumina la visión enfocada desde dentro. Las luces estaban apagadas y los estores bajados, de forma que no era capaz de saber si el cielo que me parecía gris estaba efectivamente gris o los sucesivos tamices que mi vista encontraba en el camino lo hacían parecer así. No recordaba que estuviera tan feo. Pero lo estaba. Cuando salimos de aquella presentación y enfilamos hacia la terraza, para ver una vista de conjunto, nos encontramos con el diluvio universal. De repente parecía que la visita al complejo hubiera durado varios meses y hubiéramos salido de allí en el mes de octubre. Siguió lloviendo durante el resto de la visita y durante el trayecto de vuelta al metro. Seguía lloviendo cuando el tren salió del túnel y siguió haciéndolo hasta unos minutos antes de llegar a casa. Para cuando llegué, vestido de verano en pleno otoño, ya llevaba frío.