Salaaaaado

Hace tres años me tocaron 150 euros en la lotería de navidad. Aquel día era la comida de empresa, que derivó en merienda, cena y recena. Después de esta nos encaminamos a otro despacho de alcohol y ahí reventé la rueda de mi alfita contra un bordillo de la plaza del duque de Pastrana. Los 150 euros de la lotería se esfumaron al día siguiente con otros 150 míos en el Midas cambiando las dos ruedas delanteras. Tres años después compruebo mis números de la lotería en los gadgets que los periódicos online habilitan para tal efecto. Ni uno solo. Ni una triste terminación, ni una mísera pedrea, ni un reintegro guarro… nada. «Lo importante es tener salud» oigo al fondo, mientras saco de su blister mi cápsula de amoxicilina. Salud? Dinero? Amor? Definitivamente, me falta de todo.

Objetivo o reto

Llevaba anudada a mi muñeca izquierda más de seis años, como seis y medio, algo así y anoche de repente, se rompió. Me di cuenta esta mañana en la ducha al ver que no estaba pero no la encontré por la cama, ni por el suelo. Dudé haberla perdido antes, en la calle, pero llevaba metido en casa desde la noche del viernes y la recordaba conmigo. Incluso pensé que estaba dormido, que aquello era un sueño porque yo, sin la pulsera, no era del todo real. Esta tarde al entrar a casa la he visto en el suelo. Me la hizo la novia del capataz de mi primera obra. Una novia que no le acabaría durando, pero la pulserita sí ha durado. Un día me dije que no me la quitaría en tanto, en cuanto no hubiera conseguido un objetivo que me puse. Y ahora se rompe. Se rompe el reto o quizá es que he llegado al objetivo y no acabo de conseguirlo…

Doña Rogelia

Hay días que me siento como doña Rogelia. El miércoles, mientras hacía ostentación de mi Pantera Rosa ante mis compañeros de Obra Civil, se me ocurrió decir que era la hora de la merienda y que solo faltaba Rita Irasema. Laura, una compañera cordobesa de 23 años me miró con cara extrañada: no sabía quién era Rita Irasema! Le expliqué que era la hija de Miliki y la hermanísima de Emilio Aragón, que vestía chalecos estrafalarios y llevaba siempre una diadema en la cabeza superapretada y para más remate una coleta con coletero. Y siempre estaba de buen rollo, cosa que a mi me reventaba bastante. Pero ni con esas. Ayer, esta misma compañera, que siempre que viene a tocarme las narices me tira el Speedy González que me tocó en el roscón de Reyes de la Copisa, y que tengo puesto con un celo en el canto de la pantalla del ordenador, me preguntó que quién era este muñeco. Tuve que tirar de youtube para explicarle quién era y qué hacía. «Eso veías tú de chico?» me dice con deje cordobés. «Qué lástima…» Esta mañana alguien dice al teléfono «te mando mis datos de contacto» y a mí se me ocurre decir «Contacto con tacto». Y se hace un silencio, de esos que se hacen cuando la gente no tiene qué decir. Nadie conocía el programa de Bertín en el que éste, un poco achispado, intentaba subir de tono a los que iban buscando pareja. Cómo puede alguien haber crecido sin conocer a Rita Irasema? Tan mayor soy?

Pantera Rosa

Estaba en la cama malísimo, a punto de derretirme por la fiebre y fundir el nórdico con el pijama, cuando recordé que me había dejado una Pantera Rosa en el cajón de la mesa de la oficina. «Ay! mi Pantera Rosa, mañana llamo para que alguien se la coma y no endurezca» pensé, pero después caí dormido y al despertar a la mañana siguiente, entre toses y estornudos, olvidé la llamada y la propia Pantera Rosa. Esta mañana al abrir el cajón la vi. Mi Pantera Rosa! La he apretado con cuidado para comprobar el grado de dureza Brinell que había adquirido, pero para mi sorpresa aún estaba blandita y al verla he oído a la propia Pantera Rosa del envoltorio decirme «cómeme, no esperes más, cómeme!» He esperado casi toda mi jornada laboral para atacarla porque, aunque esté en los huesos (esta mañana me lo han vuelto a repetir hasta ser molesto) hago mis cinco comidas diarias y la Pantera Rosa y el cafelín de máquina son, ahora mismo, mi merienda, la cuarta comida del día. Caducaba el jueves, pero aunque hubiera caducado ayer, o la semana pasada, me la hubiera comido igual. Es tan rosa que no me puedo resistir…

El estirado y la hermanita

Muchas veces lo pienso, muchas. Ahora que estoy empezándole a coger el tranquillo a esto de vivir solo, ahora que he conseguido organizarme (sic), que tengo todas las cosas en su sitio, en el sitio que yo he elegido sin más o pensándolo mucho, ahora que está todo ocupado, que me gano la vida e intento vivirla, si tuviera que integrar a alguien en todo eso me costaría un montón. Mucho. Seguro. Rebobinemos 28 años. La situación era bastante parecida, con la diferencia de que entonces no tenía que trabajar, ni que madrugar, ni obligaciones ni nada que no fuera simplemente vivir: dormir y jugar. Y entonces, en ese momento perfecto de la vida te enteras de que vas a tener que compartir todos esos privilegios. Y te viene mal, claro. A mi, cuentan, no me vino mal. Me vino fatal, aunque lo disimulaba relativamente bien. Hay sentimientos encontrados en la llegada de una hermana, una extraña mezcla de injusticia, de pérdida de protagonismo, pero a la vez de fortuna, en el hecho de que ocurra. De eso te vas dando cuenta después, cuando los fueros se terminan y eres uno más. Cuando deja de ser tu enemiga y pasa a ser tu compañera en este bando. Mi vida es como es, entre otras muchas cosas, porque un día (y por adelantado) llegó a mi vida. De lo contrario hubiera sido…   no puedo ni imaginarlo. Mucho más mongolo aún. Seguro. En los noventa yo era mucho de ir a misa. De domingo, eso sí. Me preguntaban mis amigos que por qué, que qué le veía, que qué tenía para que fuera. Realmente nada. En casa nos educaron así y nos animaron (predicando con el ejemplo) a practicar. Y lo hacíamos. Era apenas una hora a la semana y a mí me venía bien. No lo negaré nunca. Luego dejó de venirme bien y otras muchas cosas, pero no es el tema. Solía ir a la misma hora todas las semanas, o bien lo modificaba en función de si salía o no, o de los planes del sábado o del domingo. Pero por norma iba a la 1. Antes de comer, sin madrugar y con la tarde por delante. Casi siempre veía a la misma gente y los tenía más o menos fichados. Como siempre, les identificaba mediante parecidos, por parentescos y así. Y a mi misa iba Magic Johnson y su amigo el estirado. Nos veíamos todos los domingos, hasta que un día de verano, estando con mi hermana, a la vuelta de Magic y el estirado de comulgar, este último nos saluda. Inmediatamente le dije a mi hermana: «y este mongolo a santo de qué saluda hoy!?», a lo que ella responde: «me ha saludado a mí». Una semanas después estaba yo preparándome mi examen de Materiales de Construcción, a la que me iba a presentar en septiembre, allí en la casa de El Álamo, perdidos de la mano de Dios cuando, en mitad de la siesta, con todo el calor y en pleno cálculo de la dosificación de un mortero según el método de la Peña, oigo el motor de una moto de 50, de esas molestas que pasan en verano. No pasó de largo, como de costumbre, sino que paró. Y era él, el estirado. El novio de mi hermana. La que sale conmigo en la foto de arriba, ese moco, es ella, mi hermana (sí, yo tenía pelo y mucho). Y mañana a estas horas se estará casando con el estirado Lolo. Qué puedo decir… Vivan los novios!

If I only could

It doesn’t hurt me. You want to feel how it feels? You want to know, know that it doesn’t hurt me? You want to hear about the deal that I’m making? You (be running up that hill), you and me (be running up that hill). And if I only could, I’d make a deal with God, and I’d get him to swap our places; be running up that road, be running up that hill, be running up that building. If I only could. You don’t want to hurt me, but see how deep the bullet lies. Unaware that I’m tearing you asunder. There is thunder in our hearts, baby. Is there so much hate for the ones we love? Tell me, we both matter, don’t we? You (be running up that hill), you and me (be running up that hill). You and me won’t be unhappy. And if I only could, I’d make a deal with God, and I’d get him to swap our places; be running up that road, be running up that hill, be running up that building. If I only could. C’mon, baby, c’mon darling, let me steal this moment from you now. C’mon, angel, c’mon, c’mon, darling, let’s exchange the experience. And if I only could, I’d make a deal with God, and I’d get him to swap our places; be running up that road, be running up that hill, with no problems. And if I only could, I’d make a deal with God, and I’d get him to swap our places; be running up that road, be running up that hill, with no problems. And if I only could, I’d make a deal with God, and I’d get him to swap our places; be running up that road, be running up that hill. With no problems. If I only could, I’d be running up that hill. If I only could, I’d be running up that hill. If I only could, I’d be running up that hill. If I only could, I’d be running up that hill. If I only could, I’d be running up that hill. If I only could, I’d be running up that hill. If I only could, I’d be running up that hill. Running up that hill / Placebo / Sleeping with ghosts (Covers) / 2003

Donde todo comenzó

Llevaba folios, un par de bolis, un lápiz, el iPod, una botella de agua y una carpeta con los planos para rellenar un poco la bolsa. Cogí el alfita y me subí a la Escuela. Aunque estuve en san Cemento, hacía tiempo que no entraba dentro del edificio, unos cuatro años, desde que fui a recoger el Título y no pasé de secretaría, del vestíbulo de la entrada, vamos.  Hoy tenía que cruzarlo, enfilar el pasillo de la derecha hasta el fondo, luego el de la izquierda, bajar dos plantas y llegaría a la biblioteca. Ahí es nada la ruta. Entré. Había gente haciendo cola en la puerta de secretaría. Ahora sobre la puerta hay una pantalla para saber cómo van de llenos los grupos en la matrícula (como cuando vas al cine y en la pantalla de la taquilla te pone cuántas entradas sin vender quedan). Está bien pero es un poco agonía ir viéndolo llenarse y ver que no entras… prefería la sorpresa. Yo enfilé hacia el pasillo. No puedo evitar tener la sensación de sentir que todo el mundo me mira al entrar y me sigue con la mirada, no puedo. Seguramente nadie se dignó a mirarme, pero cada uno tenemos nuestras cosillas… Bajé al submundo que es la biblioteca que, cosas del desnivel, está al nivel de la calle aunque sea el sótano menos dos. Ni Perry. Bueno sí, el bibliotecario de turno. Le digo que «vengo a consultar una Norma» y me señala el ordenador. Le aclaro que «la buscaba en papel» para hacerle fotos con el móvil copiármela a mano (porque no se pueden sacar de allí) y me dice que si tengo un pendrive me la descarga en un plisplas. Se me para el corazón un segundo porque creo que no lo tengo. Rebusco en el bolsillo del vaquero. Llaves de casa. Llaves del coche. Aquí está. No, mierda, es el mechero. Monedas. Gota de sudor cayéndome por la frente y por fin toco… el pendrive. Ya me veía como había imaginado en casa: copiando como un hijoputa la norma a mano, echándole fotos con el móvil a los dibujos y todo a toda velocidad antes de que cerraran con la simple compañía del iPod y la botella de agua… Pero no, ahí está mi pendrive para salvarme la tarde. Y aún así me aclara el bibliotecario que de todas formas también dejan escanear la copia en papel. No sé que pensarán de esto los de Aenor… A la vuelta, porque la excursión a la Escuela estaba terminando y no llevaba allí ni diez minutos, me pasé por el pasillo donde todo comenzó, donde estaba nuestra clase y donde se desarrolló el episodio de la Pipa. Y ahora paseo por aquí como profesional liberal… me da la risa floja.

Dos hijos

Cuando Casper me enseñó el texto de la petición que le tocaba leer en la boda de Maiquelnait me quedé frío. «…que el amor que se procesan hoy crezca y se afirme…» Procesan? El amor se procesa? Aquella cuartilla de papel era una bomba de relojería que explotaría en sus manos en forma de ridículo cuando subiera al altar a leerlo. Porque Casper hubiera dicho procesan, seguro. Conseguí convencerlo de que era profesan, con efe. «Dilo bien tío, dilo bien: profesan». No me cansaba de repetírselo una y otra vez. «Profesan». Siempre se me acusa de ir solo a las bodas pero esta vez, para romper la tradición me fui con las décimas. Se presentaron en casa después de comer. Para esa hora no había decidido aun que combinación de traje-camisa-corbata-zapatos llevaría esa tarde. El cielo estaba empezando a ponerse amenazante y yo tampoco estaba para muchos lereles con ellas por allí así que opté por dejarme la alegría en casa y ponerme un poco neutro para intentar pasar desapercibido con el gris de las nubes. Y acerté. Aunque, y esto no es habitual, había otro calvo con barba. Pero moreno. Y más bajo. Generalmente en las bodas o me la pillo o miro. Como ahora no bebo, miré. En ocasiones me abstraía tanto mirando que me sentía invisible. Mentalmente, porque por fuera siempre estaba sonriendo, claro. Esta boda me pareció diferente. Me gustó. Y son los novios, y ya lo siento por los anteriores, a los que más cara de felicidad les he visto durante toda la noche. Así que, como le dije a la madrina hacia el final, ya les tengo casados a los dos, con su carrera, con su trabajo y con su casa. Como a dos hijos.

Sobeta

Fin. El buenrrollismo se ha terminado como si a la chavala del anuncio la raparan la cabeza en el backstage. Y todo porque me he sobado como un campeón. Me revienta sobarme por dos motivos. A saber: 1. Llego al curro unas dos horas más tarde de la hora oficial de entrada. Y eso no mola nada, claroqueno. Ya me echaron de un curro por sobeta. 2. En la estación me cruzo con hordas de jovencitos llenos de piercings, crestas, peinados imposibles, zapatillas de mil colores, camisetas llamativas (y molonas) y carpetas que vienen a la Universidad. Me miran con cara de «dónde va este calvorota con cara de sobeta«. Yo ni les miro. Me hacen sentir mayor. Me hacen sentir calvo. Me hacen sentir poco moderno. Me hacen sentir que es la hora de ir a clase y no al curro. Además en cuanto que hace un poco bueno te acabas cruzando con dos o tres en bermudas y otro par de ellos en chanclas (palabra). A mitad de camino decido escribir este post en el móvil para ahorrar tiempo y descubro que me lo he dejado en casa. Feel the rain on your skin. Para más inri en este día de bofetada temporal hoy es San Cemento. Qué hago, voy? Me voy a encontrar a una generación de jóvenes aprendices de aparejadores borrachos como cubas en el aparcamiento de la que fue mi Escuela y ahora es la suya. Feel the rain on your skin. Y seguro que coincido con alguno de mi quinta que intentará contarme lo superjefe de obra que es y el miedo que tiene a quedarse en el paro por hacer viviendas mientras que yo soy un simple sobeta de estudios. Feel the rain on your skin. No one else can feel it for you. Feliz san Cemento everybody.

Moco

Maiquelnait (Michael Knight, por si hay alguien de Burgos) se casa el día 31 de mayo y este fin de semana está celebrando su despedida de soltero. Seguirá celebrándola si no se han inundado o han salido volando porque telita con el tiempo. Casper y yo nos vinimos al mediodía por motivos varios y no podremos pegarnos el cenorro esta noche ni salir por Fachadolid, ni ver el estriptis ni ná de ná. Anoche sí. Anoche le fuimos dando al rewind de vez en cuando, se nos fue la mano y acabamos jugando al moco, poniendo chupitos de champán de castigo para el renganche y esas cosas que hacíamos con muchos años menos cuando íbamos a beber.

Sin merienda

Hoy se ha conocido que el jueves murió Chema, como le conocemos muchos, el panadero de Barrio Sésamo. A eso de las 6 me lo canta Rubén en el curro: «mira en el 20 minutos«. Miro y efectivamente descubro la noticia. Poco más dice. Al llegar a casa lo veo en la portada digital de El País. Pincho. Un cáncer fulminante. 51 años. Toda la vida dedicado a la profesión, fundador y propietario de un teatro, premio Valle Inclán. Con alguien a quien no has vuelto a ver desde hace más de 20 años no puedes tener una empatía especial como para sentir su muerte. Pero Chema merendó con nosotros durante muchos años. Todos los días. Uno tras otro. Descanse en paz. Ahora un vídeo. Un vídeo de una canción que huele y sabe a bocata de nocilla, de mantequilla con azúcar. Una canción que hace que sin quererlo tengas en la cara una sonrisa. Aunque hayan pasado más de 20 años.

Fundido

Durante más de un año el foco del espejo del baño ha estado fundido sin que supiera por qué. En los últimos dos meses he cambiado dos veces alguna de las dos bombillas de la campana de la cocina. El sábado por la noche al llegar se fundió una de las dos bombillas del pasillo. Esta noche se fundió la luz de detrás de la tele. No he cambiado ninguna de estas dos últimas. Presiento que se van a fundir más. Yo mismo estoy un poco fundido.

Pipa

Ahora que no tengo miedo a morir y que se acerca el día, no me hubiera temblado el pulso a la hora de sacar el móvil y hacer una foto si hubiera vivido algo así: ¡Voy a matar a todos los ricos! Ya no hago fotos en el metro porque el N70 tiene un pequeño flash que canta mucho y además hace clic al disparar (se puede desactivar todo, pero para la foto aquítepilloaquítemato no da tiempo). Y esa foto vale su peso en oro. Una vez vivimos una situación parecida y aquella vez, no sólo el pulso, hasta las piernas me temblaban. Llevábamos en la Escuela apenas dos meses, era la víspera del puente de diciembre, el día 5, me acuerdo como si fuese ayer. Nuestra clase era la dos y estaba en el sótano 1, frente a la salida al aparcamiento trasero. Estábamos en un cambio de clase, al lado de la ventana y algo llamó nuestra atención. Había tres personas y un coche y discutían. No recuerdo muy bien lo que pasaba pero de repente alguien de dentro de la Escuela gritó: «tiene una pipa». Yo me asusté, sobre todo porque no era capaz de ver la pipa. Me agaché, como todos, pero era mayor la incertidumbre. Al final Cásper tuvo que decirme quién era el de la pipa. A partir de ahí se formó la marimorena porque empezaron a forcejear, uno sacó la barra del coche, se zurraron, le metieron con la barra y la pipa de por medio apuntando para todos los lados y el del maletín (porque todo era por un maletín que llevaba uno de ellos) sin soltarlo ni a sol ni a sombra. Cuando todo acabó (y no soy capaz de recordar cómo) yo debía tener (yo y todos) el doble de pulsaciones de lo normal. Y me temblaban mogollón las piernas. De eso sí me acuerdo.

Par y rojo

Esta mañana al arrancar la hoja de enero del calendario mientras desayunaba me he dado cuenta de dos cosas: que hoy es mi cumpleaños y que este año es bisiesto. Cuando un año es bisiesto significa que mi edad es múltiplo de cuatro. Así que hoy debo cumplir 28 ó 32 años, una de dos. Porque con 36 estaré muerto y 24 estoy seguro de que ya no tengo. Mientras iba en el metro he cerrado los ojos para tratar de visualizarme con 28; me he imaginado yendo a currar en coche, en un coche nuevo, brillante, negro, un Alfa Romeo de color azul marino, vas a ser la envidia de todos tus vecinos. Me he imaginado currando en una empresa puntera, un Dragados o así, y currando en una obra grande, una Torre Repsol o una Ciudad Financiera, y en Oficina Técnica. Y siempre me veía con pelo… Al llegar a la Copisa, en el cristal de la puerta he visto mi reflejo. El reflejo de un tío calvo, que va a currar en metro, con una bolsa al hombro con un bañador, una toalla y unas chancletas. Y en la mano un periódico donde dice que la Ciudad Financiera no sólo está terminada sino que ha sido vendida. Y con una carta de la ITV avisando encima de la mesa. Entonces he sido consciente de que no son 28; hoy cumplo 32 años. Treinta y dos. Par y rojo.