Día de la madre

En 1982 el día de la madre se celebró el domingo 2 de mayo. Yo tenía seis años, estaba en segundo de preescolar y, como regalo, la profe nos hizo pasar uno a uno por su mesa para que estampáramos la huella de nuestra mano derecha sobre un pegote de arcilla en el que ella escribía nuestro nombre y la fecha y al que después pintaríamos el contorno de rojo y envolveríamos como si se tratara de un auténtico tesoro. Hoy domingo 3 de mayo de 2009, 27 años y un día después, hemos vuelto a celebrar el día de la madre, y me he reencontrado con mi huella hollywoodiense, que mi madre conserva desde entonces como lo que es: un auténtico tesoro. Feliz día a las madres! Feliz día a todos!

Merece unoohh!!

Ayer alguien hizo clic aquí en algún momento indeterminado de la mañana y con ese clic se alcanzaron las sesenta mil visitas. Yo me di cuenta por la tarde, cuando la cifra del 6 con muchos ceros quedaba rota por un 31. 60000 visitas! Eso, como decía Mayra, «merece un oohh!!» Estoy un poco perdido últimamente. Perdido no, escondido. Estoy viviendo una especie de crisis dentro de la crisis y me apetece pasarla en la intimidad, sin mucho ruido. Pero esta crisis dentro de la crisis acabará en el momento más inesperado. Algo hará clic y todo echará a andar otra vez. Para superarlo juego al SimCity compulsivamente hasta altas horas de la madrugada, más desde que he aprendido varios truquitos y me creo mis propias regiones, pero de esto hablaré otro día, que hoy no me apetece. Ahora me voy al dentista. El miércoles pasado me puso tanta anestesia que cuando sonreía después, solo sonreía media cara. La otra estaba anestesiada por completo. Aún así me dolió. Hoy intuyo que será peor; seguro que merece un oohh!!… pero de dolor.

Primavera

Los meteorólogos están viviendo su mejor momento, se les ve en las caras. Este invierno ha sido el momento de lucirse con sus modelos y sus pronósticos, de sacar gráficos y mapas de canales visibles e invisibles que proporciona el Meteosat y de disfrutar de su trabajo, a excepción de la famosa nevada, de cuyo nombre y consecuencias para mi no quiero acordarme más. El lunes volvieron a insistir en la idea de que todo lo que pasa pasa porque es primavera y la primavera es así, voluble. En un huequito de este enésimo temporal de frío fuera de temporada, el lunes arreglé mis macetas para adelantarme a los bichos de otras ocasiones y tener algo más con lo que entretenerme. El primer macetero blanco tiene dos pensamientos, el segundo cuatro alhelíes sin florecer, la maceta roja otro más y la última blanca una planta que aguantó del año pasado pero que debe resucitar. Entre los maceteros de barro del suelo he metido unas margaritas a tresbolillo para que crezcan como el año pasado. En un mes la foto debería estar llena de puntos naranjas, morados y rojos. Ahora sólo necesito que el sol, que ya llega a esta zona del patio durante la mañana y unos minutos a última hora de la tarde, no se encuentre nubes en su camino hasta mi casa. Y no olvidarme de regarlas, claro.

Mi barba tiene tres pelos

Cuando voy a un Museo de Ciencias o a una exposición científica mi edad real, la del DNI, se divide por tres y vuelvo a ser un niño (aunque a veces creo que nunca he dejado de serlo). Si el Museo o la exposición es interactiva, que ahora se lleva mucho, además se me enciende la mirada y mis dedos no pueden estarse quitos ante botones y artilugios que, sin ayudar en exceso a comprender lo que realmente se muestra, se disponen ante mí. Hace dos fines de semana, el último de marzo, fui a Valencia a ver el Oceanográfico y el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe con unas invitaciones por la pati que consiguió un amigo. Él quería ver el acuario y yo el Museo y el conjunto calatravesco que, sin ser santo de mi devoción, me apetecía ver y fotografiar; así que repartimos mañana y tarde en sendas visitas. El Museo tiene tres plantas de exposición. La primera era l’espai dels xiquets, que omitimos porque aunque mi edad ya era un tercio de la real mi altura no y no era plan de llamar más la atención. Junto a ésta, una zona dedicada a los superhéroes de Marvel (que hubiera encantado a más de un lector) y en la planta superior una zona dedicada a varios premios Nobel. Y llegamos a la definitiva planta tercera donde estaba el tomate: una chorradita sobre drogas que vimos en cinco minutos, una zona dedicada al cambio climático, que omitimos también porque la noche anterior ya nos habíamos tragado la peli de Al Gore en Cuatro, y el bosque de Cromosomas: 23 pares de cromosomas gigantes a través de los cuales, y toqueteando, se pueden aprender muchas cosas del genoma humano. Generalizadas, claro, a nivel especie y sin tener en cuenta algunos ejemplares excepcionales de la especie humana (como yo) que no cumplen a pies juntillas los postulados del genoma. Junto a este panel había un artilugio con una cámara de vídeo con aumentos para que comprobaras in situ que tus folículos pilosos están allá donde pongas la cámara: en el brazo, en el dorso de la mano,… Yo fui más allá y coloqué la cámara sobre mi cabeza calvorota y mi rubia barba, afeitadas ambas tres días antes. Cuál es cuál? Feliz Easter! Yo me las piro a Santander.

Dos veces

Cuando mañana, en pleno entrenamiento, toque el borde de la piscina después del quinto hectómetro estaré tocando simbólicamente la punta de Oliveros, en Cádiz, y habré completado mi segundo trayecto de ida y vuelta al estrecho de Gibraltar. Yo he sido listo y lo he hecho a ratos y en piscina, no como David Meca, que se empeñó en hacérselo del tirón y allí mismo y, claro, así le salió al pobre…

Solterón

El ‘single’ vuelve a ser un simple solterón La opción vital de la soledad que proliferó en tiempos de bonanza vive horas bajas El paro y las dificultades le han quitado todo encanto Amanda Mars 27/03/2009 – El País Se le estropea a usted la comida en la nevera. No tiene pareja, vive en una ciudad y tiene un trabajo que le permite mantenerse a sí mismo. Los estadounidenses, que lo rebautizan todo, dijeron hace cinco años que no era un solterón, que era un single, que los hombres eran metrosexuales y las mujeres freemales (libres o sin hombres). Dijeron que era usted el niño bonito del departamento de marketing de cualquier multinacional, porque gastaba un 40% más que el miembro de cualquier familia. Que es hedonista, porque como no tiene a nadie que dependa de usted, viaja varias veces al año y sale a cenar fuera cada semana. Que hace 18 años, su grupo representaba el 13% de la población española y que hoy ya son el 22%, hasta 3,5 millones de hogares. Que se iba usted a comer el mundo. Pero la crisis no perdona, y ejercer hoy de single en España es más difícil. Los solos -o impares, como se suele traducir en España-, no sufren la crisis más que los demás. Pero la sufren. Hay 155.700 hogares formados por una sola persona que está en el paro, un 74% más que hace un año. El número de quienes buscan compañeros de piso, a la vista de algunos portales de Internet, casi se ha duplicado. El crecimiento de hogares unipersonales después del incremento trepidante, echa el freno. Y las separaciones, esa fábrica de singles que trabajó a pleno rendimiento con el divorcio exprés, ha bajado ahora el ritmo, por el fin de ese efecto y también por la crisis económica. Eso sí, su consumo es el que mejor aguantó el tipo el año pasado. «Es que el del single ha sido un fenómeno económico en España. Hemos vivido 10 años de casi pleno empleo en el que la gente ha podido emprender proyectos individuales y los han llevado a su máxima expresión social. Después de haber estado estigmatizado, ha habido cierta glorificación del soltero, la imagen de que tenía el mundo a sus pies», reflexiona el profesor de marketing de IESE José Luis Nueno, experto analista de consumo. Patricia F. reniega de la etiqueta que las consultoras de consumo han decidido colgarle. Aunque por sus condiciones de vida es una single de libro. Soltera, con 40 años y 12 de experiencia en el sector, la empresa de informática en la que trabajaba dio un tijeretazo a su plantilla el pasado enero y decidió prescindir de ella, que cobraba 3.000 euros brutos al mes y podía vivir sola en su piso alquilado en Barcelona. «Porque con el paro, no tengo ni para la mitad de mis gastos. Lo he recortado todo: salía a cenar fuera como mínimo dos veces por semana, y ahora sólo salgo si se organiza la fiesta en casa de amigos. No soy de comprar mucha ropa, pero si algo me gustaba, no tenía que pensarlo. En momentos así trabajas para ti, vives como te apetece, pero ahora no», resume esta licenciada en Filosofía y Sociología, dentro de su nueva economía de guerra. De vivir sola, también ha pasado a buscar un compañero de piso para ayudarse a pagar los 600 euros de alquiler. «Pero eso tampoco es tan fácil ya como antes, porque ahora hay mucha gente alquilando habitaciones que le sobran para pagar la hipoteca, y los precios bajan», asegura. (…) Además de económico, el de los singles ha sido un fenómeno demográfico, alentado por el baby boom (nacidos durante la explosión demográfica de entre 1960 y 1975). De ahí la explosión de nuevos productos (minienvases para personas que viven solas) o negocios (agencias de viajes especializadas) a las que ha dado lugar. El de los solos es también el único sector cuyo consumo creció el año pasado, según los datos de TNS Worldpanel. Sus compras en alimentación, bebidas o droguería subieron un 2,3%, cuando el resto del grupo formados por parejas con hijos o personas solas con descendencia bajaron. Pero cuando un hogar formado por una sola persona entra en crisis, la estructura se tambalea. Una opción, en ocasiones, es regresar al hogar paterno. Y no es un trago fácil. A Rosa Alonso le acaba de ocurrir, a los pocos meses de estrenar su soltería. Dentro del microcosmos del single, ella, con 23 años, pertenece al sector más joven. Vivía en un piso de alquiler con su pareja, compañero de trabajo de una de esas firmas intermediarias de hipotecas que brotaron como setas con el boom del mercado del ladrillo, hasta que rompió hace unos meses. El pasado febrero, la compañía, caída en desgracia, cerró y dejó a ambos sin trabajo. Acaba de volver a casa de sus padres. «Y no me siento muy single ahora, claro». «Esto es algo que ocurre en las recesiones, suelen servir para la cohesión familiar. Porque al final, en momentos así, sale la familia al rescate, ésa es la red en países como España. Las otras redes, las sociales, son más para chatear», apunta Nueno. (…) A la nueva situación mundial se añade la dificultad consustancial a la naturaleza del solo: «Los costes de la vida, como la comida o el mantenimiento del hogar, son más altos por cabeza para las personas que viven solas». «Y también pagamos más impuestos que nadie, porque no nos desgrava nada», se queja Patricia. Ejercer del single prototípico requiere que a uno le vayan bien las cosas. Martín Vivancos, profesor de la escuela de negocios EADA, va a la esencia básica: «Podemos decir que hoy son dos las clases de single: el que no está afectado por la crisis y el que sí lo está, y éste ve su nivel de consumo afectado». Es uno de los motivos por los que el turismo de fin de semana, la restauración y los locales nocturnos, los lugares de recreo habituales de grupos de impares, ven adelgazar sus ingresos. Como en el caso de Patricia y sus fiestas caseras en casa de amigos. Según Vivancos, «hay una propensión a ello. Cada vez más aparece el hogar como centro de ocio, con DVD, videoconsolas Wii… Es algo muy afianzado en otros países europeos, pero en España no lo era tanto». «Y el gran peligro de éstos», añade, «es que la gente descubra que se lo pasa bien en casa. Es interesante y amenazante al mismo tiempo para el consumo». Los restaurantes han visto caer sus ingresos en general. José Luis Guerra, presidente de la Federación Española de Hostelería, explica que «no se puede distinguir entre todos esos singles y el público en general, pero la caída ha sido generalizada. En lo que va de año, el gasto está cayendo entre un 9% y un 10% mes a mes». No bajan las visitas a los restaurantes, pero sí el gasto: de los dos platos se pasa al primero a compartir, y del postre, al café directamente. (…) Vicente Pizcueta, que es portavoz de Empresarios por la Calidad del Ocio Nocturno, admite que la frecuencia de las salidas nocturnas ha bajado, de seis mensuales a una, y que las ventas -de entradas y bebidas, cuando uno habla del mundo de la noche- bajan un 10%, además de que está migrando la diversión dentro de los hogares. Pero lo enmarca en una tendencia que percibe desde la última década, no vinculada con la crisis. Pizcueta advierte de que ha trabajado muchos años en el sector de los locales nocturnos para dar una versión muy diferente de José Luis Nueno y su teoría económica de los singles. «Pero, a ver, ¿qué es in single? Es una persona que busca una segunda juventud con mayor poder adquisitivo. Y lo que ocurrió en España es que pasó de estar mal visto a estar de moda. Sin más, pero sólo son personas que buscan conocer a otras personas, así que seguirán saliendo por la noche a poco que puedan», apunta Pizcueta. Lo mismo piensa el dueño del bar Minusa, en Barcelona. «Están fallando más las parejas que los solteros; éstos salen siempre, por fuerza. Al resto hay que estimularles con precios más bajos». Pizcueta sentencia: «Algunos saldrán menos, pero para otros las noches no se pueden acabar. Con crisis o sin ella, el single sólo es alguien que sale a buscar contacto con el sexo opuesto». O con el propio.

Líneas auxiliares

Las líneas auxiliares son partes imprescindibles del dibujo, y de la vida. Están ahí, siempre. Se trazan suavemente pero en firme, lo suficiente para saber que están y dónde, pero sin que nos tapen la visión de las líneas definitivas. En el fondo todo son trozos de líneas auxiliares que repasamos con un lápiz de mayor dureza para hacerlas definitivas. Los profesores de Geometría nos pedían no borrar las líneas auxiliares que habíamos usado para trazar el ejercicio. Con ellas sabían si realmente habíamos llegado solos a esa conclusión o nuestro dibujo no era más que la copia aproximada del dibujo del vecino. La muerte es una línea auxiliar más. Está en el papel y en algún momento habrá que repasarla con el lápiz duro. Intentamos tenerla localizada para evitarla, para regruesarla lo más tarde posible, para que cierre el dibujo al final, cuando todos los pasos ya se han dado y cuando todas las intersecciones han quedado definidas. Pero hay otras líneas auxiliares, otras muertes, que sin ser la nuestra nos cambian el dibujo. Líneas que cruzan nuestro dibujo con mayor o menor grosor. A veces marcadas sólo con un lápiz del 1 ó del 2, que todavía es posible borrar por medio de un stent y volver a trazar en paralelo, con una escuadra y un cartabón, algo más lejos de la línea original, fuera de nuestro dibujo. Otras veces no hay tiempo para trazar una paralela y un día las descubrimos definitivamente trazadas en tinta, sin posibilidad de eliminarlas, ni siquiera raspando con una cuchilla. [Descansa en paz.]

El calcetín que volaba

Esta semana estoy yendo a buscar a mi prima de 10 años al cole, porque su madre, profesora y directora, está de baja. El protocolo es el siguiente: las madres (y los padres, que alguno había) se colocan frente a la puerta. El profesor/a sale con un niño al lado, alguien levanta la mano, el profesor/a lo mira, el niño asiente y se va hacia esa persona. Así cada uno, a excepción de que nadie levante la mano, en cuyo caso el niño queda allí, sin salir, hasta que alguien lo reclame. Mi cabeza sobresale estrepitosamente entre el mar de cabezas de las demás madres y padres que, más abajo, esperan pacientemente y han de hacerse ver; mi prima me ve cuando aún tiene tres niños por delante para salir… Ayer veníamos echando cuentas (para variar) de cuánto puede sacar en el examen de Lengua en el que cree que tiene 8 respuestas bien. El problema era que no recordaba el total de las preguntas, dudaba entre 10 y 14, y no es lo mismo tener un 8 que un 5 pelado. En esto, esperando al semáforo verde, me pregunta «Oye, RMN, los calcetines vuelan?» Mi respuesta, sin negarlo rotundamente, porque con niños nunca se sabe, fue que al menos los míos no, porque no tienen alas. «Entonces, qué hace un calcetín en medio del paso de cebra?» Se me ocurrían varias respuestas lógicas y racionales, pero acepté que ese calcetín volaba, mientras le echaba la foto cruzando. Volaba, en pasado, porque como bien apuntó ella «ya no vuela, porque le han atropellado varios coches y estará muerto». Entonces se me ocurrió que esos calcetines voladores deben ser parientes o conocidos de los zapatos y zapatillas que cuelgan de algunos cables que cruzan calles de cornisa en cornisa. Quién se deshace de los zapatos en plena calle y los lanza hacia un cable? «Yo el otro día —me dice ella muy segura de haber sido testigo de algo excepcional— vi en una calle en Madrid varios zapatos colgando. Y había uno que estaba solo.» Quién se deshace de sólo un zapato para lanzarlo contra un cable? Y el otro? Desparejados para siempre, sin posibilidad de encontrarse nunca. Llegamos a la conclusión de que los calcetines que vuelan lo hacen porque los zapatos del dueño huelen mal, y por eso hay que colgarlos en los cables, para que se aireen, y no haya calcetines volando por la calle, como este pobre que acabó muriendo atropellado en el paso de cebra.

A ciegas

La semana pasada estuve a ver The Reader. La película, y el cómo se te queda el cuerpo, merece una entrada aparte, pero lo anoto aquí porque antes, en los tráilers, empecé a ver imágenes de algo que me resultaba conocido, familiar. Hasta que giré la cabeza y decidí no seguir mirando la pantalla. Justifiqué mi extraña actitud en que estoy leyéndome un libro, ese libro, y no quiero saber nada de esa película, que desconocía hasta ese momento; hasta que lo termine al menos. Esta mañana me encuentro en El País la noticia de la presentación de la película en Madrid. Sobre el papel las cosas parecen más asépticas, sin imágenes, así que lo leí. Pero después, mientras comía, y casi a bocajarro, Ana Blanco (por la que recibo bastantes visitas, por cierto) nos ofrece esa misma noticia no sólo con las imágenes de la presentación sino con imágenes de la película. Y ya mal. Mal, porque en mi cabeza ya había creado todo un universo en torno a la historia y sus personajes y ahora, lo quiera o no, veré las caras de  Julianne Moore y Gael García Bernal en lugar de las mías cuando mañana, de camino a la piscina, vuelva a abrir las hojas de «Ensayo sobre la cegera» de José Saramago. Esto me demuestra que no se puede, por mucho que se intente, ser ciego ante determinadas cosas, noticias, situaciones o circunstancias. Antes o después, acabas por verlas, lo quieras o no.

La puja

Llegué por casualidad, después de ver cosas muy guapas, pero muy caras para un desempleado como yo. Nunca antes había entrado, seguramente por desconocimiento o vete a saber por qué, pero el martes pasado acabé registrándome en eBay y participando en una de sus pujas. El precio de salida era de 1 euro. A mi me pareció como de chiste, pero aún así pujé con 10. Dos días después un correo me avisa de que he sido sobrepujado. Sobrepujado, una palabra que suena realmente mal; significaba no solo que ya no lideraba la puja sino que además si quería hacerme con la compra tendría que ofrecer más dinero aún y no sabía cuánto. No seguí; me puse una alarma en el móvil para que me avisara diez minutos antes de que terminara la puja y ver entonces si me interesaba o no. Y a la una menos cinco de esta mañana el teléfono sonó. La puja estaba alta, había llegado a los 30 euros y llegaba el momento de pujar. Lo hice, pero el sistema me sobrepujó de nuevo. Volví a pujar y me volvió a sobrepujar. Empezaba a ponerme nervioso y a sentir la necesidad de seguir pujando sin parar hasta hacerme con él, quería hacerme con él, pero no sabía cuánto dinero se había ofrecido ya. Cuando llegué a 48 euros quedé en primer lugar; faltaban 3 minutos y me quedaban dos euros de mi presupuesto para repujar en caso de que me volvieran a subir la oferta. Actualicé, actualicé, actualicé. Ahí estaba la sobrepuja: 50 euros. Quedaban dos minutos. Me dije que no pasaría de 55 y ofrecí 52. Actualicé. Quedaba un minuto y pico. Clic de nuevo en actualizar. Clic! Clic! Clic! Cliqueaba cada segundo mirando con un ojo el precio y con otro los segundos restantes. Tres. Dos. Uno. Respiré. El reproductor mp3 para usar dentro de la piscina en unos días (espero) estará en mis manos.

Bruxismo nocturno

El mes pasado acudí por primera y única vez al podólogo. Te sientas en un sillón como el del dentista y de repente empiezas a elevarte hasta estar sentado a más de un metro del suelo, sin posibilidad de bajarte a menos que saltes. Fui porque algunos días al descalzarme por la noche tenía los pies, las plantas sobre todo, un poco hinchadas y como mojadas, como si acabara de salir de la ducha. Una desconocida hipocondría me hizo pensar que en alguno de los procesos me descalzo/nado/me ducho/me calzo again había cogido hongos o algo en los pies. Pero el podólogo, sentado en una silla al nivel del suelo y con mis pies frente a su cara, me dijo que no, que todo estaba correcto. «Te sudan las manos?» me preguntó. En mi boca estaban ya los términos «generalmente» y «no», pero en ese momento comprobé que, efectivamente, me sudaban las manos, así que añadí «aunque ahora mismo, por ejemplo, sí». El podólogo me contó que a veces el organismo, ante situaciones de tensión, nervios o ansiedad, hace sudar las manos como forma de escape y los pies, en el fondo, son otras manos; así que, aunque no lo notara, las plantas de los pies podían sudar también en esos casos extremos. Hoy fui al dentista como colofón a la revisión anual: un empaste roto y arreglado la semana pasada y una limpieza hoy. Advertí al dentista de que una muela aparentemente sana me dolía, sobre todo con líquidos fríos o calientes, aunque también muchas veces sólo al contacto con el aire. Me radiografía la pieza en cuestión, me la muestra en la pantalla del portátil a los 30 segundos y descarta cualquier caries oculta. «Eres nervioso?» me pregunta. En mi boca recién limpiada esperaban, otra vez, los términos «generalmente» y «no», pero el movimiento compulsivo de mi pie me delató sin llegar a poder usarlos. Así que ya hemos resuelto el misterio de mi extraña sensibilidad dental: rechino los dientes por la noche, durmiendo (algo que me dijeron hace años, pero que yo, evidentemente, soy incapaz de comprobar), de forma que presiono las piezas superiores contra las inferiores y, además de levantarme con un extraño dolor en las articulaciones de la mandíbula que no había relacionado con esto, he reventado el cuello de varias piezas de mi boca, de forma que el esmalte y la dentina que protege la zona intermedia ha desaparecido y mis piezas son más sensibles a todo. Por delante cuatro reconstrucciones del cuello de la encía o del diente (no se ya de quién es el maldito cuello roto) a 50 pavos each y una férula de descarga para dormir a partir del mes que viene. Con todo, lo peor es descubrir que dos personas que no me conocen de nada, ni se conocen entre ellas, hayan llegado a la conclusión de que soy nervioso cuando yo creía que no lo era.

Seminarista

La capacidad del flamante nuevo auditorio del Colegio debe rondar las 100 personas y estaba lleno, más o menos, al 80-90%. A mi me invitaron por estar dado de alta en la Bolsa de Trabajo del Colegio y desempleado, como casi todos los asistentes. Por delante cuatro horas de seminario gratuito (un detalle para las circunstancias) bajo el título Técnicas de actuación ante la nueva situación del mercado laboral, cuatro horas, una detrás de la otra. Primero nos hablaron dos abogados sobre temas jurídicos y legales que ya conocía casi en su totalidad, al menos en lo que me incumbe. Uno de ellos era externo y el otro del Colegio. Un crack este último porque gracias a frases como «la cámara de fotos es tu mejor amigo, ni perro ni nada»,  «los autónomos en teoría estáis trabajando, aunque no trabajéis. Para la Administración, no trabajáis porque no quereis» ó «para que te concedan un aval hoy en día hay que estar emparentado con el Vaticano» consiguió que no cayera roque en la delicada primera hora de un curso vespertino, que siempre coincide con la digestión. Luego habló una mujer sobre líneas de crédito y creación de empresas y, mientras, hojeé un libro que nos han editado para la ocasión, una especie de Guía para sobrevivir al desempleo en la construcción en el nuevo siglo. Cuando terminó la mujer nos dejaron quince minutos para descansar. Y fumar; casi no he fumado hoy entre curso y piscina. En lugar de bajarme a la calle, que estaba dos plantas por debajo, me subí a la azotea, que estaba dos plantas por encima. Siempre es mejor fumar viendo cosas así: Después del parón la responsable de la Bolsa de Trabajo nos contó por enésima cómo se hace un currículum y una carta de presentación y cómo se afronta un proceso de selección y una entrevista y esas cosas de siempre, aunque en el fondo fueran divertidas sus anécdotas y útiles sus consejos. Y quedaba una última hora, reservada para otra de recursos humanos que yo pensaba que nos iba a contar más de lo mismo. Pero no. Con ella tuvimos que pensar; hubo que aparcar a un lado términos técnicos, económicos y jurídicos, por otros, más difíciles de asumir y de decir en alto: frustración, incertidumbre, fracaso, culpa, decepción, miedo, ansiedad, estrés, angustia, palabras que salían de boca de gente que las sentía, como las he sentido yo. Elena nos ayudó a decirlas en alto y a afrontarlas, como el resto de problemas. Y nos dijo que habláramos, que no lo guardáramos, porque «cuando uno habla [o escribe], ordena sus pensamientos».

Ayer y hoy

No sé como llegué a ese vídeo, pero al final acabé ahí, viéndole. Entonces empecé a reirme, a carcajadas, no por el vídeo, sino por el recuerdo. El recuerdo me ha llevado a 1988, a una clase de música en el colegio. Aquellas clases consistían en intentar aprender lo que era un pentagrama, las notas, su colocación y cómo convertirlas en música con ayuda de una flauta. Y demostrarlo, claro. La demostración consistía en interpretar una pieza y había que hacerlo de uno en uno y los demás, mientras, escuchábamos. En general lo hacíamos, pero eso no era incompatible con leernos las revistas que para la ocasión las chicas se traían. Y allí estábamos, escuchando una y otra vez La canción de la alegría, mientras veíamos a las estrellas adolescentes del momento, las nuestras, y leíamos los consultorios sobre sexo, mi primera vez o el clásico «Cuéntaselo a Emma». En aquellas revistas descubrí a Jason Donovan y su pelo rubio rubísimo y su tazón. Yo quería tener un pelo así, porque por entonces tenía pelo como para poder desearlo, y para conseguirlo me lo aclaraba con manzanilla y todo. Nunca conseguí tenerlo igual, mientras lo tuve en aquellas cantidades, que ya casi ni recuerdo. No he podido dejar de recordar todo esto y reirme de ello y de mí al ver al hijoputa del Jason Donovan con casi el mismo pelo que hace más de 20 años. Ayer: Y hoy: