El miércoles 3 de septiembre tuve que confesarme. Mi hermana se casaba dos días después y había que ensayar la boda. Ahora subes tú, lees esto, bajas, luego fulana, mengano se pone aquí y esas cosas. Eso creía yo, que iba en calidad de lector de la primera lectura del libro de Tobías y del salmo. Pero resultó que aquel ensayo era una confesión encubierta a la que me llevaron algo engañado. En lo que esperábamos a reunirnos con el cura pude verle en la distancia hablando con otro grupo. Tenía cara de cura, gafas y un aspecto que no me gustaba. Por el nombre me había imaginado un cura joven, de esos que van de jóvenes pero llevan alzacuellos todo el día. Pero no era así. Entramos a los salones parroquiales, donde no entraba desde hacía cienes de años, y entonces me encontré allí en la encrucijada. Entre un pasado y el presente. No quería confesar. Puedo asistir a cualquier ceremonia con respeto, aún mayor por haber sido parte de ella en el pasado, pero no quiero volver a integrarme en el sistema. Así que me debatía entre decirle abiertamente que no quería confesar, incluso no entrar, o dejarle hacer, confiando en que no fuera una confesión como tal sino una absolución (como la que me da Muse semanalmente). Al final entré. —Te llamas… —me pregunta mientras cierro la puerta. Dudé en darle la mano porque aquello parecía cualquier cosa menos un confesionario. —RMN. —Y eres… —El hermano de la novia —le dije mientras me sentaba frente a él en un despacho parecido a una consulta del médico. —El hermano… —y aquí hizo una pausa muy peliculera en la que estuvo eligiendo entre guapo, moreno, delgado, calvo o marica, para quedarse con— el hermano mayor de la novia. —El único hermano de la novia —rematé, para que fuera al grano. En ese momento debí decirle «el hermano agnóstico de la novia que no quiere confesarse y que está aquí porque ella ha elegido este rito», pero le dejé hacer. Me pregunta por mis errores y mis faltas. Intuyo que la cosa va a ir mal así que me pongo a la defensiva diciéndole que, como todos, cometo errores, de los que tomo conciencia y nota para solventarlos. «Por ejemplo?» No voy a entrar al trapo, pero es tarde para irme o cortar la confesión, así que toreo sin ejemplos concretos diciéndole que en general todos esos errores tienden a hacernos mejores. Mi planteamiento es que Dios, de exisitir, me ayuda poco en el día a día y por eso no cuento con él tanto como conmigo mismo. El suyo es buscarme puntos flacos. «Falta de paciencia, tal vez?» me insiste. En ese momento le aparté la mirada tratando de que notara mi indiferencia en la conversación. «Tal vez». La notó, porque acto seguido levantó sus manos hacia mi, como si yo estuviera poseído y pidió a Dios varias cosas para mi, mientras yo observaba la habitación aprovechando que sus manos quedaban entre mis ojos y los suyos y no me veía. Quizás en una iglesia, dentro, o en un confesionario de madera, con enrejado y cortinilla como toda la vida, hubiera puesto algo de interés. Pero en una habitación con tubo fluorescente en el techo, una virgen de Fátima de medio metro a un lado de la mesa, y una mochila de Puma y una bolsa de Los Guerrilleros a los pies no era capaz. —En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo —y me levanté, dándole las gracias y saliendo por la puerta. Cuando por fin se produjo el encuentro que yo esperaba sin confesiones comenzamos a hablar de cómo sería la ceremonia. Para entonces él estaba absolutamente convencido de que yo sobraba en esa reunión. Lo estaba porque se mostró sorprendido de que yo fuera quien haría la primera lectura y el salmo. Y más aún cuando supo que el ritual que se repartiría entre los asistentes y que él tenía entre las manos lo había escrito, diseñado y encuadernado yo. —Que no practique no significa que no me documente para hacer las cosas —le dije, pedantemente, desde el rencor que su cara de sorpresa me provocaba. Dos días después, en la boda, me saludó y me dió la enhorabuena por la boda y por lo bien que había «sabido transmitir la palabra de Dios». No hay que prejuzgar a la gente por unos pantalones pitillo, padre.