Mi barba tiene tres pelos

Cuando voy a un Museo de Ciencias o a una exposición científica mi edad real, la del DNI, se divide por tres y vuelvo a ser un niño (aunque a veces creo que nunca he dejado de serlo). Si el Museo o la exposición es interactiva, que ahora se lleva mucho, además se me enciende la mirada y mis dedos no pueden estarse quitos ante botones y artilugios que, sin ayudar en exceso a comprender lo que realmente se muestra, se disponen ante mí. Hace dos fines de semana, el último de marzo, fui a Valencia a ver el Oceanográfico y el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe con unas invitaciones por la pati que consiguió un amigo. Él quería ver el acuario y yo el Museo y el conjunto calatravesco que, sin ser santo de mi devoción, me apetecía ver y fotografiar; así que repartimos mañana y tarde en sendas visitas. El Museo tiene tres plantas de exposición. La primera era l’espai dels xiquets, que omitimos porque aunque mi edad ya era un tercio de la real mi altura no y no era plan de llamar más la atención. Junto a ésta, una zona dedicada a los superhéroes de Marvel (que hubiera encantado a más de un lector) y en la planta superior una zona dedicada a varios premios Nobel. Y llegamos a la definitiva planta tercera donde estaba el tomate: una chorradita sobre drogas que vimos en cinco minutos, una zona dedicada al cambio climático, que omitimos también porque la noche anterior ya nos habíamos tragado la peli de Al Gore en Cuatro, y el bosque de Cromosomas: 23 pares de cromosomas gigantes a través de los cuales, y toqueteando, se pueden aprender muchas cosas del genoma humano. Generalizadas, claro, a nivel especie y sin tener en cuenta algunos ejemplares excepcionales de la especie humana (como yo) que no cumplen a pies juntillas los postulados del genoma. Junto a este panel había un artilugio con una cámara de vídeo con aumentos para que comprobaras in situ que tus folículos pilosos están allá donde pongas la cámara: en el brazo, en el dorso de la mano,… Yo fui más allá y coloqué la cámara sobre mi cabeza calvorota y mi rubia barba, afeitadas ambas tres días antes. Cuál es cuál? Feliz Easter! Yo me las piro a Santander.

Solterón

El ‘single’ vuelve a ser un simple solterón La opción vital de la soledad que proliferó en tiempos de bonanza vive horas bajas El paro y las dificultades le han quitado todo encanto Amanda Mars 27/03/2009 – El País Se le estropea a usted la comida en la nevera. No tiene pareja, vive en una ciudad y tiene un trabajo que le permite mantenerse a sí mismo. Los estadounidenses, que lo rebautizan todo, dijeron hace cinco años que no era un solterón, que era un single, que los hombres eran metrosexuales y las mujeres freemales (libres o sin hombres). Dijeron que era usted el niño bonito del departamento de marketing de cualquier multinacional, porque gastaba un 40% más que el miembro de cualquier familia. Que es hedonista, porque como no tiene a nadie que dependa de usted, viaja varias veces al año y sale a cenar fuera cada semana. Que hace 18 años, su grupo representaba el 13% de la población española y que hoy ya son el 22%, hasta 3,5 millones de hogares. Que se iba usted a comer el mundo. Pero la crisis no perdona, y ejercer hoy de single en España es más difícil. Los solos -o impares, como se suele traducir en España-, no sufren la crisis más que los demás. Pero la sufren. Hay 155.700 hogares formados por una sola persona que está en el paro, un 74% más que hace un año. El número de quienes buscan compañeros de piso, a la vista de algunos portales de Internet, casi se ha duplicado. El crecimiento de hogares unipersonales después del incremento trepidante, echa el freno. Y las separaciones, esa fábrica de singles que trabajó a pleno rendimiento con el divorcio exprés, ha bajado ahora el ritmo, por el fin de ese efecto y también por la crisis económica. Eso sí, su consumo es el que mejor aguantó el tipo el año pasado. «Es que el del single ha sido un fenómeno económico en España. Hemos vivido 10 años de casi pleno empleo en el que la gente ha podido emprender proyectos individuales y los han llevado a su máxima expresión social. Después de haber estado estigmatizado, ha habido cierta glorificación del soltero, la imagen de que tenía el mundo a sus pies», reflexiona el profesor de marketing de IESE José Luis Nueno, experto analista de consumo. Patricia F. reniega de la etiqueta que las consultoras de consumo han decidido colgarle. Aunque por sus condiciones de vida es una single de libro. Soltera, con 40 años y 12 de experiencia en el sector, la empresa de informática en la que trabajaba dio un tijeretazo a su plantilla el pasado enero y decidió prescindir de ella, que cobraba 3.000 euros brutos al mes y podía vivir sola en su piso alquilado en Barcelona. «Porque con el paro, no tengo ni para la mitad de mis gastos. Lo he recortado todo: salía a cenar fuera como mínimo dos veces por semana, y ahora sólo salgo si se organiza la fiesta en casa de amigos. No soy de comprar mucha ropa, pero si algo me gustaba, no tenía que pensarlo. En momentos así trabajas para ti, vives como te apetece, pero ahora no», resume esta licenciada en Filosofía y Sociología, dentro de su nueva economía de guerra. De vivir sola, también ha pasado a buscar un compañero de piso para ayudarse a pagar los 600 euros de alquiler. «Pero eso tampoco es tan fácil ya como antes, porque ahora hay mucha gente alquilando habitaciones que le sobran para pagar la hipoteca, y los precios bajan», asegura. (…) Además de económico, el de los singles ha sido un fenómeno demográfico, alentado por el baby boom (nacidos durante la explosión demográfica de entre 1960 y 1975). De ahí la explosión de nuevos productos (minienvases para personas que viven solas) o negocios (agencias de viajes especializadas) a las que ha dado lugar. El de los solos es también el único sector cuyo consumo creció el año pasado, según los datos de TNS Worldpanel. Sus compras en alimentación, bebidas o droguería subieron un 2,3%, cuando el resto del grupo formados por parejas con hijos o personas solas con descendencia bajaron. Pero cuando un hogar formado por una sola persona entra en crisis, la estructura se tambalea. Una opción, en ocasiones, es regresar al hogar paterno. Y no es un trago fácil. A Rosa Alonso le acaba de ocurrir, a los pocos meses de estrenar su soltería. Dentro del microcosmos del single, ella, con 23 años, pertenece al sector más joven. Vivía en un piso de alquiler con su pareja, compañero de trabajo de una de esas firmas intermediarias de hipotecas que brotaron como setas con el boom del mercado del ladrillo, hasta que rompió hace unos meses. El pasado febrero, la compañía, caída en desgracia, cerró y dejó a ambos sin trabajo. Acaba de volver a casa de sus padres. «Y no me siento muy single ahora, claro». «Esto es algo que ocurre en las recesiones, suelen servir para la cohesión familiar. Porque al final, en momentos así, sale la familia al rescate, ésa es la red en países como España. Las otras redes, las sociales, son más para chatear», apunta Nueno. (…) A la nueva situación mundial se añade la dificultad consustancial a la naturaleza del solo: «Los costes de la vida, como la comida o el mantenimiento del hogar, son más altos por cabeza para las personas que viven solas». «Y también pagamos más impuestos que nadie, porque no nos desgrava nada», se queja Patricia. Ejercer del single prototípico requiere que a uno le vayan bien las cosas. Martín Vivancos, profesor de la escuela de negocios EADA, va a la esencia básica: «Podemos decir que hoy son dos las clases de single: el que no está afectado por la crisis y el que sí lo está, y éste ve su nivel de consumo afectado». Es uno de los motivos por los que el turismo de fin de semana, la restauración y los locales nocturnos, los lugares de recreo habituales de grupos de impares, ven adelgazar sus ingresos. Como en el caso de Patricia y sus fiestas caseras en casa de amigos. Según Vivancos, «hay una propensión a ello. Cada vez más aparece el hogar como centro de ocio, con DVD, videoconsolas Wii… Es algo muy afianzado en otros países europeos, pero en España no lo era tanto». «Y el gran peligro de éstos», añade, «es que la gente descubra que se lo pasa bien en casa. Es interesante y amenazante al mismo tiempo para el consumo». Los restaurantes han visto caer sus ingresos en general. José Luis Guerra, presidente de la Federación Española de Hostelería, explica que «no se puede distinguir entre todos esos singles y el público en general, pero la caída ha sido generalizada. En lo que va de año, el gasto está cayendo entre un 9% y un 10% mes a mes». No bajan las visitas a los restaurantes, pero sí el gasto: de los dos platos se pasa al primero a compartir, y del postre, al café directamente. (…) Vicente Pizcueta, que es portavoz de Empresarios por la Calidad del Ocio Nocturno, admite que la frecuencia de las salidas nocturnas ha bajado, de seis mensuales a una, y que las ventas -de entradas y bebidas, cuando uno habla del mundo de la noche- bajan un 10%, además de que está migrando la diversión dentro de los hogares. Pero lo enmarca en una tendencia que percibe desde la última década, no vinculada con la crisis. Pizcueta advierte de que ha trabajado muchos años en el sector de los locales nocturnos para dar una versión muy diferente de José Luis Nueno y su teoría económica de los singles. «Pero, a ver, ¿qué es in single? Es una persona que busca una segunda juventud con mayor poder adquisitivo. Y lo que ocurrió en España es que pasó de estar mal visto a estar de moda. Sin más, pero sólo son personas que buscan conocer a otras personas, así que seguirán saliendo por la noche a poco que puedan», apunta Pizcueta. Lo mismo piensa el dueño del bar Minusa, en Barcelona. «Están fallando más las parejas que los solteros; éstos salen siempre, por fuerza. Al resto hay que estimularles con precios más bajos». Pizcueta sentencia: «Algunos saldrán menos, pero para otros las noches no se pueden acabar. Con crisis o sin ella, el single sólo es alguien que sale a buscar contacto con el sexo opuesto». O con el propio.

Líneas auxiliares

Las líneas auxiliares son partes imprescindibles del dibujo, y de la vida. Están ahí, siempre. Se trazan suavemente pero en firme, lo suficiente para saber que están y dónde, pero sin que nos tapen la visión de las líneas definitivas. En el fondo todo son trozos de líneas auxiliares que repasamos con un lápiz de mayor dureza para hacerlas definitivas. Los profesores de Geometría nos pedían no borrar las líneas auxiliares que habíamos usado para trazar el ejercicio. Con ellas sabían si realmente habíamos llegado solos a esa conclusión o nuestro dibujo no era más que la copia aproximada del dibujo del vecino. La muerte es una línea auxiliar más. Está en el papel y en algún momento habrá que repasarla con el lápiz duro. Intentamos tenerla localizada para evitarla, para regruesarla lo más tarde posible, para que cierre el dibujo al final, cuando todos los pasos ya se han dado y cuando todas las intersecciones han quedado definidas. Pero hay otras líneas auxiliares, otras muertes, que sin ser la nuestra nos cambian el dibujo. Líneas que cruzan nuestro dibujo con mayor o menor grosor. A veces marcadas sólo con un lápiz del 1 ó del 2, que todavía es posible borrar por medio de un stent y volver a trazar en paralelo, con una escuadra y un cartabón, algo más lejos de la línea original, fuera de nuestro dibujo. Otras veces no hay tiempo para trazar una paralela y un día las descubrimos definitivamente trazadas en tinta, sin posibilidad de eliminarlas, ni siquiera raspando con una cuchilla. [Descansa en paz.]

El calcetín que volaba

Esta semana estoy yendo a buscar a mi prima de 10 años al cole, porque su madre, profesora y directora, está de baja. El protocolo es el siguiente: las madres (y los padres, que alguno había) se colocan frente a la puerta. El profesor/a sale con un niño al lado, alguien levanta la mano, el profesor/a lo mira, el niño asiente y se va hacia esa persona. Así cada uno, a excepción de que nadie levante la mano, en cuyo caso el niño queda allí, sin salir, hasta que alguien lo reclame. Mi cabeza sobresale estrepitosamente entre el mar de cabezas de las demás madres y padres que, más abajo, esperan pacientemente y han de hacerse ver; mi prima me ve cuando aún tiene tres niños por delante para salir… Ayer veníamos echando cuentas (para variar) de cuánto puede sacar en el examen de Lengua en el que cree que tiene 8 respuestas bien. El problema era que no recordaba el total de las preguntas, dudaba entre 10 y 14, y no es lo mismo tener un 8 que un 5 pelado. En esto, esperando al semáforo verde, me pregunta «Oye, RMN, los calcetines vuelan?» Mi respuesta, sin negarlo rotundamente, porque con niños nunca se sabe, fue que al menos los míos no, porque no tienen alas. «Entonces, qué hace un calcetín en medio del paso de cebra?» Se me ocurrían varias respuestas lógicas y racionales, pero acepté que ese calcetín volaba, mientras le echaba la foto cruzando. Volaba, en pasado, porque como bien apuntó ella «ya no vuela, porque le han atropellado varios coches y estará muerto». Entonces se me ocurrió que esos calcetines voladores deben ser parientes o conocidos de los zapatos y zapatillas que cuelgan de algunos cables que cruzan calles de cornisa en cornisa. Quién se deshace de los zapatos en plena calle y los lanza hacia un cable? «Yo el otro día —me dice ella muy segura de haber sido testigo de algo excepcional— vi en una calle en Madrid varios zapatos colgando. Y había uno que estaba solo.» Quién se deshace de sólo un zapato para lanzarlo contra un cable? Y el otro? Desparejados para siempre, sin posibilidad de encontrarse nunca. Llegamos a la conclusión de que los calcetines que vuelan lo hacen porque los zapatos del dueño huelen mal, y por eso hay que colgarlos en los cables, para que se aireen, y no haya calcetines volando por la calle, como este pobre que acabó muriendo atropellado en el paso de cebra.

A ciegas

La semana pasada estuve a ver The Reader. La película, y el cómo se te queda el cuerpo, merece una entrada aparte, pero lo anoto aquí porque antes, en los tráilers, empecé a ver imágenes de algo que me resultaba conocido, familiar. Hasta que giré la cabeza y decidí no seguir mirando la pantalla. Justifiqué mi extraña actitud en que estoy leyéndome un libro, ese libro, y no quiero saber nada de esa película, que desconocía hasta ese momento; hasta que lo termine al menos. Esta mañana me encuentro en El País la noticia de la presentación de la película en Madrid. Sobre el papel las cosas parecen más asépticas, sin imágenes, así que lo leí. Pero después, mientras comía, y casi a bocajarro, Ana Blanco (por la que recibo bastantes visitas, por cierto) nos ofrece esa misma noticia no sólo con las imágenes de la presentación sino con imágenes de la película. Y ya mal. Mal, porque en mi cabeza ya había creado todo un universo en torno a la historia y sus personajes y ahora, lo quiera o no, veré las caras de  Julianne Moore y Gael García Bernal en lugar de las mías cuando mañana, de camino a la piscina, vuelva a abrir las hojas de «Ensayo sobre la cegera» de José Saramago. Esto me demuestra que no se puede, por mucho que se intente, ser ciego ante determinadas cosas, noticias, situaciones o circunstancias. Antes o después, acabas por verlas, lo quieras o no.

Ayer y hoy

No sé como llegué a ese vídeo, pero al final acabé ahí, viéndole. Entonces empecé a reirme, a carcajadas, no por el vídeo, sino por el recuerdo. El recuerdo me ha llevado a 1988, a una clase de música en el colegio. Aquellas clases consistían en intentar aprender lo que era un pentagrama, las notas, su colocación y cómo convertirlas en música con ayuda de una flauta. Y demostrarlo, claro. La demostración consistía en interpretar una pieza y había que hacerlo de uno en uno y los demás, mientras, escuchábamos. En general lo hacíamos, pero eso no era incompatible con leernos las revistas que para la ocasión las chicas se traían. Y allí estábamos, escuchando una y otra vez La canción de la alegría, mientras veíamos a las estrellas adolescentes del momento, las nuestras, y leíamos los consultorios sobre sexo, mi primera vez o el clásico «Cuéntaselo a Emma». En aquellas revistas descubrí a Jason Donovan y su pelo rubio rubísimo y su tazón. Yo quería tener un pelo así, porque por entonces tenía pelo como para poder desearlo, y para conseguirlo me lo aclaraba con manzanilla y todo. Nunca conseguí tenerlo igual, mientras lo tuve en aquellas cantidades, que ya casi ni recuerdo. No he podido dejar de recordar todo esto y reirme de ello y de mí al ver al hijoputa del Jason Donovan con casi el mismo pelo que hace más de 20 años. Ayer: Y hoy:

Perspectiva

La vía sigue un trazado dirección al norte. Tomo el tren unos metros antes de que empiece a girar hacia el este; cada metro que avanza, además, toma altura, situándonos a varios metros del suelo. Vuelve a parar en una estación que parece que flota en el aire, arranca de nuevo y al dejar atrás los edificios nos ofrece un travelling de la ciudad de Madrid. En días claros, como hoy, muestra de fondo el Sistema Central cubierto por una manta blanca que no deja distinguir las cumbres. Delante la ciudad, plana, horizontal y despuntando de ella, su skyline: Torrespaña, torres de Valencia, Jerez, Madrid, España, Europa, Picasso, BBVA, Puerta de Europa y, doblando la altura de todas, las cuatro torres, que desde el tren parecen solo dos. Desearía que el tren subiese más, se elevase como la bici de Eliot y nos dejase ver la ciudad como una maqueta. La imagen desaparece bruscamente bajo una autopista; entramos en zona urbana y al fondo, sobre las primeras edificaciones, aún se distingue la coronación de algunas torres. El tren para de nuevo, antes de volver a girar de nuevo y definitvamente al norte. Alternamos estaciones descubiertas con otras soterradas, tramos de túnel y sobre rasante; catenaria, traviesas, raíles, vallado perimetral, luces que van y vienen según avanza el tren en la negrura del túnel, al sol en algunos tram0s. Entonces ocurre. El tren sale del túnel para sobrevolar el río y la M30 y en ese momento, y en días claros y despejados como hoy, sin contaminación, las cornisas de las cuatro torres se alinean con los demás edificios. Apenas dura unos segundos, pero durante ese tiempo, la orografía y la visual se asocian para que esos colosos sean de la misma estatura que las demás torres, que ahora se mezclan con bóvedas religiosas y edificios de viviendas, sin destacar por nada, pasando inadvertidos, buscando el punto donde se fugan todas las líneas de la perspectiva. La imagen se apaga de nuevo; el tren vuelve a entrar en el túnel otra vez.

Documentales

Seré honesto: no veo los documentales de la 2. Ni de la dos, ni de la tres, ni de ningún sitio, porque no me llaman la atención, no me atraen. Prefiero otros documentales, de hábitats más cercanos, en los que vea cómo se desenvuelven esos otros animales con los que tratamos a diario; de nada me sirve saber cómo se comporta un oso en montañas lejanas o desiertos remotos, como decía el otro; prefiero el comportamiento de la especie que tengo enfrente. Será porque siempre que he visto alguno acaban saliendo bichos asquerosos ampliados mil veces que me provocan picores sólo con verlos. O será porque mi recuerdo más antiguo, con tres años, es el de la vieja televisión en blanco y negro, con Félix Rodríguez de la Fuente mostrando imágenes del águila real cazando un cervatillo en los Picos de Europa, cuando de repente, pum!, la tele explota delante de mi y mi tortilla francesa y se queda en negro. Sea por lo que sea no suelo verlos. Pero a veces se dan varios factores independientes entre sí que hacen que lo imposible se convierta en posible. Y esto ha sucedido con un documental de la BBC, que da la 1 los domingos a mediodía y que, gracias a mis Reyes, grabo y veo después del telediario. Claro, no es lo mismo ver un cocodrilo atacando un rebaño de ñus bebiendo en el Nilo en 32 pulgadas panorámicas, mientras el pobre ñu grita de dolor por los cinco altavoces que conforman el sonido sorround. Nada que ver. Me acuerdo de mi hermana que, cuando lo vea, que es la segunda finalidad de grabarlo, pensará «y esto cómo lo habrán conseguido grabar así?» Lo cierto es que es impresionante: cuatro años de rodaje, 200 localizaciones diferentes alrededor de todo el planeta y algo que me parece muy difícil de conseguir: no mostrar huellas del hombre, sus ciudades y su impacto en el medio ambiente; será que todavía quedan zonas vírgenes. La respuesta a la pregunta son 26 millones de euros, muy bien invertidos en mi opinión.

The day the music died

Hoy, tres de febrero, además de ser un san Blas (felicidades!) sin refrán porque las cigüeñas ya no se van, por lo que no vuelven, además de ser san Óscar (felicidades!), además de ser el día de la tortilla en Torrejón (os habréis pelado de frío!), además de ser el día después al de la marmota (que este año lo tenía chupado) y además de ser el día en el que me he visto reflejado en un número del telediario (yo soy el 1 del 3.327.801), además de todo eso, casi por encima de eso, es el día en el que la música murió. Hace 50 años morían en un accidente de avión Ritchie Valens (que cantaba «para bailar la Bamba…») y Buddy Holly, que no necesita paréntesis aclaratorios. El título de esta entrada es parte de la letra de la canción American Pie de Don McLean que hace referencia a hoy, el día en que, con ellos, murió la música. Murieron ellos y la música. La música se ha reencarnado en otras, y ellos también. De hecho, el baile de san Vito que tiene Buddy Holly en su pierna se reencarnó en la mia.

La hemeroteca

Me ha costado dos días, pero he terminado de unificar (primero), filtrar (después) y ordenar (finalmente) la hemeroteca. La hemeroteca no es otra cosa que el resultado de un poco de diógenes, falta de tiempo para leer y mucha prensa. Que no te da tiempo a leerte ese par de artículos o ese reportaje que te gustaba? Pues se arranca la página (en revistas) o se separa (en periódicos, no los leo con grapas) y en otro momento… qué momento? La experiencia me ha demostrado que ese momento no existe; es decir, que o lo lees ese día o en los treinta o cuarenta sucesivos o no lo leerás jamas. A menos que te quedes en el paro, claro. Con mucha paciencia y la compañía omnipresente ayer de Obama me los volví a revisar e hice criba. Resulta un ejercicio ciertamente desconcertante el saber por qué guardaba tantos recortes de determinados temas que ahora me interesan más bien poco. O curioso ir descubriendo proyectos e incios de obras que ya están terminadas, o que nunca se llegaron a ejecutar; incluso obras en las que trabajé yo personalmente o algun amigo y conocido. Sin querer ves la evolución de la tipografía de un periódico, las mejoras, los cambios de diseño y de maquetación y, como no, de la publicidad, de cómo éramos y vestíamos hace no tanto. Sólo un tercio aproximadamente del total se ha salvado de la criba. Hoy los he ordenado en orden cronológico con la idea de echar todos los días una horita o dos, y quitármelos de encima cuanto antes. El paquete más antiguo, y por el primero que empezaré, es de 1995. En el peor de los casos la lectura aclarará algún punto de la Historia desconocido o anecdótico. En el mejor, haré un breve repaso por aquello que me llamó la atención del periódico durante casi quince años, pero en un momento atemporal desconcertante.

Te gusta conducir?

El chavalito que me atendió ayer en la oficina del INEM (chavalito porque era más pequeño, bastante más, que yo) me aseguró con cara de qué-suerte! que me correspondía «el máximo» en concepto de prestación por desempleo. Ese máximo no llega a la mitad del sueldo que yo tenía la semana pasada, pero al menos es algo. Anteriormente una compañera suya, que rozaba la perfección en su trabajo, intentó sin éxito que mi nombre no fuera mi primer apellido y mi segundo apellido mi nombre en la ficha que de mí tiene el Ministerio de Trabajo. Pero no fue capaz. Y antes de tratar con cada uno de ellos me dio tiempo a hojear enteros y a leer varios artículos y reportajes de El País del domingo y El País Semanal, respectivamente, que me había llevado en previsión de una larga espera. Gracias al iPod, una vez más, me abstraje del sonido ambiente de la sala de espera en donde además de lenguas diversas se oían de vez en cuándo voces demasiado altas. Por la tarde aproveché para ir a ese sitio donde se pueden cambiar los regalos de los Reyes que te vienen mal. Cambié un libro que le dejaron a mi prima en casa y que, casualmente, ya se había leído y mi juego de la Wii. Ya que estaba me metí en las dos o tres tiendas de siempre a mirar las rebajas, o lo que quedara de ellas. Al final cayeron unas zapatillas que costaban 39,95, marcaban 29,95 y por las que pagué finalmente 19,95. No lo llevaba en mente, pero cualquier excusa es buena y además, me da la gana. Algo más contento, con zapatillas nuevas y todos los recados del día hechos me fui para casa. Y aunque volví a aparcar el alfita en la puerta de casa me he pasado gran parte del tiempo desde entonces hasta ahora conduciendo, aunque dentro.

Cubo

Parte del ejercicio ya está hech0. Es la que me corresponde a mí. La fui realizando a ratos, en trozos de tarde de sábado y de domingo; en ratos perdidos en la noche, con flashazos de nuevas ideas, con borrados totales y parciales y vuelta a empezar. Y así durante semanas. Ahora, igual ya desde ayer o desde el lunes, está en tu mano hacer la otra parte. Es más rápida y más fácil, depende de lo mañoso que seas. El fondo es que pases diez minutos entretenidos, sin pensar en nada más. Y que al terminar sientas satisfacción por el trabajo realizado y por el objeto conseguido. No importa la dificultad, por pequeña o grande que sea, siempre podremos ser capaces de solventarla o, en el peor de los casos, de asumirla. Si lo terminas tendrás en tus manos un hexaedro regular, un cubo: seis caras, ocho vértices y doce aristas. A veces la geometría ayuda a ver las cosas, a comprender, que una simple arista puede separar cosas que no pueden estar en el mismo plano, pero que de alguna forma han de convivir juntas. O que caras paralelas lo estarán así por siempre, lo quieran o no, porque jamás podrán juntarse. O que un vértice es el único punto entre los infinitos que suman tres planos diferentes y contiguos, el único, en común. La geometría ayuda a ver las cosas que tenemos en común y a minimizar las que nos separan. Y ayuda a ver que lo que sobre el papel es visible, en la realidad, en las tres dimensiones se nos escapa de la vista. Por eso conviene dar vueltas a las figuras geométricas, al cubo, a sus caras y a sus vértices, para no perder nada de vista, para saber que, aunque no las veamos, hay otras caras y otras aristas y que, además, todas son iguales. Feliz Navidad!

No iba solo

A cualquiera puede parecerle pesado, a mi incluso me lo parece si se hace con mucha periodicidad, pero un viaje en coche es una de las mejores cosas que pueden hacerse, si se organiza bien el horario para evitar operaciones salida, si se mira un poco el tiempo para saber cómo te va a ir y si se elige la música adecuada, claro. Yo viajé el viernes, pero salí a mediodía, con lo que el hipotético atasco que se produjo en Madrid me pilló ya por el reino de Aragón. Y no iba sólo; íbamos el alfita y yo. Porque tan importante es uno como el otro, y viceversa. Yo le doy lo mejor de mí y él me lo devuelve. Y mientras tanto hay tiempo para pensar en cosas que vienen y van, ver paisajes, cantar, tararear, hablar y hasta hacer fotos. Las dos primeras de ayer son de la A2, por Soria y Zaragoza, respectivamente. La tercera es el punto de la AP2 que cruza con el meridiano de Greenwich, que separa a España en dos mitades (sí, pero todas en el mismo hemisferio) y marca los usos horarios del planeta. Tenemos la mala costumbre de mandarnos un sms cada vez que lo cruzamos, vayamos a vernos o no. Las fotos de ciudad corresponden a Vic, capital de la comarca de Osona, que celebraba estos días un mercado medieval. Vic, su centro, ya es medieval per se, así que el entorno era el propicio para instalar un mercado que atrajera la atención de miles de personas que terminaban por desmerecer el conjunto final. No recordaba una aglomeración tal. O yo no me recordaba dentro de una aglomeración tal. Pude ver la catedral y ver algunos de los puestos, me compré un cinturón de piel, me zampé un montadito de butifarra blanca y volví del medievo. En las fotos de ayer la plaça Major (en panorámica photoshopeada) y la plaça del Bisbe Oliba donde me llamó la atención la catedral y los dos edificios de corte moderno, también de la Iglesia. Y aquí la portada de la catedral de Sant Pere, que en su conjunto es un repertorio de estilos, y otra vista de la plaça. El lunes fuimos a visitar las cavas de Codorníu en Sant Sadurní d’Anoia. La visita es altamente recomendable. Te enseñan las antiguas bodegas, modernistas, Monumento Nacional y te cuentan la historia de la familia Raventós, que es la que lleva el negocio familiar de Codorníu, que era el apellido familiar hasta que se perdió con Anna Codorníu (de ahí el nombre de ese cava), el proceso de elaboración y cosas diversas. Te puede tocar un guía bueno, que sea conciso y hable en español o te puede tocar el guía que se enrolla mogollón (hasta el punto de que los grupos siguientes nos iban cazando) y que mezcla el español y el catalán sin darse cuenta… Ara, me quedo con este, porque a la larga la visita tiene más encanto y al final acabas hablando con él de Schuster (siempre presuponen que eres del Madrid por ser de Madrid). La visita incluye bajar a ver las cavas: cinco plantas subterráneas con galerías paralelas y perpendiculares de 500 y 150 metros de largo, con 13º de temperatura constante y miles de millones de botellas de cava del que, al final, te dan a probar. En la planta menos cuatro había un trenecito. Da un poco de cague, pero merece la pena el viaje. Y después te vuelves, un día cualquiera, un martes; y disfrutas, otra vez, de carreteras vacías.