La segunda parte

Cerró la puerta tras de sí y enfiló el pasillo buscando la salida. Lo recorrió mirando al suelo; aún no se atrevía a mirar al frente, a nadie a la cara.

En la calle había dejado de llover. El suelo aún estaba mojado y el cielo no del todo limpio, pero algún rayo de sol empezaba a colarse por entre los claros que las nubes abrían. No hacía frío, tampoco calor. Ni viento. Parecía que después de la lluvia el tiempo se hubiera detenido. Su vida se había detenido.

Llegó al coche y montó. Metió la llave en el contacto, arrancó y cerró los ojos. No había destino. Sacó el coche de la plaza y condujo sin dirección buscando una autopista, la que fuera, la más próxima. Cuando entró en ella decidió que conduciría hasta que se acabara, hasta que desembocara en otra o hasta que se cansara. No tenía prisa, ninguna prisa. Respetó todas las indicaciones, los límites de velocidad, señalizó las pocas maniobras que le hicieron cambiar de carril. El sonido del motor le acompañó fiel durante todo el camino. No se oía nada más. En su mente no aparecían palabras, ni ideas, ni era capaz de articular pensamiento alguno. No podía. Su vida se había detenido.

Condujo durante varias horas hasta que sintió hambre. Decidió parar la segunda vez que su estómago le hizo saber que era mediodía. Era un área de servicio, bulliciosa, llena de gente que almorzaba en mitad de su camino. Compró un bocadillo y un refresco y salió de nuevo a la calle. Llevó su coche hasta el final del aparcamiento, hasta el punto más alejado de aquel tremendo jaleo. Salió del coche, se sentó delante de él y se comió el bocadillo mirando la línea del horizonte, tratando de ver, de descubrir algo en aquel infinito de tierra llana. Buscaba algo que le ayudara a arrancar de nuevo, a iniciar de nuevo el camino.

Decidió que se volvía a casa. Montó de nuevo en el coche y tomó el rumbo contrario; sólo entonces empezaron a aparecer por su mente imágenes, ideas, recuerdos, promesas, proyectos, planes de futuro. El resto de la vida.

Durante todo el recorrido sus ojos no dejaron de estar húmedos. El aire acondicionado endureció sus mejillas, cruzadas por sendas lágrimas durante todo el tiempo. Ahora era consciente, por primera vez, de lo que pasaba. Aquella noticia había cambiado su vida. Sabía que mañana todo volvería a ser aparentemente igual; y pasado mañana, y durante los próximos días y meses, aunque su vida ya no era su vida. Nada de lo que había en su cabeza consiguió zafarse del influjo de aquella noticia; sabía que las consecuencias llegarían, antes o después. Y vendrían para quedarse.

Cuando llegó a casa tenía seis mensajes en el contestador. Encendió su móvil y escuchó las llamadas no contestadas, la preocupación de todos aquellos que lo habían intentado localizar aquel día. El agua de la ducha lo templó. Permaneció más tiempo del normal bajo el chorro del agua. Quería que el agua se llevara todo lo viejo, que le ayudara a ver con más claridad que ahora empezaba la segunda parte.

RMN | 070307

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