Antojo

Antojo de helado a las once y media de la noche y nada en el congelador. La solución de este problema pasa por una gasolinera, un Opencor o un chino de barrio. La opción a priori más barata y más rápida es esta última. Dando la vuelta a la manzana se podían encontrar hasta tres, uno en cada lateral de la misma. El primero cerrado, el segundo abierto. En la puerta de la calle cuelga un cartel de Nestlé con sus helados de palo y sus precios. Yo busco tarrinas. En el segundo arcón encuentro lo que busco. Y más. Junto a los helados de Nestlé se amontonan barras de helado al corte y tarrinas de litro, ambas de la marca Hacendado. Tomo sorprendido una tarrina de leche merengada. Debajo hay magnums. Cojo una caja de 6 minis. Y pago en el mostrador: 9,50. En la página de Mercadona la tarrina de helado cuesta 1,60; en la de El Corte Inglés los magnums valen 3,39. El antojo ha salido cuatro euros y medio más caro que si hubiera estado previsto. Pero me da un poco igual. Lo que no me deja vivir ahora es si un chino puede vender productos del Mercadona, así de alegremente, un 50% más caros…

Rodeado

Mi vecino de medianería, con el que comparto toda una pared de salón, baño y dormitorio, pertenece al portal de al lado. En la carrera nos enseñaron que, generalmente, los muros medianeros llevan doble espesor de tabiquería, por aquello de que cada uno tenga su pared, pero además porque, generalmente otra vez, suele ser el lugar idóneo para, en proyecto, colocar juntas de construcción o dilatación. Cuando tal junta no existe, como es el caso de mi casa, se debe (aunque pocas veces se hace) colocar un aislamiento acústico que desde la aprobación del CTE es obligatorio. Aquí no lo hay. Por este motivo sé que mi vecino tiene un hijo, de nombre Lucas, de menos de dos años y al que no he visto, creo, jamás, pero al que he oído correr, llorar, gritar y berrear, y por ende a sus padres reprimiéndole, pasada la medianoche en muchos casos. De hecho, el año pasado (y lo recuerdo porque estaba febril) tuve que tocar la pared del cabecero de mi cama a las doce y media de la noche, para que cesara el numerito que había al otro lado del doble tabicón y Luquitas, por fin, fuera acostado (Supernanny, come to me!!!). El hecho de que pase muchas más horas en casa que lo que debería ser normal hace que sufra a Luquitas desde primera hora de la mañana hasta la última de la noche; no queda otra. Ayer, al salir por la puerta, bajaba andando las escaleras la vecina del primero, la que vive encima de mi. Llevaba tiempo sin verla y al hacerlo mi gesto se torció y empecé a reconsiderar la posibilidad de irme a trabajar al extranjero: está embarazada!

Lisboas

La semana pasada cascaron las dos máquinas de afeitar que uso. La que me trajeron los Reyes se quedó con el interruptor hacia dentro, haciendo falso contacto, de forma que se encendía cuando le venía bien. La que me tuve que comprar en vacaciones (que también es fatalidad que te vayas de vacaciones y se te rompa la máquina… suerte que en Lisboa hay un corteinglés) funciona bien, pero una piececilla que lleva un muelle (se supone que oculto) ha perdido el muelle y ahora afeita como cualquiera, esto es, poniéndo el baño perdido lleno de pequeñísimos pelos, mientras que con la nueva y su sistema de aspiración quedaba todo en el cajetín (una cosa supermoderna y superútil). En El Corte Inglés me han cambiado, así sin más preguntas, la de los Reyes por una nueva, entre risas de las dependientas que veían avanzar la máquina sola sobre el mostrador (para mi suerte, a la máquina le ha venido bien encenderse al presionar la chica el botón, pero ha decidido no apagarse). La metió en un cajón y me dió una nueva. Pero para la portuguesa me ha dado un número de teléfono del servicio post-venta de Philips porque este modelo «en este centro no lo tenemos». Llamo al número gratuito y un chaval algo empanado me empieza a hacer preguntas. Después de darle el número de centro, de operación, mi DNI, mi código postal, mi dirección, mi móvil, la fecha de compra, mi nombre y apellidos, el modelo del barbero, el número de serie (oculto debajo del cabezal) y casi hasta mi talla de calzoncillos, me pregunta: — En qué centro de El Corte Inglés lo compró? — En Lisboa —le digo, algo temeroso de encontrarme problemas a nivel internacional. — Espere un momento —me dice; y tras unos diez segundos de silencio, me pregunta: — ¿Lo compró usted en Portugal? He respirado, he sonreido y he acertado a decirle «claro, claro, en Portugal…». Cuántas Lisboas más hay en el mundo??

Cambios

El tiempo no pasa en balde. Cada día que pasa cambiamos un poquito más, crecemos un poquito más. Existe un problema: como nos vemos a diario no somos conscientes del cambio hasta cierto tiempo después. Pero crecemos y cambiamos. En estos últimos meses yo he crecido, aunque no a lo alto (no más, por favor!) y he cambiado, añadiendo la jardinería a mi lista de entretenimientos (por ejemplo). Y para dar fe, aquí una muestra de que el tiempo pasa y de que las cosas cambian y crecen. Mi ventana el 23 de junio y hoy. Mi triste patio el 22 de mayo y mi frondoso patio hoy.

Alcorcón

Siempre había pensado que Alcorcón estaba ahí detrás. De hecho, juraría que el viernes, cuando monté en el metro, vi ese nombre en la lista de estaciones que suceden a la mía, en la misma línea en la que yo viajaba. No recuerdo exactamente cuándo fue la última vez que estuve allí, pero sí recuerdo que no hacía falta pasaporte, ni salir del país. Todo eso cambió anoche cuando recibí un mail del Portal de Empleo de la Comunidad de Madrid con una oferta de trabajo. Soy escéptico ante estos, pocos, correos que he recibido de este destinatario en los meses que llevo desempleado, pero aún así, lo abrí para comprobar qué se me ofrecía. Me equivocaba porque, a priori, con la información básica que ofrecía el mail, tenía buena pinta; la oferta era ahí detrás, en Alcorcón. Cuando abrí la ficha mi concepto de la geografía local cambió y decidí que Alcorcón se me hace muy lejano para ir todos los días a trabajar. (Los subrayados en rojo son míos).

Uprising

A veces desaparezco. Me pasa con cierta asiduidad; de repente un día no estoy, ni al siguiente, ni al otro. Y pasada una semana o dos, me doy cuenta, asombrado, de que he desaparecido de algún sitio, en algún entorno, en algún círculo. Sólo que ya no son dos semanas. Ya es medio mes, o el mes completo. O dos meses, incluso más. Pocas veces me secuestran ideas o personas; una o dos veces soy capaz de recordar. La mayoría de las veces soy yo el que se aisla, dejando de lado otras cosas, algunas veces pocas, otras veces muchas, demasiadas quizás. Ahora soy capaz de reconocer estados de éxito o fracaso, relativos siempre, en la mayoría de esas ausencias. Estados de euforia o de depresión que me conducen irremediablemente a la desaparición. Cuando por fin alcanzo mi objetivo, la situación tampoco me satisface porque descubro que no estoy solo. En ese momento empiezan a aparecer por todos los lados miles de ideas: en los cajones, bajo la cama, en la nevera, encima de la mesa, en el buzón… y, sobre todo, en mi cabeza. Algunas son muy ruidosas, pocas aparecen y se van, la mayoría se quedan y convierten la vida en algo muy doloroso, además de hacerme sentir inseguro, desconfiado, inferior y desgraciado. Ideas, absurdas la mayoría, que emborronan mi mirada, mi camino y mi existencia y que me impiden moverme y tomar decisiones, haciendo que no tenga casi capacidad de reacción a nada. Las he dejado estar, seguramente en algún caso erróneamente, para poder escucharlas a todas, de forma casi individual, y poder así analizarlas y descartarlas o aceptarlas. Así han desaparecido la mayoría, por descarte, y así se han integrado otras muchas nuevas, por aceptación, quizás el paso final de este largo proceso. Aceptación de conceptos que eran ajenos a mi vida, pero que, lo quiera o no, están ahí. Porque solo así puedo ahora, al final, reivindicarme como nunca debí dejar de hacerlo. Muchísimas gracias a todos por la espera. Nos espera un curso de lo más interesante… Aprovecho la ocasión para felicitar a los Gabrieles, los Rafaeles y los Migueles. Y en general a todos aquellos que se sean (o se crean) ángeles (o arcángeles). Felicidades a todos!

Pinocho

Las termitas son unos insectos sociales que atacan la madera y que, al contrario que el resto de los insectos xilófagos, no abandonan el interior de la madera al convertirse en adultos, lo que hace difícil su detección hasta que el daño es profundo. En primavera, una pareja sexuada abandona el termitero original para crear una nueva colonia. Para ello atraviesan en su camino materiales de gran resistencia como la cerámica y el hormigón. Una vez dentro de la madera la reina deposita un gran número de huevos, superior a 1000 diarios, dando origen a un enorme número de individuos, llamados obreros o soldados, ciegos y con fuertes mandíbulas. Los soldados perforan galerías paralelas de sección constante, dejando finas láminas de madera entre ellas, pero manteniendo intacta la cara exterior del elemento de madera, para aislarse de la luz. La apariencia final del elemento atacado se conoce como «hojas de libro» por su similitud con un libro entreabierto. Tengo que retroceder hasta 1979 para poder fijar un período de 200 días consecutivos sin hacer nada, sin tener nada que hacer, sean estudios o trabajo. Nunca antes en mi vida había pasado tanto tiempo en barbecho. Y  me veo como un Pinocho de casi dos metros dentro de la ballena de la crisis, acostumbrado a vivir aquí, y descubriendo que, al ser de madera, me han atacado las termitas de la incertidumbre, del no saber qué pasará mañana. Necesito encontrar una solución a la sangría de días que sufro; necesito parar la hemorragia y recuperar objetivos. Dejar de dar vueltas en la glorieta en la que me encuentro, a la que llegué cuando me obligaron a dejar la autopista, y en la que tengo que decidir por donde sigo. Nos veremos en septiembre. Feliz verano!  

Cine

Taberna gallega en la calle Martín de los Heros; entramos para rellenar los veinte minutos que quedaban para que empezara la película. La taberna es oscura, con poca luz natural (aun siendo de noche), con  ese olor de taberna, de chigre, pero sin el aroma de la sidra, y esa sensación de suciedad, de que al ser oscura no se ve nada de nada. Vacía, dos personas al fondo, y el típico dueño/camarero distante, serio y raro. Esta es una transcripción literal de la conversación que tuvimos al pedir la cuenta: —Qué te debo? —Todo; porque aún no has pagado nada —aquí he sonreído desconcertado. —Tres con cincuenta, al contado. Dejo en la barra un billete de cinco. Lo coge, se va y vuelve con un plato de café con un euro y medio de vuelta. —Y esto hace un millón —me dice al dejar el plato en la barra. En la acera de enfrente, donde el Plan E aún no ha puesto el granito y las aceras están cubiertas de arena (que se metía por mis alpargatas sin piedad), estaba una de las pocas salas de cine que no proyecta Harry Potters, Transformers y otras obras maestras parecidas. Allí vimos No mires para abajo, una película que parecía picantona pero que terminó siendo un grato descubrimiento, sin excesivas connotaciones sexuales y con un fondo tremendamente útil en estos días de desconcierto social (y en mi caso personal).

Pre-inscrito

Fui al dentista a las diez, porque tenía cita para la revisión de la férula. Después de mirarme las encías y comprobar que están perfectamente y que mi sensibilidad ha desaparecido, el dentista procedió a examinar la férula. Hasta cuatro personas miraron asombradas las marcas de todas mis piezas inferiores en la férula, algunas con más de un milímetro de profundidad. —Sueñas cuando duermes? —me pregunta el dentista. —Me supongo, pero no lo recuerdo. —Mejor, porque con estos mordiscos… Salí del dentista y me subí a Madrid. Tenía que recoger una documentación cerca de Sarajevo la calle Serrano, de donde conseguí salir entre tanta valla «tipo Ayuntamiento», tanta pilotadora de pantallas y tanto newjersey de plástico. Alcalá, Gran Vía y Princesa. En esta última un Peugeot 107 azul marino, nuevo, con un peluche en la bandeja trasera y una L resplandecientemente nueva, formaba un espectacular atasco. La pobre conductora no era capaz de echar andar el coche calle arriba frente al hotel Meliá. Lo calaba una y otra vez. Y otra más. Y otra. Cuando conseguí adelantarle recordé mi primera experiencia en hora punta en la cuesta de san Vicente, que fue bastante parecida, pero con un Renault 7. Llegué a la Escuela de Aparejadores, mi escuela, con mucha seguridad (toda la que me faltó en anteriores visitas) a solicitar mi expediente académico. Yo pensaba que ser antiguo alumno tendría alguna ventaja, pero no: me tocó aguantar pacientemente la cola de secretaría como toda la vida, entre alumnos con matrículas y mucho jovenzuelo. Al llegar a la puerta descubrí otro motivo de desesperación más: la Ley de Protección de Datos. Al entrar me encontré con «las pilinguis». Aún hay dos de las tres que conocí. «Las pilinguis» son las funcionarias de secretaría y las llamábamos así porque su estilismo en los noventa era aún ochentero: mini-minifaldas de cuero, vaqueras, pelos cardados, abuso de la laca, tintes rubios con raíces negras… Ahora ya no llevan tanto retraso temporal en su indumentaria y vestían ropa perfectamente de moda a primeros de siglo. La rubita (de bote con raíces negras) de siempre me atendió. —Es por lo de la Ingeniería de Edificación? —me dice sonriendo. —Sí —le digo yo sonriendo más. —Dame tu DNI. Se lo doy y lo teclea en la base de datos. En ese momento aparece mi ficha en pantalla y, lo peor, mi foto, una foto de 1996. Ella ha mirado la foto y después ha cotejado la del DNI. Y después se ha girado para mirarme la cara mientras yo sonreía y le ponía ojitos de «no-hagas-comentarios-sobre-el-pelo, porfa«. Me entrega mi expediente, me sonríe de nuevo, le doy las gracias y me voy al Rectorado de la Universidad Politécnica a entregar el expediente y el resto de la documentación. Allí había otra cola más, esta más heterogénea, porque los papeles que la gente entregaba eran variados y con diferentes colores. Me entretengo leyendo el periódico en el móvil mientras la cola avanza y llega mi turno. —Vengo para la presentar la pre-inscripción en el Grado —le digo a la chiquilla del mostrador. —Muy bien. Déjame la documentación. Le hago un par de preguntas sobre una fecha que no tenía clara y que tenía que rellenar y me dejo a propósito una casilla sin rellenar. Entonces me entero de que hay un examen, «una prueba» (como me dice ella) la semana que viene. Así que sí. El próximo miércoles tengo que ir a la Escuela ha hacer un examen de inglés, del que aún no han colgado nada en la página y que creo que no me voy a preparar. Y sí, ya estoy pre-inscrito para poder matricularme en septiembre en la Universidad y sacarme el Grado en Ingeniería de Edificación. Veremos si paso la prueba de inglés, si paso la ecuación de baremo (que incluye la nota de Selectividad), si consigo plaza y si al final me matriculo o no…

Cosecha

Cuando empecé a trabajar, de becario, me comía los sueldos en un abrir y cerrar de ojos. Daban para poco, todo sea dicho de paso. Cuando empecé a ganar sueldos más sensatos, ya titulado, me los comía igual. «La novedad», pensaba. Con el paso de los años fui introduciendo el concepto de ahorro en mi vida de tal forma que cuando me despidieron en enero, echando cuentas, podía sobrevivir más de un año con la prestación y mi pequeña fortuna. En febrero mi madre me regaló una planta del dinero (que no da dinero) con apenas cuatro hojas. Hoy está así. Pero… al acercarme descubro auténticos mordiscos y puntitos negros sobre la mesa. Quién ha sido? Por la otra cara de la hoja, descubro un gusano o una oruga (dejo al lector que le ponga género al bicho). Toba en la hoja y al suelo; pisotón; está moribunda. En un rato aparecerán hordas de hormigas a devorarla y será el momento de cargármelas a todas!!! (Creo que necesito volver a trabajar). Y estos son mis dos primeros pimientos!!!

Bluff

Una lluviosa mañana de sábado de 2004 llegué en cercanías a la estación de Atocha y, después de llenarme los zapatos de barro, conseguí acceder a la caseta de obra donde me esperaba mi compañero Ingeniero de Obras Públicas con un casco, un impermeable y unas botas de ingeniero. «A buenas horas», pensé mientras me las calzaba. De allí salimos para montarnos en un trenecito de tamaño XS que nos llevó hasta un lugar indeterminado bajo la calle Hortaleza por donde avanzaba a buen ritmo la tuneladora que horadaba el segundo túnel de la risa. No sé si ya por entonces la empresa adjudicataria de la construcción de la estación de Sol (distinta de la nuestra) había empezado la obra o no. Lo que recuerdo es que cuando el túnel entró en servicio el año pasado hice un viaje por él para mirar, como un niño con la nariz pegada al cristal, lo que se intuía desde el túnel de la futura estación. Pero hoy, cuando he salido del tren y he llegado al final de las escaleras mecánicas de subida he pensado que la estación era un gran bluff. No sé qué esperaba; realmente nada, puesto que ya la había visto por la tele y en internet; quizás que al verla en directo me impresionara algo más. Pero nada de nada. Me ha parecido una estación de cercanías subterránea más. Ni joya de la corona, ni joya siquiera. Arquitectónicamente. Como obra es, evidentemente, un obrón de campeonato que ha dejado la Puerta del Sol y la calle Montera más huecas aún de lo que ya lo estaban. Y como infraestructura es algo que a la ciudad le va a venir muy bien (como esa línea que quieres hacer, Pepiño, transversal a las de la risa. Sácala a concurso ya!!). upongo que eso es lo que me hace diferente: todo el mundo despotrica sobre la salida acristalada y poliédrica y a mí es lo único que me gusta…

Biribiribiribiri

Sonó el telefonillo del portal esta mañana y para allá que me fui esperando encontrar a mi interlocutor de siempre. Nuestra conversación es parca en palabras pero muy tradicional, nunca innovamos, ni él ni yo, parece que repetimos un guión de alguna forma institucionalizado: —Biribiribiribiri [sonido del telefonillo]. —Sí —digo yo siempre al descolgar. —Cartero de Correos, me abre? —dice siempre él. —Puerta abierta [esto lo dice la voz autómata de la mujer que vive dentro de la botonera del telefonillo]. —Gracias —grita el cartero, de forma que le oigo por una oreja a través del auricular del telefonillo y por la otra a través de la puerta de mi casa. Pero esta mañana no era él. Era una voz de mujer. —Buenos días, me puede abrir? —Quién es? —pregunto para saber si debo o no. —Somos Testigos de Jehová y queríamos charlar con los vecinos y con usted también… Pienso durante dos segundos en la contestación que voy a dar y respondo: —Yo no os voy a abrir, no me interesa; probad en otro piso a ver si os abren. —De acuerdo, gracias. —A tí —y cuelgo. De vuelta al sofá, en donde veía en diferido la esperpéntica gala de Operación Triunfo de anoche, antes de dar al play he escuchado por la ventana como probaban suerte en otos pisos. Creo que finalmente no ha habido éxito, así que he privado a esta mi comunidad de ser evangelizada.

Dónde

Este fin de semana he compartido ratos con mucha gente: amigos y conocidos; con algunos, a los que no he visto, he hablado por teléfono, mi nuevo teléfono (que no es un iPhone). Pero una de las personas que más presente ha estado este fin de semana en mi cabeza ha sido alguien a quien no veo desde hace veinte años. Cosas del remember. El sábado mientras hacía la casa y deambulaba, mientras ponía lavadoras y preparaba la comida, en la radio sonaba la discografía ochentera de Michael Jackson. Y entonces apareció ella en cada uno de esos temas. Apareció aquella cinta de vídeo beta donde su hermana grababa vídeos de la tele, aquel vídeo que nuestros padres no nos dejaban ver «porque era de miedo», nuestras teorías sobre llamar dirty a Diana Ross en una canción «con lo amigos que eran» o nuestras imitaciones del We are the wolrd. Pero también aparecieron mis primos, en aquellas tardes de año nuevo en las que imitábamos el moonwalk o aquel Annie are you ok? en el que se perdía la verticalidad sin levantar los pies del suelo. Y más y más recuerdos a cada canción, todos diferentes, algunos casi olvidados. Y estos te llevaban a otros, y estos a su vez a otros más lejanos… Cuando alguien que ha estado tan presente en tu vida, sin casi notarlo, desaparece y todos esos recuerdos emergen desde el fondo de la memoria hasta la superficie, aunque sea para volver a hundirse después, es imposible no sentir el paso del tiempo en toda su magnitud, sentirte envejecido en un momento y darte cuenta una vez más de dónde estabas, dónde querías estar y dónde estás.

Jardinero

Antes de que se me echara encima la noche más corta del año (la primera de unas cuantas, porque aunque la fama se la lleva esta, las próximas noches y los próximos días serán igual de cortas y largos, respectivamente) me puse a exterminar, algo que últimamente se está volviendo costumbre, varios insectos, arácnidos y otras especies de esas que me sobran en la cadena evolutiva, y a arreglar algunas plantas a las que les hacía falta poda y/o limpieza. Si el domingo presentaba el primer tomate cherry de la tomatera, hoy presento el primer pimiento: Dice mi madre que tengo buena mano para las plantas. No sé yo. Lo que tengo de forma limitada, hasta septiembre, es sol; así que con sol, riego casi diario y unas gotitas de fertilizante una vez por semana he conseguido potenciar todas las plantas que ya tenía y mantener las nuevas de este año, a excepción de los pensamientos que se me han ahogado porque la jardinera no drenaba bien… Si llego a saber de este éxito planto marihuana 🙂 Al otro lado de estas florecillas está el monitor del ordenador (que se intuye en la foto) desde donde os escribo estas líneas. Compramos ocho el mismo día: cuatro para mi y cuatro para mi madre. Las mías están tres veces más grandes y con más flores, y a estas no les da el sol! Además de todos esos bichos habituales, de las salamanquesas turistas y de los pajaros que bajan a beber agua en los platos de las plantas y a pillar hormigas, creo que alguien más habita entre nosotros. O al menos se acerca a comerse las hojas de los alhelíes a bocados. Mientras no se meta en casa, que haga lo que quiera. Para finalizar, nada mejor que inmortalizar el trabajo de uno, para que conste: Nótese que hay dos cilindros de cristal en las jardineras de la izquierda: son luces solares, que se encienden al anochecer. Las compré en el flamante nuevo Carreful hace un par de semanas. No dan mucha luz, pero tienen su toque. Y desde hoy todas las fotos a 3,2 megapixels, que estreno móvil.