Mi barba tiene tres pelos

Cuando voy a un Museo de Ciencias o a una exposición científica mi edad real, la del DNI, se divide por tres y vuelvo a ser un niño (aunque a veces creo que nunca he dejado de serlo). Si el Museo o la exposición es interactiva, que ahora se lleva mucho, además se me enciende la mirada y mis dedos no pueden estarse quitos ante botones y artilugios que, sin ayudar en exceso a comprender lo que realmente se muestra, se disponen ante mí. Hace dos fines de semana, el último de marzo, fui a Valencia a ver el Oceanográfico y el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe con unas invitaciones por la pati que consiguió un amigo. Él quería ver el acuario y yo el Museo y el conjunto calatravesco que, sin ser santo de mi devoción, me apetecía ver y fotografiar; así que repartimos mañana y tarde en sendas visitas. El Museo tiene tres plantas de exposición. La primera era l’espai dels xiquets, que omitimos porque aunque mi edad ya era un tercio de la real mi altura no y no era plan de llamar más la atención. Junto a ésta, una zona dedicada a los superhéroes de Marvel (que hubiera encantado a más de un lector) y en la planta superior una zona dedicada a varios premios Nobel. Y llegamos a la definitiva planta tercera donde estaba el tomate: una chorradita sobre drogas que vimos en cinco minutos, una zona dedicada al cambio climático, que omitimos también porque la noche anterior ya nos habíamos tragado la peli de Al Gore en Cuatro, y el bosque de Cromosomas: 23 pares de cromosomas gigantes a través de los cuales, y toqueteando, se pueden aprender muchas cosas del genoma humano. Generalizadas, claro, a nivel especie y sin tener en cuenta algunos ejemplares excepcionales de la especie humana (como yo) que no cumplen a pies juntillas los postulados del genoma. Junto a este panel había un artilugio con una cámara de vídeo con aumentos para que comprobaras in situ que tus folículos pilosos están allá donde pongas la cámara: en el brazo, en el dorso de la mano,… Yo fui más allá y coloqué la cámara sobre mi cabeza calvorota y mi rubia barba, afeitadas ambas tres días antes. Cuál es cuál? Feliz Easter! Yo me las piro a Santander.

Rural

Para terminar los días de vacaciones de invierno me fui/nos fuimos unos amigos a pasar el finde a una casa rural. Yo no soy mucho de campo, de naturaleza, montes y paisajes. Yo soy más de ciudad, pero de vez en cuando no viene mal y si la compañía es grata, mejor. Es raro, de repente pasas de estar en tu ambiente, en tu salsa cotidiana, a encontrarte en una bucólica casa de piedra y madera, de pueblo, haciendo fuego en las chimeneas, preparándote para pasar dos días en una vida y en un entorno que no es el tuyo. O que no parece ser el tuyo, de nos ser porque las personas que te acompañan son tus amigos… una especie de peli americana en la que unos jóvenes se van a pasar unos días a la casa de la montaña, todo es ideal, nieva y de repente… aparece un asesino a complicarlo todo. Por suerte el asesino no vino, aunque perfectamente podía haberme liado a tiros con todos los vecinos del pueblo por consentir que no haya cobertura Vodafone. Hoy ha salido el sol, la nieve y el hielo han empezado a derretirse, yo he recuperado mi cobertura y con todo lo que me ha tocado en el reparto de los excedentes podría considerar que me traigo una suerte de cesta de navidad.

No iba solo

A cualquiera puede parecerle pesado, a mi incluso me lo parece si se hace con mucha periodicidad, pero un viaje en coche es una de las mejores cosas que pueden hacerse, si se organiza bien el horario para evitar operaciones salida, si se mira un poco el tiempo para saber cómo te va a ir y si se elige la música adecuada, claro. Yo viajé el viernes, pero salí a mediodía, con lo que el hipotético atasco que se produjo en Madrid me pilló ya por el reino de Aragón. Y no iba sólo; íbamos el alfita y yo. Porque tan importante es uno como el otro, y viceversa. Yo le doy lo mejor de mí y él me lo devuelve. Y mientras tanto hay tiempo para pensar en cosas que vienen y van, ver paisajes, cantar, tararear, hablar y hasta hacer fotos. Las dos primeras de ayer son de la A2, por Soria y Zaragoza, respectivamente. La tercera es el punto de la AP2 que cruza con el meridiano de Greenwich, que separa a España en dos mitades (sí, pero todas en el mismo hemisferio) y marca los usos horarios del planeta. Tenemos la mala costumbre de mandarnos un sms cada vez que lo cruzamos, vayamos a vernos o no. Las fotos de ciudad corresponden a Vic, capital de la comarca de Osona, que celebraba estos días un mercado medieval. Vic, su centro, ya es medieval per se, así que el entorno era el propicio para instalar un mercado que atrajera la atención de miles de personas que terminaban por desmerecer el conjunto final. No recordaba una aglomeración tal. O yo no me recordaba dentro de una aglomeración tal. Pude ver la catedral y ver algunos de los puestos, me compré un cinturón de piel, me zampé un montadito de butifarra blanca y volví del medievo. En las fotos de ayer la plaça Major (en panorámica photoshopeada) y la plaça del Bisbe Oliba donde me llamó la atención la catedral y los dos edificios de corte moderno, también de la Iglesia. Y aquí la portada de la catedral de Sant Pere, que en su conjunto es un repertorio de estilos, y otra vista de la plaça. El lunes fuimos a visitar las cavas de Codorníu en Sant Sadurní d’Anoia. La visita es altamente recomendable. Te enseñan las antiguas bodegas, modernistas, Monumento Nacional y te cuentan la historia de la familia Raventós, que es la que lleva el negocio familiar de Codorníu, que era el apellido familiar hasta que se perdió con Anna Codorníu (de ahí el nombre de ese cava), el proceso de elaboración y cosas diversas. Te puede tocar un guía bueno, que sea conciso y hable en español o te puede tocar el guía que se enrolla mogollón (hasta el punto de que los grupos siguientes nos iban cazando) y que mezcla el español y el catalán sin darse cuenta… Ara, me quedo con este, porque a la larga la visita tiene más encanto y al final acabas hablando con él de Schuster (siempre presuponen que eres del Madrid por ser de Madrid). La visita incluye bajar a ver las cavas: cinco plantas subterráneas con galerías paralelas y perpendiculares de 500 y 150 metros de largo, con 13º de temperatura constante y miles de millones de botellas de cava del que, al final, te dan a probar. En la planta menos cuatro había un trenecito. Da un poco de cague, pero merece la pena el viaje. Y después te vuelves, un día cualquiera, un martes; y disfrutas, otra vez, de carreteras vacías.

Gráficamente

Al pisar Atocha esta noche tras bajar del AVE tenía la sensación de que volvía de un viaje larguísimo. De hecho, un día de la semana pasada, durante estas vacaciones que aún disfruto, tuve la sensación de que llevaba una eternidad fuera de casa. Eché cuentas y resultó que solamente había llegado a la mitad, que estaba en pleno ecuador vacacional; y no sólo de los días que estaría fuera de casa, sino del total. Menudo subidón! Lo que necesitaba estas vacaciones… El tren que me llevó a Alicante era un Alvia, pero el ambiente olía a película de Paco Martínez Soria: gente con gorra y aspecto playero, sombrilla included, y alguna caja de cartón. En Alicante paseito, después de unas copas, por los alrededores del puerto, que en octubre de este año dará la salida a la Vuelta al Mundo de Vela. Y las obras están sin terminar, claro. En Alicante ondea mucha bandera de España y poca senyera, y nos enteramos de que iba ganando el Madrid el partido de vuelta de la Supercopa porque se oía a la gente cantar los goles desde sus casas. Hasta cohetes tiraron… como en Madrid. A pesar de tener monstruosidades de 21 plantas (tres veces mi posición) en nuestro camino a la playa (y en la visual también) no había excesiva cantidad de gente en ella. Claro que nosotros amanecimos cuando la gente decente estaba volviendo a sus casas a comer. De tres días de playa sólo el primero hubo bandera verde. El resto, roja, que este año debe estar de moda. Si podéis acoplaros a pasar las vacaciones en casas de amigos es muy recomendable que, además, sepan cocinar, porque se ahorran muchas pelas y comes cosas ricas, ricas, y con fundamento: La paellita se la marcó el Deivid, que es un artista. Dice que “es muy fácil”. Este edificio podría pasar perfectamente como el pabellón de cualquier sitio en cualquier expo, pero es una iglesia. Y este otro, si no fuera por las palmeras podría estar en la Gran Vía. Es más, me enseñan la siguiente foto y digo que es la cabecera de “Corrupción en Miami”. Pero todo es Alicante. El martes nos fuimos a buscar una playa natural que, aunque parezca mentira, quedan. Esto es lo que había frente al mar: cero construcciones. El problema fue que había bandera roja porque soplaba un viento tal, que cuando entramos en el coche notamos paz al dejar fuera su sonido. Al llegar a casa tenía la sensación de que había pasado por el chorro de arena, como los que se usan para limpiar fachadas de piedra; exfoliante gratis. Y además cansado, porque para realizar tareas como abrir el periódico, pasar una hoja o encender un cigarro había que hacer un esfuerzo titánico. Eso no impidió que saliéramos “un ratito” que acabó casi a las siete de la mañana. Con semejantes horarios, el miércoles nos dio tiempo a más bien poco, pero aún así bajamos un ratín a la playa para ver la segunda bandera roja. Y fin. En el aeropuerto de Alicante facturé mi maleta sin que absolutamente nadie me pidiera el DNI hasta el embarque (esto es normal?) y monté en un avión que me llevó al aeropuerto del Prat, donde nos tuvieron diez minutos dentro, esperando porque no llegaba la escalerilla para bajar… En Sitges hace (hacía hasta hoy) considerablemente más calor que en Alicante. Eso lo comprobé la primera noche, que dormí así así, y el primer día, que lo pasé en casa porque Mariàn me tenía reservado un encarguito. Es lo que tiene. Te acoplas por la cara un año, y otro, y otro, pero todo tiene un precio. Y el mío este año era montarle una suerte de collage con fotos de la gente de la obra para la despedida de una compañera. Y yo, que soy un artista, echando un par de cuentas sobre proporciones y con la única ayuda del Paint (tela) y del ACDSee le compuse una cosa sencillita, con la que quedó de puta madre en la ofi. Luego me bajé a la biblioteca a mandarle la foto por mail (sus vecinos no comparten el wifi) y me di una vuelta peligrosa en la que me enamoré de dos pares de zapatos/zapatillas. Volví solo a casa pero dudé si a Madrid llegaría solo también… El viernes me desquité y me pasé el día en la playa. Me tosté a gusto en una playita (que quiere ser una cala), que está debajo de casa, acompañado por la música de Muse en el iPod y rodeado de gente perfecta, como la del anuncio de Nestea, con unos cuerpos perfectos que te hacen sentir como el hermano feo de los Hermanos Calatrava. De camino a casa pasé por delante de la reja oficial del FC Barcelona. Después de una intensa sesión de charleta la noche del viernes, el sábado amaneció así de radiante, aunque lo descubriéramos 6 horas después de salir el sol. Después de comer nos bajamos un rato a la playa, dimos un paseito, me compré unas pulseras… vamos, lo de todos los años. Y por la noche salimos con unos amigos del curro. Del suyo, claro. Yo pensaba que Sitges era un importante destino gay, pero resulta que no. Bueno, sí, lo es; pero le supera, y de largo, el negocio de las despedidas de soltero/a. Me quedé como el Madrid: a una de la décima. Que yo viera, nueve despedidas de soltero/a (3 de tíos y 6 de tías) en apenas tres horas. Con madres y padres y todo… tela. El domingo fue mi santo. En la TV3 daban “tempestes en tot el país” pero aún así nos bajamos a la playita del Nestea al mediodía. Y como no daba el sol, me pegó bien el aire… y el moreno Zaplana empezó a concretarse… Lo que tiene no tener mucho dinero es que te tienes que conformar con irte al extranjero dentro de tu propio país. Porque Catalunya es un país dentro del país, claro que sí. Y como tal hay que ver sus cosas tradicionales y sus comidas y sus historias. Yo llevo viniendo anualmente desde hace cuatro, pero hasta el domingo no había presenciado nunca de cerca un castell. Reconozco que es raro que alguien que mide casi dos metros sienta vértigo al ver hacer estas cosas, pero es así: me daba vértigo verles. Y tan cerca más. Ganaron los de granate, de Sitges (los del vídeo), a los de Mataró y a los de Terrasa. Entre castell y castell descubrí esta tercera maravilla. Dónde están estas zapaterías en Madrid? Por qué sólo veo estas cosas aquí? Para contrarrestar el efecto Prada, unas sandalias de 3 euros. Qué fue primero: la sandalia o el nido de Pekín?? Insisto en la conveniencia de que vuestros anfitriones sepan (y quieran) cocinaros cosas ricas, ricas, ricas, y con fundamento. Y ricas, otra vez. Madre mía cómo estaban esos espaguetis!! Ayer lunes me subí a Barcelona a comprarme unas camisetas en una tienda que descubrí la última vez que estuve, a buscar una corbata que me gustara o gustase más que la que me he comprado en Madrid para el bodorrio del divendres y a dar un paseito por la ciudad, que nunca está de más. Miré corbatas en tiendas muy, pero que muy pichis del paseo de Gràcia pero no encontré nada que superara mi elección. Luego me bajé hacia las Ramblas, me escoré a la izquierda y llegué al mercado de Santa Caterina aunque tarde, porque ya habían cerrado y no pude entrar. Me fui a buscar mi tienda de camisetas, pero en su lugar ahora hay un Enjabonarte. Mal. Me puse a pasear buscando un banco a la sombra y me encontré una trasera impresionante: Y entonces, cuando ya pensaba que no vería ninguna… pum! La primera. Y al girar la esquina… pum! La segunda. Ya no era capaz de dejar de cruzarme con obras de la Copisa así que me bajé al Port Vell, me tomé un café, miré el correo en el móvil e hice tiempo hasta las cinco. A las cinco volví para el Born, porque a esa hora ya estaban abiertas todas las tiendas. Apunté varios sitios en la lista de “sitios donde ir al día siguiente de que me toque el Euromillones” y me compré una camiseta relativamente barata. Visto mi ya escaso presupuesto y las muy extensas propuestas de consumo que ofrecía la ciudad opté por retirarme a tiempo antes de gastarme parte o todo de lo que mentalmente había reservado para esto: No siento nada de culpa. Ni siquiera un poco. Es más, estoy con ellas como “un chico con zapatos nuevos”. Más bonitas… Me las puedo poner con el chaqué?? Cordones llevan… Y hoy martes para acabar, después de fotografiar este molinillo (más gay y más complejo aún que el mío, porque son 3 en 1 y cada uno gira en un sentido distinto) me bajé a la playa a terminar de dorarme cual pollo al’ast mientras preparaba este pedazo de entradón (largo y con cienes de fotos). Y luego el AVE de vuelta a los madriles (a 301 km/h de punta) y en casa otra vez. Debería empezar a pensar ya en la rutina del día a día, en la vuelta al cole, pero paso, porque me queda, todavía, una semana entera de vacaciones. Otra más. Y la voy a dedicar a ordenar mentalmente las fotos buenas, las otras, las que no hice. Las mejores.

Moco

Maiquelnait (Michael Knight, por si hay alguien de Burgos) se casa el día 31 de mayo y este fin de semana está celebrando su despedida de soltero. Seguirá celebrándola si no se han inundado o han salido volando porque telita con el tiempo. Casper y yo nos vinimos al mediodía por motivos varios y no podremos pegarnos el cenorro esta noche ni salir por Fachadolid, ni ver el estriptis ni ná de ná. Anoche sí. Anoche le fuimos dando al rewind de vez en cuando, se nos fue la mano y acabamos jugando al moco, poniendo chupitos de champán de castigo para el renganche y esas cosas que hacíamos con muchos años menos cuando íbamos a beber.

Tres actos

I Suena un despertador. Lo hace una hora antes de lo habitual. Lo deja sonar un par de veces y se incorpora en la cama antes de apagarlo. Es una hora antes de lo habitual. La ducha no le despeja; se viste, desayuna, la rutina normal, pero una hora antes de lo habitual. Se está poniendo el abrigo cuando suena el portero. Sale de casa. En la puerta un taxi espera. Monta en él. El taxista es frío. Hace frío. Se deja llevar y contempla las calles semidesiertas. El tráfico ha madrugado también. La carretera lleva muchos coches. Mira el reloj. Llega justo. Si el tráfico no mejora llega tarde. El taxi lo deja en la estación. Baja al andén. Cerca de veinte andenes todos casi vacíos, fríos, al pie de las cuatro torres. Y entonces me doy cuenta ¡de que son las siete y media de la mañana, estoy montado en un Alvia destino Santander y voy a ver una obra de la que no sé siquiera el nombre exacto! El tren arranca. Sólo otro viajero y yo habitamos en el coche 8. Miro por la ventana, las torres despiertan, las carreteras no avanzan, el cielo clarea. Sale el sol. El tren se para unos segundos y arranca de nuevo. Por delante 28 kilómetros de túnel. Oscuridad. Cierro los ojos. II Un día de marzo de 2003 el tiempo se detuvo para siempre en la sucursal del Banco de España de Palencia. Un día cualquiera, quizás un martes 4, como hoy, el banco pasó a ser un fantasma. Las ventanillas de atención mantienen su numeración, las bandejas pasaobjetos, el dispensador de turnos, todo está en su sitio. La cámara acorazada está vacía. Sus imponentes puertas están abiertas y todas las llaves en sus cerraduras. Parece como si de un momento a otro alguien fuera a sentarse tras una ventanilla para atender a un inexistente público. Las plantas superiores eran viviendas. El director y el cajero en la primera. Las otras dos plantas, con viviendas menos grandes, para quizás más funcionarios. Ahora esas viviendas están vacías. Aún quedan restos de vida, un calendario, dibujos de niños, algún póster, una cortina de ducha… Las palomas han colonizado estas plantas. Los suelos están plagados de escombro y excrementos de paloma. Huele a palomar. Se oyen batidas de alas por algunos pasillos, arrullos a lo lejos. III Palencia me recibe con un grado. Hace frío, corta las mejillas. He visto el sol, nubes, nubarrones, sentido el viento frío e incluso ví cuatro copos de nieve que se escaparon a media mañana. Bajo la calle Mayor buscando mi destino. Lo encuentro y busco una cafetería. Desayuno, leo el periódico. Espero. Hace frío; la gente lo comenta al entrar. La ciudad está fría pero no es fría. Ni gris. Sus edificios son altos, esbeltos, heterogéneos. Me parece sencilla, humilde, nada pretenciosa. Pero castellana. La calle Mayor tiene la mayor concentración de farmacias que haya visto nunca. Me cruzo con monjas con hábito por la calle. Varias parejas. Salgo de la visita y busco dónde comer. Antes de la una y media es misión imposible. Visito dos iglesias por el camino y cruzo la plaza Mayor. Algún reloj toca la una. Encuentro finalmente donde comer. A las dos y media llega el regional que me devolverá a Madrid, meseta abajo, entre escritorios de Windows sin iconos y otros paisajes.

Yo, en París, delante de…

No me gusta hacerme fotos cuando voy de vacaciones. Me gusta fotografiar aquello que veo y que quiero recordar meses y años después cuando las consulte en casa. Mi cara la conozco de sobra. Así que yo no me hago fotos (ni pido que me las hagan) delante de nada ni de nadie. Viaje tras viaje me han acusado de «publicar fotos que pueden ser o no mías», «hacer fotos-postal» o de hacer fotos «solo a casas». Haciendo un ejercicio de narcisismo dedicado a todos aquellos incrédulos santo tomases del mundo he aquí un rosario de fotos mías «delante de», en París. Para callar bocas. Las otras, las «fotos-postal», aquí. (Gracias a Jerôme por las correcciones).

Mientras estuve de vacaciones

Dos semanas dan para mucho, sobre todo cuando pasas fuera de casa casi semana y media. Como siempre, el tiempo. El día que me fui de vacaciones lo hice de manga corta y pasando calor. El día 15 de agosto la temperatura estaba ya en 27º (lo nunca visto) y ayer era de 21º. Parece como si el invierno fuera a llegar en lugar del otoño. La aventura barcelonesa empezó mal en Madrid. La línea 8 tardó el doble de lo esperado y llegué tarde al embarque, así que me tuvieron que hacer la tarjeta a mano. En Barcelona todo bien. Sin retrasos, sin cortes de luz, pero con un tormentón de flipar el mismo domingo. La conclusión de Sitges en verano es que sin camiseta de tirantes no eres nadie. Y el terremoto. Yo no me enteré de nada y eso que esa noche dormí en una cama superalta; pero por casa sí que lo notaron. La segunda semana de vacaciones fue para París. No sé si decir que es la mejor ciudad que he conocido, pero si no lo es lo parece. Impresionante. Todo. Menos los franceses. No tenía una opinión concreta de los franceses más allá de los camiones volcados con fresas y Zidane, pero prefería no tenerla a tener la que traigo. A excepción de contadas excepciones de trato personal, en general los franceses son “raros, raros, raros” aunque su capital es una de las más hermosas del mundo. Y además ahora cuenta con dos encantos más: hay un taxi que tiene un paraguas de la Dupont mío, y alguien tiene un Motorota V3 que lleva mi firma en la pantalla. A la vuelta mis plantas estaban tremendamente crecidas, supongo que buscando un sol que brilla por su ausencia y que ya no pega tanto en el patio como antes. Y la fina capa de polvo que dejé antes de irme se ha convertido en una capa de un grosor considerable. Así que toca limpiar porque esto se acaba. Ya veo a la vuelta de la esquina la jornada partida, el currar por la tarde, la piscina, el fresco, la lluvia, el cambio de hora, el otoño (si es que no está ya con nosotros), el invierno y, si me apuras, las navidades. La vuelta al cole, vamos.