El jueves llegó la primavera el verano a Madrid, con bastante retraso, y ahora toca correr para hacer todas esas cosas que vas haciendo poco a poco durante la primavera. A mi me gusta la primavera, me gusta que los días se vayan haciendo cada día más largos y que las mañanas amanezcan con un cielo azulísimo y un sol radiante y que empieces a recuperar las ganas por las cosas, por la calle y la luz del día. Pero este año todo este larguísimo tiempo desde la semana santa (alguien se acuerda cuándo fue eso?) hasta ahora ha sido gris, esos amaneceres han sido grises, pasados por agua, con temperaturas volubles y extremas que nos han hecho caer malos a todos… me cabrea este retraso. En dos semanas podré comer a diario en casa y en mi patio, siempre y cuando deje de llover y yo haga los deberes, así que ayer sábado terminé el holocausto e hice las tareas que una tercera habitación descubierta de la casa requieren. Había por donde elegir para empezar, así que elegí barrer. Hojas, pelusas de polen, tierra, bichos, los juguetes del vecino («gracias, es que el niño lo tira todo»). En montoncitos. El calor empezaba a apretar y al sol más así que me puse unos pantalones cortos. No daba crédito. En esas recordé que quería trasplantar una cosa que ha salido en un macetero y que mi padre dice que es una morera (?¿). Lo trasplanté con una cuchara de cocina y sin haberlo hecho antes, pero ver series de médicos posibilita estas proezas. Y entonces llegó el momento de comprobar si mi plan de exterminio de la colonia de hormigas había tenido éxito o no, a pesar de las lluvias. Levantamos los maceteros donde coloqué las trampas y… Afirmativo. Las macetas pequeñas están libres de ellas, las grandes, menos una, también. Hoy es el día. Antes de terminar de barrer todo esto veo a una hormiga andando ajena a todo. Y la atraigo hacia el montón con la escoba para que vea los cadáveres, que sepa que aquí no se admiten personajes con más de dos patas, que esto no es Bichos. Una vez visto, la dejo ir para que se lo cuente a las demás y decidan huir antes de que sea demasiado tarde. Después de esto y ya en chanclas, lo más de lo más, manguera en mano, doy una pasadita y limpio los sumideros que funcionar funcionan (a la vista está) pero nunca está de más tenerlos limpios. [Recordad amigos, que la red de saneamiento de un edificio es una de las partes más importantes del mismo y que hay que mantenerla bien porque es la más inaccesible y por tanto difícil de arreglar.] Quien diga que los muebles baratos son malos no está en lo cierto. Mi conjunto de cuatro sillas y mesa octogonal de 99 euros de Verdecora ha estado expuesto a la intemperie durante un año completo, al calor, al frío (sic), a la lluvia, sobre todo a la lluvia, y ahí está, perfecto. Sin aplicarle aceites ni movidas para maderas tropicales de nombres impronunciables que se estudian en Materiales 2. Perfecta. Le pasas un pañito húmedo y coge un tono como de madera buena incluso. Lo que pasó desde aquí hasta la última foto fue dejar que todo secara, comer mientras, quedarme frito y frío en el sofá, recoger la cocina y ver ganar a la roja. (Amigos lectores furboleros: cuando ponen el cartelito Distancia y al lado del nombre de los jugadores una cifra en kilómetros, no me diréis que alguien se dedica a tomar esas medidas? En ese caso querría ver los que menos corren.) Para rematar el sábado y esta entrada rara, coloqué en un macetero un molinillo que me dio mi madre que a su vez se había encontrado un día en la ventana de casa. La parte grande gira en un sentido y la pequeña en otro. Mola o no?